Domingo, 11 de junio de 2006 | Hoy
ECONOMíA › MIRADAS AL MODELO
Por Claudio Scaletta
La irrupción del ex ministro Roberto Lavagna como un potencial competidor electoral del oficialismo abrió un debate hasta ahora dormido y que puede ser útil para profundizar en la naturaleza de la política económica. ¿De qué signo es la política económica del Gobierno? La respuesta a esta pregunta se debate en la sociedad en tres dimensiones. La visión desde la ortodoxia, las autodefiniciones del Ejecutivo y los reclamos de los economistas enrolados bajo la lábil definición de “progresistas”.
- Cuando se mira al Gobierno desde la ortodoxia las respuestas son previsibles. A pesar de que no pocos economistas del establishment dicen acordar en un “90 por ciento” con la política económica, en particular por su énfasis en el superávit fiscal, es un hecho que desde esta perspectiva abundan las herejías heterodoxas. En particular: la contención relativa de las tarifas, la abultada quita de la deuda, las críticas al FMI y a las privatizadas y la intervención estatal en algunos mercados, desde las subas salariales por decreto a la veda de exportaciones de carne. En esta línea existiría una relación lineal entre heterodoxia e “izquierda”.
- Si es por autodefinición las dudas ideológicas son menores. Las respuestas a las críticas de Lavagna son un buen ejemplo. Desde el kirchnerismo de paladar negro se acusó al otrora ministro estrella de ser poco menos que un infiltrado de la derecha y los grupos económicos. La acusación es en principio extraña para quien, cuando el producto no encontraba fondo y se auguraba la hiperinflación, consolidó no pocas directrices del actual modelo. Desde el Gobierno aducen, sin embargo, que la partida de Lavagna se debió, precisamente, a sus posiciones “pro establishment”, las mismas que hoy construyen su candidatura. Fue el propio Néstor Kirchner quien reforzó esta semana la idea de divergencias de fondo y no sólo de forma. A diferencia del espíritu del Gobierno, deslizó el Presidente, Lavagna propiciaba el aumento de tarifas, rechazaba por inflacionarios los aumentos salariales, estaba conforme con una menor quita de la deuda, se oponía al pago adelantado al FMI y tenía una actitud condescendiente con el poder económico. El resto corrió por cuenta del ex ministro, quien no se privó de criticar las restricciones a las exportaciones cárnicas para controlar precios internos y de sumarse a la visión estadounidense en materia de política exterior.
- Las críticas desde la centroizquierda. La política que se espera de un gobierno de centroderecha es la neoliberal. La historia muestra que cuando el neoliberalismo llega al gobierno emprende “reformas estructurales” muy precisas: desregulación, apertura y privatizaciones. Aunque salir de este camino no significa necesariamente reestatizar y cerrar la economía, sí –en esto coinciden todos los economistas consultados– resulta necesario revertir sus consecuencias sociales. La nueva vía sería una suerte de “contrarreforma estructural” para conseguir que el crecimiento sea acompañado por una redistribución progresiva del ingreso. En esta materia, el grueso de los economistas considera como pendientes dos reformas clave: la tributaria y la previsional. En pocas palabras, terminar con un sistema impositivo que castiga más a quienes menos tienen y con el confiscatorio filtrado de hasta el 40 por ciento de los aportes previsionales a manos de las AFJP.
¿Por qué no se realizan estas reformas en un gobierno que se autodefine de centroizquierda?
Para el director del Cespa, Jorge Schvarzer, no sólo están pendientes las reformas, sino incluso “la pregunta misma de por qué no se hacen estas reformas”, algo que en el entorno gubernamental “nadie parece indagar”. No obstante, el economista del Plan Fénix reconoce que en al menos una de las dos materias interfiere una limitación política, y en este sentido extraeconómica, vinculada a las alianzas del Gobierno. “Una reforma tributaria profunda demanda discusiones de fondo que no son sólo lasnormas impositivas de IVA y Ganancias, sino también redefinir la coparticipación federal, un tema bastante complejo. Igualmente no sería justo decir que el sistema no disminuyó su regresividad. Aunque en alguna medida responda al crecimiento, hoy se cobran más Ganancias y se complementan con las retenciones. Para algunos sectores, como el petrolero, supone una tributación importante. Lo dicho no quita que ya sea tiempo de iniciar una reforma más profunda. Menos comprensible, en cambio, es la cuestión previsional, un negocio que atenta incluso contra la libertad de mercado al mantener afiliados cautivos que en muchos casos ingresaron de prepo al sistema, algo inadmisible.”
Para el economista de la CTA Martín Hourest, el espacio para el cuestionamiento del mercado como asignador de recursos quedó reducido a su mínima expresión. “Ya no se discute la primacía de las relaciones mercantiles. Se capituló en la crítica al mercado, entendido como eufemismo para hablar del capitalismo, como organizador de la sociedad. Está claro que el Gobierno apuesta a las soluciones de mercado, cuando en el contexto actual la distribución regresiva del ingreso no puede resolverse por esta vía. Además, el propio Presidente dijo que no se está pensando en ningún tipo de reforma tributaria. No hay interés. Creo que dejando de lado el cuestionamiento al capitalismo, lo que es netamente de izquierda, ser de centroizquierda supone impulsar la inclusión y la expansión de ciudadanía. No alcanza con lamerse las heridas del pasado, apelar a los desaparecidos y criticar el neoliberalismo, hay que pensar en cómo será lo nuevo, el futuro.”
Héctor Valle, director de FIDE, considera que la política del Gobierno debe entenderse dentro del accionar global de la centroizquierda en América latina. Para el economista, ni Chile ni Uruguay, y mucho menos Brasil, están siendo consecuentes con los postulados ideológicos impulsados desde el llano por los partidos que hoy ocupan el gobierno. En esta línea, el caso de Argentina sería bastante diferente. No obstante, Valle considera que “son necesarias una estructura tributaria menos regresiva, revisar la experiencia negra de las AFJP y también algunas privatizaciones”, puntos que requieren un análisis diferenciado. En materia de reforma tributaria el economista cree que en el Gobierno existe conciencia de su necesidad y, si todavía no se ha impulsado, ello se debería a una razón estratégica. “Nada garantiza que, al menos en el mediano plazo, una reforma tributaria progresiva tenga consecuencias sobre la distribución del ingreso, bien podría ocurrir que el IVA baje y los precios no. En este momento el Gobierno opta por los grados de libertad que le otorga el superávit fiscal y privilegia la construcción del fondo anticíclico.” Desde esta óptica, la reforma tributaria es riesgosa y eventualmente podría fracasar en términos de capacidad recaudatoria. No obstante, “bajar el IVA y aplicar Ganancias a las utilidades financieras sería una muy buena señal”. Más difícil de entender es por qué no se realizan al menos algunas reformas sencillas en materia previsional, como “mandar al Estado a quienes no deciden o permitir el regreso al Estado”.
Jorge Marchini, profesor de la Universidad de Buenos Aires, destaca el cambio de clima intelectual, dinámica que cuando se mira la economía no está exenta de paradojas. “No cabe duda que existió un cambio de lenguaje. Al igual que en muchos países de América latina, la terrible experiencia de los ’90 consiguió hacer desaparecer los tópicos del discurso neoliberal. Pero el cambio más importante ocurrió en el ciclo económico. Nuevos precios relativos, altos precios de las commodities, una buena salida del default y baja tasa de interés internacional se combinaron para conseguir un fuerte crecimiento. Es con el cambio de ciclo, surfeando sobre la ola del crecimiento, que empieza a pesar la cuestión ideológica. El superávit fiscal se volvió bandera de todos los gobiernos hasta convertirse en el verdadero eje de la política económica. Argentinasobrecumpliría hoy las viejas demandas de superávit del FMI. Si ésta es la línea de continuidad, todo lo que sea reforma es riesgoso. Hoy el Estado trata de reconstruir su legitimidad por la vía del gasto: se subsidian tarifas, se generan fondos fiduciarios para obras públicas, se recomponen parcialmente algunos ingresos muy retrasados. El problema es que el momento ideal para las reformas como la tributaria es durante la fase ascendente, no en épocas de crisis. Debe hacerse ahora. El Gobierno, en cambio, parece creer que el ciclo ascendente durará para siempre. Por eso, aunque no se hable de derrame, se espera que sea el crecimiento el que solucione los problemas de distribución. Y ello cuando, a 5 años de la crisis, está claro que la ola benefactora se asienta sobre la vieja estructura, mejorando la situación de los mismos sectores que se beneficiaban en la etapa anterior. Es en este punto donde realidad y discurso se disocian.”
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