Sábado, 27 de marzo de 2010 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
Ciertos temas económicos tienen la cualidad de la permanencia en el debate público, pero van cambiando las características de las etapas históricas que los determinan. Sin embargo, para muchos analistas resulta más sencillo mantener los esquemas rígidos de evaluación, inalterables en el tiempo, porque permite transitarlos por el camino conocido. Esa forma de abordar cuestiones económicas ha sido muy familiar para la corriente conservadora en los últimos años al momento de examinar la situación fiscal, el mercado cambiario e incluso los motores de aceleración del índice de precios. Esa incapacidad de observar variaciones en el funcionamiento de la economía se reconoce en anteojeras ideológicas, fundamentalismo ortodoxo y en la exteriorización de un discurso que defiende los intereses del poder económico. Así les fue con sus pronósticos sobre el recorrido de la economía, acumulando una sucesión de fallidos que terminaron exponiendo esa debilidad conceptual. El panorama debería ser diferente en el variado universo político que tiene como bandera filosófica el pensamiento crítico, que implica rigurosidad, cuestionamiento al saber convencional y precisión en la definición del contexto histórico. No está siendo el caso cuando algunos de esos exponentes se refieren al tema de la deuda.
Pese a frases inflamadas que conmueven a auditorios desprevenidos, hoy la deuda no es un condicionante central para la economía ni por magnitud ni por su horizonte de vencimientos. Los diferentes indicadores que se utilizan para estudiar la carga de la deuda sobre la economía revelan que es una variable que se ha vuelto manejable, a diferencia del largo período desde el inicio de la década del ochenta hasta el estallido en el 2001, cuando era un potente perturbador de la economía. Algunos datos que reflejan ese cambio:
- En 2003 el total de la deuda bruta del sector público nacional representaba el 139 por ciento del PBI; a fines de 2009 cayó hasta el 49,1.
- Ese indicador desciende al 31 por ciento con la deuda neta de activos y de acreencias intra sector público (bonos en poder de organismos estatales).
- En 2003, el 76 por ciento de la deuda estaba nominada en moneda extranjera; en la actualidad, sólo el 54 por ciento.
- La deuda tenía en 2003 una vida promedio de 6,9 años. Hoy, prácticamente se duplicó, al pasar a 12,7 años.
- En 2003 la deuda era un 722 por ciento mayor a las reservas; en la actualidad es apenas el 120 por ciento.
- Otro indicador relevante es la relación deuda externa nominada en moneda extranjera y exportaciones. En 2003 era 296 por ciento; en 2009, 81 por ciento.
Pese a ese escenario holgado para uno de los temas más complejos de la economía argentina, se está desarrollando un intenso conflicto político desde hace meses a partir del lanzamiento de la reapertura del canje de bonos en default y de la iniciativa de pagar deuda con una pequeña porción de las reservas. Los economistas reunidos en el Plan Fénix presentaron esta semana un documento (“Deuda pública y conflicto político. Hacia una refinanciación eficaz en el marco de un proyecto de desarrollo inclusivo”) que explican ese proceso del siguiente modo: “La deuda pública externa ha sido un condicionante central, en el escenario económico y político de la Argentina; su continua expansión a lo largo de los últimos treinta años ha constituido uno de los más formidables obstáculos para el crecimiento del país. Un país no pobre; pero empobrecido entre otras razones por el endeudamiento; esto es la resultante de políticas económicas perversas, reflejo de intereses y desvaríos de elites de poder carentes de proyectos viables y aceptables para las mayorías. Tras la declaración de default a fines del año 2001 y la posterior renegociación de los pasivos externos, los compromisos de pago adquirieron un perfil sostenible; puede afirmarse que la deuda no representa hoy día un obstáculo central para la economía”.
Esta descripción del actual estado de la deuda tiene, además, un aspecto estructural que es uno de los factores más relevantes del actual ciclo económico: el cambio del patrón de acumulación de un modelo basado en la valorización financiera, que nace con la dictadura de 1976, hacia uno que está en transición desde 2003, con base en el desarrollo industrial y sustitutivo de importaciones. En un libro que acaba de publicar Eduardo Basualdo (Estudios de historia económica argentina, desde mediados del siglo XX a la actualidad) se ofrece un esclarecedor marco analítico en estos tiempos de confusión, desorden de ideas nutrido por algunos representantes del denominado arco del progresismo. El investigador de Flacso, que analiza en esa obra el endeudamiento externo de la Argentina desde los primeros gobiernos peronistas hasta la actualidad, explica que en los distintos regímenes de acumulación de capital se producen modificaciones sustanciales en los niveles absoluto y relativo que alcanza el endeudamiento externo, en las características de los acreedores y deudores, y también en el impacto que la deuda tiene sobre las diferentes variables de la economía real. “En otras palabras, dice Basualdo, la deuda externa es una variable económica dependiente, porque su magnitud y sus características están en función de la manera en que se produce y se distribuye el excedente económica a nivel nacional e internacional.” Insiste con que la función y efectos del endeudamiento externo dependen del proceso específico de acumulación de capital en el cual se inserta.
Esa base conceptual permite una mejor comprensión del recorrido de la deuda en las distintas etapas de la economía argentina desde mediados del siglo pasado. Esto significa que hablar hoy de la deuda con las mismas perspectivas de las últimas tres décadas desemboca en desaciertos. El actual proceso de desendeudamiento, en el marco de un intento de política de desarrollo industrial con ahorro interno, tiene algunos rasgos de los primeros gobiernos peronistas (1945-1955), cuando “la consolidación de la primera etapa de la sustitución de importaciones no estuvo asociada a una deuda externa significativa”, precisa Basualdo. En esos años no había deuda externa, y recién al final de esa gestión se obtuvo un crédito de 57 millones de dólares del Eximbank. Basualdo agrega que “la industrialización y la expansión productiva en general se consolidaron sobre la base del ahorro interno y de la transferencia de la renta agropecuaria hacia el bloque urbano-industrial”. El economista afirma que en diciembre de 2001 no solamente se abandonó la Convertibilidad sino que se agotó “de manera irreversible” el régimen social de acumulación que había puesto en marcha la dictadura militar un cuarto de siglo antes.
Detectar la existencia de otro patrón de acumulación, aún en disputa frente a una avanzada conservadora, y el papel diferente que juega la deuda en esta etapa deja al descubierto la fragilidad conceptual de algunos exponentes del denominado centroizquierda. El debate jurídico sobre el origen de la deuda (dictadura militar), como así también las denuncias judiciales sobre fraudes cometidos en el megacanje (gobierno democrático de Fernando de la Rúa), son aspectos que van por carriles que poco tienen que ver con el actual momento económico. La iniciativa de utilizar reservas para pagar deuda se inscribe en un necesario debate sobre el sendero de desarrollo, que para mostrar su fortaleza debe alejar la fuerte tentación del “retorno a los mercados” que impulsan ansiosos financistas y parece que seduce a ciertos funcionarios de Economía. Participar de esa discusión sin saber o querer delimitar el tema de la deuda entre los aspectos económicos y los jurídicos, mezclando todo por especulación política, termina aportando más elementos a la desorientación que la ortodoxia sabe cómo fomentar.
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