Lunes, 19 de septiembre de 2016 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: LO QUE DEJó EL FORO DE INVERSIONES QUE REALIZó EL GOBIERNO EN EL CCK
La convocatoria buscó reunir a referentes de grandes empresas para alentarlos a invertir en el país. Los especialistas analizan qué resultados se obtuvieron y qué modelo productivo es el que asoma detrás de esta estrategia de seducción de capitales.
Producción: Javier Lewkowicz
Por Martín Burgos *
La reunión de brujos realizada en Buenos Aires la semana pasada a instancias del gobierno argentino es un capítulo más en la gran apuesta económica del gabinete: que las inversiones extranjeras lleguen y resuelvan todos los males del país. Esa panacea curaría la falta de dólares, de inversiones, de empleo, y nos haría dar un salto tecnológico que depositaría a Argentina como un modelo para los demás países de la región.
En estas instancias, es útil tomarse el tiempo de analizar la metáfora de la “lluvia de inversiones”, dado que es un oxímoron que llenaría de alegría a cualquier lector atento de Borges. Por un lado la lluvia, que regula la actividad agropecuaria desde miles de años y llevaron a nuestros ancestros a analizar el cielo y llegar a conclusiones similares sean incas o griegos, y que dieron impulso a las primeras divinidades. Si la principal regulación económica se definía por el clima, era lógico que la religión tuviera un lugar preponderante.
La inversión, en cambio, es el núcleo del capitalismo, lo que explica su forma y su dinámica en una formación económico-social-cultural dada. Implica una clase social burguesa que empieza a nacer recién en el siglo XV, fecha a partir de la cual regulación económica se da cada vez más por la vía del mercado: oferta y demanda. Esto dio nacimiento a una ciencia específica, la ciencia económica, con objeto autónomo, dejando a los economistas un lugar científico central en la medida que podían explicar la dinámica del capital, es decir, de las inversiones.
La unificación de estas dos palabras en la metáfora de las “lluvias de inversiones” nos habla mucho de las consideraciones del gobierno respecto de lo económico: pareciera que la regulación del mercado se da a través de la religión, cuyos Dioses del mercado solo pueden interpretar economistas y CEOs. Sin dudas, si vemos el camino recorrido por el gabinete económico hasta ahora, la adopción de una actitud “pro-mercado” se entiende con el fin de habilitar una ayudita del Dios mercado.
Todos los economistas escuchados en la City dieron su bendición a las medidas de ajuste y de normalidad hacia mecanismos de mercado que tanto faltaron en estos últimos 12 años. También afirmaron que las expectativas –“tan importantes para las inversiones”– habían mejorado con el nuevo gobierno y, por lo tanto, era de esperar un fuerte crecimiento en los próximos meses. La lluvia se tenía que dar. Sin embargo, las inversiones extranjeras anunciadas ni bien se quitó el cepo se hicieron esperar y se fueron ensayando otras metáforas para poder explicar la situación, desde el “segundo semestre” hasta “la luz en el fondo del túnel”, todas pálidas mellizas del “hay que pasar el invierno” y del “estamos mal pero vamos bien”.
En esta coyuntura, el “mini-Davos” trata de volver a darle un impulso a esas benditas inversiones extranjeras, a la espera que el blanqueo de capitales tenga buenos frutos. Las cifras de 40.000 millones de dólares de inversiones que se presentaron son muchas de las que se venían cocinando en el gobierno anterior, y solo representan 7 por ciento del PBI. La gran pregunta es si, en este nuevo modelo económico, estas inversiones pensadas para un mercado interno en expansión tendrán algún sentido.
En un mundo en crisis, donde las inversiones están yendo desde América Latina hacia Estados Unidos bajo la forma de fuga de capitales, resulta una apuesta difícil para este gobierno cambiar un movimiento estructural que parece sostenerse en la tendencia al aumento de la tasa de interés de Estados Unidos. Creer que la entrada y salida de capitales de Argentina depende de Argentina es, por lo menos, sobrevalorar los aspectos subjetivos de la inversión, y despreciar el hecho de que el movimiento de capitales a nivel mundial lo define Estados Unidos, principalmente a través de su política monetaria.
Solo en épocas en los que el mercado mundial era favorable (últimos años de los 70 y primeros años de los 90) las políticas económicas neoliberales pudieron tener cierto éxito en términos de inversión, aunque en esos años también pudieron atraerlas países como China con una fuerte impronta estatal. Si bien nunca se puede descartar un cambio en el escenario internacional, de seguir todo como ahora, los nubarrones negros en el horizonte se pueden volver cada vez más amenazantes, y de ellos no surgirá la lluvia que espera el gobierno.
* Coordinador del departamento de economía política del CCC.
Por Ariel Aguilar *
En el marco del Foro de Inversión y Negocios que se llevó a cabo en el Centro Cultural Kirchner (CCK), donde empresas internacionales llegaron en búsqueda de oportunidades de negocios en energía, minería, biotecnología, turismo y servicios, debemos plantear la discusión de qué tipo de inversiones convienen y qué proyecto productivo queremos para nuestro país. En la misma línea de la Cumbre de negocios, el Gobierno está presentando en estos días el llamado Plan Productivo Nacional en donde plantea su modelo productivo para nuestro país. El plan contiene políticas orientadas a aumentar la productividad y políticas de reconversión de los sectores con problemas de competitividad. Postula metas de crecimiento similares a Uruguay y Chile y segmenta a los sectores productivos nacionales en tres conglomerados: sectores con alta competitividad, entre los que nombra aceite de origen vegetal, productos de molinería y productos lácteos; sectores de media competitividad como la biotecnología, el software y los servicios profesionales; y sectores de baja competitividad. Asimismo, entre los de baja competitividad, diferencian entre el “sector latente”, con posibilidades mínimas de crecimiento, como automóviles, autopartes, maquinaria agrícola y medicamentos; y, por último, los sectores del calzado, textil y electrónica como: sensibles a reconvertir.
Los ejes políticos de este proyecto son la inversión en infraestructura, innovación y tecnología; cuestiones innegablemente positivas y que los empresarios argentinos demostramos acompañar durante los años de crecimiento industrial: cuando hubo mercado, hubo inversión. Sin embargo, otro de los ejes se refiere a la productividad laboral y hace mención a una reducción de los “costos laborales”. Esta idea puede resultar un problema si de lo que estamos hablando es de bajar salarios. Las pymes argentinas se nutren del consumo interno de los trabajadores.
Los sectores definidos “como sensibles a reconvertir” generan miles de empleos indirectos (se calcula que por cada directo, hay por lo menos dos indirectos) y suman además, una larga trayectoria productiva, con la correspondiente acumulación de saberes. Algunos como calzado marroquinería y textiles procesan materias primas y suman alto valor agregado. Esto genera una gran distribución del ingreso y ampliación del mercado interno.
El Plan Productivo del Gobierno toma como ejemplo la estrategia de crecimiento de Australia, ponderando la generación de empleo de calidad por medio de una apertura gradual y una reconversión productiva. El modelo australiano se basó no solo en una apertura de la economía y eliminación de barreras comerciales, sino también reduciendo la cantidad de sindicatos y a través de un fuerte esquema de privatizaciones.
Australia es básicamente exportador de materias primas: minería y productos agrícolas; y un país donde los servicios han reemplazado a la industria. Si bien el PBI per cápita es tres veces superior al nuestro, hay que tener en cuenta su población de 23 millones de habitantes, la mitad de la población argentina. Nos preguntamos entonces si la Argentina puede o debe copiar un modelo como el australiano.
Siguiendo el Plan Productivo del Gobierno, ¿qué hacemos con el millón de empleados de los sectores de mano de obra intensiva que hoy existen en los sectores productivos de nuestro país?
Coincidimos en que hay que discutir competitividad, pero ésta no puede pasar por pagar salarios de 150 dólares o transformarnos en exportadores de materias primas únicamente. Tenemos que trabajar en todos los costos de las cadenas de valor, que incluyen desde los insumos básicos concentrados, pasando por la presión tributaria y los costos financieros.
No nos podemos plantear un país más chico o un país donde el derrame que supuestamente generan las materias primas o los servicios llegue a todos los que lo necesitan. Nada redistribuye más que la industria y en nuestro país deben vivir y ser incluidos casi 50 millones de personas, no 23 millones.
* Empresario pyme.
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