Sábado, 10 de enero de 2009 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
Uno de los temas de estudio que ha provocado una vasta producción en la ciencia económica ha sido el de los ciclos. Casi todas las escuelas de pensamiento de esa disciplina han abordado ese misterio del movimiento más o menos periódico de la economía, proceso que parte de un estado de prosperidad, pasa a una fase de recesión, luego a una de recuperación para volver a alcanzar la bonanza. El análisis de los ciclos es una de las materias más fascinantes y, a la vez, más compleja de la ciencia económica. Han sido categorizados en ondas cortas, medias y largas, con bases interpretativas diversas según la ideología de sus exploradores. Pero más allá de las diferentes cosmovisiones, se considera al ruso Nikolai Kondrátiev (1892-1938) el fundador y primer expositor sistemático de la teoría del ciclo económico largo. Este proceso está basado en leyes generales que gobiernan las economías capitalistas, más que en factores políticos o institucionales específicos de países o períodos particulares. Sin embargo, como explicó Joseph Schumpeter, principal divulgador de las ideas de Kondrátiev, “cada fluctuación económica constituye una unidad histórica que no puede explicarse sino mediante un análisis detallado de los numerosos factores que concurren en cada caso”.
La sucesión de crisis y de temblores de la economía argentina en los últimos treinta años ofrece un desafío mayúsculo a los especialistas en analizar ciclos, precisamente por esos numerosos factores involucrados que mencionaba Schumpeter. Una forma de abordar esta cuestión, en forma parcial y restringida dada la complejidad del tema, es estudiar el ciclo del capital con las particularidades que asume a nivel doméstico. Esas características locales tienen un componente predatorio del capital que sobresale sobre otras experiencias. En otras palabras, esos rasgos especiales del poder económico consisten en la obtención de ganancias extraordinarias en poco tiempo, lo que define la duración del ciclo de prosperidad y lo que explica en parte la escasa duración de las ondas de auge. En un corte arbitrario del período económico, aunque fundador por haber comenzado el modelo rentístico-financiero, se puede iniciar mencionando la tablita de Martínez de Hoz, pasando luego al Plan Austral, posteriormente a la convertibilidad y ahora al denominado modelo productivo. En ese ciclo del capital, esas fases han ido condicionando al ciclo político, y no al revés, como se presenta en las corrientes de divulgación tradicional.
En cada una de esas experiencias, con factores locales y externos que influyeron en su desarrollo, un atributo notable es el apoyo inicial del sector del capital a esos procesos, que coinciden en esa primera etapa con tasas de ganancias fabulosas con la contrapartida de una profunda depresión de los ingresos salariales. A medida que se va recuperando la demanda por fuerza de la mejora de la economía, empiezan a disminuir naturalmente esas fantásticas tasas de ganancias. Frente a ese lógico proceso, la respuesta del capital se concentra en incrementar el endeudamiento con objetivos diversos y en disponer un menor ritmo inversor, al tiempo que decide aumentar los precios y la distribución de dividendos entre los accionistas. De esa forma se va aprestando el escenario de deterioro para preparar un nuevo ajuste, que en general se traduce en una fuerte devaluación que permita recuperar esas extraordinarias utilidades reduciendo en forma drástica el componente salarial. Así se van definiendo también los tiempos políticos y las discusiones sobre el rumbo económico.
En los años anteriores al estallido de la convertibilidad, los bloques del poder económico que durante la etapa de auge habían constituido la santa alianza para el desguace del Estado dividieron su opción entre devaluación (industriales y exportadores) y dolarización (privatizadas y bancos). Una u otra alternativa permitiría al grupo triunfador la recuperación de esas elevadas tasas de ganancias. Ya se sabe cuál fue el vencedor. Hoy la puja principal no se desarrolla al interior del bloque de poder, donde igualmente existen dos modelos en disputa, sino que la tensión se expresa entre devaluación y empleo-salario. La presión por un brusco ajuste del tipo de cambio tiene como expresión visible a economistas de la city soldados de ese poder y a cierta heterodoxia que minimiza esa disputa. No se trata de un debate sobre la necesidad de contar con un tipo de cambio real competitivo, sino del camino a transitar para volver a recuperarlo. Más aún en un contexto internacional con una descomunal volatilidad cambiaria, que, por ejemplo, dispara el real de 1,56 a 2,30, luego baja a 2,10 para trepar a 2,60, para ubicarse ahora en 2,27 luego de tocar un mínimo de 2,15 en esta semana. Lo mismo sucede con la paridad dólar-euro. En este confuso panorama que ofrece la crisis internacional, cualquier ajuste cambiario desproporcionado puede convertirse en una sobrerreación con costos mayores a los supuestos beneficios de una mejora cambiaria. La administración kirchnerista va haciendo equilibrio en esa puja que tiene en un rincón a los partidarios de una fuerte devaluación y en el otro a los enrolados en la protección del empleo y la defensa del salario real. Por ahora el Gobierno se ha inclinado por este último. Pero existe en su interior una corriente que alienta un ajuste más veloz del tipo de cambio con el argumento de que la crisis internacional brinda la oportunidad de aplicarlo sin el riesgo de una traslación rápida a precios.
Detrás de esa tensión existe el debate económico de fondo, que se encuentra en consolidar un modelo industrialista con crecimiento del mercado doméstico o su reversión a uno agroindustrial exportador. Por esta segunda opción se inclinan la denominada burguesía nacional y las multinacionales que operan en el país, porque de ese modo les aseguraría rentas elevadas con tipo de cambio alto y salarios retrasados. La discusión respecto de las retenciones, que entre otras cualidades es un instrumento que establece tipos de cambio diferenciales para fomentar el desarrollo industrial, es la exteriorización de esa pelea de fondo sobre el modelo de desarrollo.
En esa puja, la debilidad de la administración kirchnerista se observa cuando pretende navegar esos mares turbulentos recostándose en los eslabones más concentrados de la economía. Estos, más allá de alianzas coyunturales que pueda construir el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, responden a la ya mencionada lógica doméstica del ciclo de capital. La intención de reconstituir una burguesía nacional es más compleja que el simple reemplazo de operadores internacionales por locales. Una de las muestras más notables de la ausencia de esos actores como factores dinámicos de un modelo de desarrollo fueron los comunicados de la UIA, AEA y ACDE emitidos a fines de año, motivados por el fin del negocio de las AFJP con el dinero previsional de los trabajadores. En esos manifiestos repitieron los tradicionales eslóganes de una economía para pocos. Uno de los desafíos para romper con ese destino que quiere imponer el ciclo de capital doméstico, que se refleja en la presente puja en el terreno político hegemónico, consiste en recrear un sector empresario con vocación de desarrollo nacional. En ese tránsito resulta relevante el desenlace de la tensión que hoy se presenta entre la estrategia de una fuerte devaluación y la preservación del empleo y el salario real.
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