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Cuestión de peso

 Por Mario Wainfeld

Los diputados oficialistas están de parabienes, sonrientes de oreja a oreja, moviéndose a mil por hora. Los que acaban de entrar disfrutan de hacerlo en un contexto en el que podrán (y, ojo, deberán) demostrar activismo y capacidad para legislar. Los que están desde 2009 salen de la defensiva que sostuvieron durante un bienio, pueden imaginar que harán jogo bonito.

Al kirchnerismo no le hizo falta tener más del 54 por ciento de los votos para tomar la iniciativa política en 2003. Ni lo arredraron las derrotas en el conflicto de las retenciones móviles o el traspié en la elección parlamentaria de 2009. Era cantado que sería un vendaval después de la goleada de octubre que le otorga una ajustada mayoría en ambas Cámaras del Congreso. El poder, predican y ponen en acto en el Frente para la Victoria (FpV), se gana para ejercerlo.

La “agenda corta” que se debate a todo tren en la Cámara baja y que, todo lo indica, llegará al Senado en la semana próxima, expresa la capacidad de actuar del oficialismo. Y emite una señal para los que fantasean un viraje ideológico. La agenda es la misma que el oficialismo bregó por imponer durante 2010 y 2011 y que la oposición (política y corporativa) frenó. No hay novedades ni volantazos a derecha, sencillamente se capitaliza la nueva correlación de fuerzas.

La falta de aprobación del Presupuesto 2011 fue un retroceso institucional que rompió con una tradición pasable de las dos presidencias kirchneristas y que en nada mejoró a la oposición. Tampoco fue maná para el Ejecutivo: en el día a día de la gestión, trabajar sobre el diseño de un año anterior genera muchas dificultades. La plata está, pero las partidas deben reasignarse. Eso traba trámites o acciones, insume tiempo, resta celeridad y eficacia a la gestión. Un presupuesto a tiro de aprobación es, pues, una buena nueva.

La impredictibilidad prima en un mundo que observa atónito (y temeroso) la crisis de los países centrales: primero financiera, luego económica, siempre política. Nadie puede augurar en serio a qué niveles llegará la recesión en la Unión Europea, cuántos serán sus integrantes el año próximo, cuáles conservarán el euro como moneda. Nadie vaticinó la insólita semisecesión de Gran Bretaña, no hay quién pueda armar un escenario económico consistente de uno o dos años. Así las cosas, devienen aún más inconsistentes las habituales pretensiones opositoras de tener un presupuesto nacional similar al de un ama de casa, con un cálculo estricto y detallista de ingresos y egresos. Eso vale, tal vez, para una economía doméstica. Jamás para el manejo de los recursos de un Estado en una coyuntura regida por la indeterminación.

El resto de la “agenda corta” ya desvela a las corporaciones patronales y a un sindicato amarillo que siempre fue aliado de la Mesa de Enlace. Otra vez: la ley que regula la producción de papel para diarios no se cuela de sorpresa en el debate. Está en el Agora, en el Parlamento y en los medios desde hace más de un año. La frenó la coalición entre el Grupo A y los grandes medios. Todos polemizaron en canales de cables y radios aunque muchos legisladores opositores les hurtaron el cuerpo a las audiencias públicas. Tal como hicieron con la ley de medios audiovisuales, apostaron a su vaciamiento. Ahora recapacitan respecto de esta norma y comprenden que es más sensato integrar los organismos de aplicación.

El oficialismo tuvo una rotunda convalidación popular que relegó a sus antagonistas a guarismos desoladores. La lógica política induce a pensar que el kirchnerismo tratará de mantener sus características y sus objetivos. Deberá actualizar instrumentos, desechar varios, estrenar otros, adecuarse a una coyuntura distinta, seguramente menos propicia. A la oposición le cabe revisar sus errores, que incluyen estilos, críticas enconadas, carencia de propuestas sugestivas, fascinación por el chupete mediático. Unos y otros se han puesto en movimiento, cada cual interpretará quién supo interpretar y quién no el mandato de las urnas.

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