Sábado, 23 de agosto de 2008 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
La intensa batalla política que viene de arrastre por las elecciones presidenciales del año pasado y que se potenció al máximo con el conflicto con el sector del campo privilegiado ha puesto bajo presión el escenario de la economía. El marco de discusión que se presenta en la superficie se refiere a la evolución de ciertas variables, como la del crecimiento del Producto Bruto Interno o de la industria, por alzas o bajas de un par de puntos porcentuales en niveles elevados, que van de 6 a 8 por ciento. Si no fuera que la disputa político-mediática está en ebullición constante, ese debate no merecería tanto esfuerzo expositivo de unos y otros. La tarea de los consultores de la city, además de su militante tutela de la opulencia, puede entenderse porque plantear incertidumbres y temores sobre el futuro es parte del negocio. Sin zozobra de los agentes económicos pierden mercado e ingresos. Pero el insistente examen de cada una de las cifras que entrega una sostenida tendencia favorable de un ciclo económico positivo, obsesión que atrapa también a la administración kirchnerista y a no pocos economistas heterodoxos, no permite avanzar en el examen del debate central, que consiste en el modo de desarrollo y régimen de acumulación en disputa. Resulta evidente que las polémicas sobre los números de la economía, que se han exacerbado por la autodestructiva intervención del Indec, encubren esa tensión. De todos modos, a veces, las controversias y pronósticos de catástrofes que generan los gurúes y son amplificados por un afinado coro provoca cierta perplejidad. Más aún cuando bancos de Wall Street, varios técnicamente en ruina y otros con quebrantos millonarios, y sus respectivos analistas, próximos a quedar en la calle por innecesarios, son los que brindan cátedra sobre solvencia y prudencia macroeconómica. Las economías desarrolladas están atravesando la mayor crisis bancaria desde el crac del ’29, con un alcance que aún no puede determinarse, que con elevado grado de probabilidad generará un nuevo modo de regulación de las relaciones económicas, en especial en la esfera financiera. Por ese motivo, la definición y puja sobre el modo de desarrollo pasa a ocupar en estos momentos un lugar más relevante que un punto más o menos de los indicadores económicos.
El pilar de un modelo no es el superávit fiscal, como repiten los funcionarios del Gobierno para tranquilizar a los representantes de la ortodoxia que no se dejan conquistar por el “populismo austero”, sino que consiste en una herramienta para consolidar un sendero de desarrollo económico integral, estrategia que aún no se ha hecho presente. En el libro Interpretaciones heterodoxas de las crisis económicas en Argentina y sus efectos sociales, Julio César Neffa señala que la debacle de diciembre de 2001 “es una crisis de un modo de desarrollo específico que, sin dar lugar a un cambio de modo de producción (capitalista), introdujo de lleno a la economía en un período incierto de transición”. El investigador del Ceil-Piette del Conicet destaca en su valioso trabajo que continúa ese tiempo de incertidumbre porque no se han generado condiciones para transitar hacia una etapa de definición más firme sobre el modelo, pero precisa que para ello se requiere “crear las condiciones y dar lugar a un nuevo régimen de acumulación”.
El conflicto por las retenciones móviles aceleró la disputa sobre la orientación de ese nuevo régimen de acumulación, que hoy tiene su manifestación en el debate sobre el tipo de cambio. En esta cuestión, que no es la única en puja pero sí la más sensible para la mayoría debido a las traumáticas experiencias pasadas con la cotización del dólar, se expone la opción sobre cuál es la inserción del sistema productivo argentino en la división internacional del trabajo. Sobre ese crucial aspecto Neffa explica que “si bien los precios de los productos agropecuarios se han elevado debido al incremento de la demanda externa, una especialización exportadora centrada en productos primarios poco manufacturados constituye una amenaza”. Peligro que reside en que se “genera un sendero de crecimiento difícil de revertir y puede revitalizarse la tendencia secular al deterioro de los términos del intercambio”, lo que define a un país vulnerable y con escasa capacidad de construir una sociedad integrada.
De todos modos, ese forcejeo sobre la paridad cambiaria, que también se despliega al interior del poder kirchnerista, es la batalla inicial sobre la orientación del modo de desarrollo. Es más sencilla de identificar la alternativa propuesta por el Banco Central de apreciar el tipo de cambio, que se concreta mediante el alza de precios sin alterar nominalmente la paridad, lo que implica profundizar la especialización agroexportadora. La crisis por las retenciones móviles y ahora la presión por reducirlas, que es lo que encubre los renovados reclamos de los dos dirigentes más visibles de la Federación Agraria con síndrome de abstinencia, son tributarias a ese modelo, que ha tenido el apoyo de dirigentes populares del denominado progresismo, que en otro momento se preocupaban por los trabajadores y hoy también se interesan por la conservadora burguesía agraria.
Por otro lado, la opción del Ministerio de Economía de “dólar alto” enfrenta hoy restricciones debido a que podría alimentar el proceso de alza de precios domésticos. Así, la continuidad del programa económico, con más o menos énfasis sobre el tipo de cambio, parece encaminada a una tendencia de apreciación cambiaria y, por lo tanto, con presión desindustrializadora, con los conocidos efectos negativos sobre la distribución del ingreso y las condiciones de los asalariados y sectores más vulnerables. Esto no significa que no exista una tercera posibilidad, vía que fue explorada por los economistas del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda) en un reciente documento. Esos jóvenes investigadores apuntan que “el programa económico basado en una sola medida heterodoxa (tipo de cambio real alto) ya ha rendido todos sus frutos”. Sostienen que “este mecanismo por sí sólo no está en condiciones de resolver las numerosas dificultades y desafíos que presenta el proceso de crecimiento argentino y que hoy amenazan con detenerlo”.
En ese reporte del Cenda se critica la falta de articulación de la política económica. Se menciona que más allá de la columna vertebral del esquema constituido por una paridad cambiaria alta, el resto de sus componentes quedaron librados al juego resultante de las fuerzas de mercado o, en algunos casos, a las intervenciones públicas no muy hábiles, parciales e inefectivas en mercados sensibles. Se observa que esa política “ha sido incapaz de guiar a la economía argentina en el salto desde un proceso de mera expansión a un proceso de transformación estructural basado en una firme industrialización”. “Esta es la verdadera oportunidad que la economía argentina podría estar perdiéndose”, afirma ese grupo de economistas, que de ese modo salen al cruce de la versión de “la oportunidad perdida” de la ortodoxia. Reconociendo lo que ha aportado esa política para la salida de la crisis y posterior recuperación, plantean la necesidad de implementar ahora “una estrategia nacional de desarrollo con una ampliación sustancial del alcance de las políticas estatales”, agregando que se requiere “construir una senda de crecimiento de largo plazo que haga eje en el aumento de la productividad y la competitividad genuina de la economía nacional”. Para evitar confusiones entre sus pares, en el documento del Cenda se destaca que la consistencia macroeconómica es un requisito para el desarrollo, pero no su garantía. Exponen con claridad que la reindustralización de la Argentina debe ser el eje central de esta estrategia de desarrollo”, que implica “un decidido proceso de modernización y complejización creciente de la trama industrial”, y para ello reclaman una planificación estratégica, recordando que esa instancia es clave para el crecimiento de las grandes empresas y naciones desarrollados pero que parece que es un atributo vedado para los países periféricos.
Frente a la actual encrucijada sobre el modo de desarrollo, y para evitar la receta fácil de la ortodoxia dólar atrasado-tasas altas que brinda resultados presentes ilusorios y fracaso futuro, el camino de salida no es con menos intervención del Estado sino con mayor y más lúcida participación estatal en el proceso económico.
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