Lunes, 27 de julio de 2009 | Hoy
ECONOMíA › EL LEGADO QUE DEJó HORACIO GIBERTI
El ex secretario de Agricultura murió el sábado a los 91 años. Abraham Gak, Enrique Martínez y Alberto Cantero recuerdan sus enseñanzas y la valentía con que defendió sus ideas hasta el final.
Abraham Leonardo Gak *
Mis primeros contactos con Horacio Giberti datan del año 1973 en que, como presidente del Colegio de Graduados en Ciencias Económicas, trabajamos en un proyecto común con el entonces ministro de Economía José Ber Gelbard. En esa época –era secretario de Agricultura– tuve las primeras referencias de su personalidad y su labor académica. Pero el verdadero vínculo comenzó a partir del año 1993 en que el destino me permitió unir mi vida a la de Mónica Padlog, sobrina y “adoptada” como hija por el matrimonio compuesto por él y Julieta Menassé.
A partir de ese momento me integré a su familia compartiendo alegrías y sinsabores con ellos, con sus hijos Jorge y Víctor y sus familias. Este vínculo me convirtió en testigo privilegiado de su pensamiento, sus escritos y sobre todo de su sabiduría.
Horacio tenía una personalidad exquisita; su delicadeza en el trato cotidiano no fue mengua para su severidad con los falsos apóstoles, los egoístas que tras el lucro medraban en la búsqueda de beneficios personales o para su casta.
Horacio no fue perfecto. Tenía defectos. Uno de ellos fue que no logró forjar una fortuna personal en su paso por la función pública, como lo logró alguno de sus sucesores. Tuvo el defecto de ser leal a sus principios: nunca los subastó al mejor postor. Consideró que la función pública era un servicio a la sociedad que debía realizarse con devoción y responsabilidad. Su vida fue una constante y permanente preocupación por el destino de nuestro país y de los pobres, los marginados, los explotados.
En su caso, construyó su ideario sobre sólidos conocimientos, investigando con rigurosidad académica la información disponible sobre cada tema que era sometido a su consideración. La prensa ha dado testimonio de sus libros, títulos académicos, su participación en congresos y reuniones científicas y de su intervención en los grandes debates nacionales, de modo que los doy por conocidos. Yo estoy hablando del otro Horacio Giberti: el trabajador incansable en su ordenada y clasificada biblioteca, el maestro generoso que se brinda a sus discípulos, el sufrido hombre que sobreponiéndose a las dolencias físicas que lo atormentaban y a su ceguera, día a día se interesaba en la política, en la economía y en la cultura nacionales. Se hacía leer cotidianamente los diarios y la correspondencia; procuraba que fieles colaboradores transmitieran sus opiniones y organizaran sus entrevistas con los medios; y concurría con entusiasmo a los distintos foros a los que era invitado.
Hoy, sus familiares directos lloran su muerte. Yo no puedo compartir ese dolor. Se fue un modelo. Vivió de acuerdo con sus ideales, trabajó incansablemente, brindó a su país sobrados servicios, formó discípulos, fue fiel padre y esposo. Se sobrepuso al enorme dolor de perder a Julieta, su amor, y a la inesperada muerte de nuestra amada Mónica. Nunca pasó por alto sus obligaciones, fue honesto y brindó el ejemplo de cómo se puede ser feliz sin perseguir riquezas materiales. Qué más se le puede pedir a un hombre.
Me queda el recuerdo de Horacio Giberti sentado en el estrado del aula magna de la Facultad de Ciencias Económicas, con 90 años de edad y ciego, elevando su voz vibrante y exponiendo con sólidos argumentos su indignación por la traición de la Federación Agraria a los pioneros que protagonizaron el Grito de Alcorta en 1912, al verla alineada, más aún, al servicio de los intereses de los grandes terratenientes. Legítima indignación en quien siempre estuvo a favor de la opción por los pobres y por los explotados. Cómo puedo despedir con dolor a este hombre, que tanto hizo y por tanto tiempo por la sociedad en la que vivía. Tenía derecho a decir basta con sus prolíficos 91 años. Porque sus ideas no pueden morir, porque sus enseñanzas se desparramarán en el tiempo y en el espacio, porque no dudo que futuras generaciones de expertos abrevarán en sus libros y escritos, me inclino reverente ante su memoria con un sonoro: misión cumplida.
* Profesor honorario de la UBA.
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