Martes, 13 de noviembre de 2007 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
¿Qué tienen en común la crisis de la Escuela Superior Carlos Pellegrini y el desastre en el Indec? Que son instituciones que funcionaban más o menos bien, con algunos aspectos muy elogiables y otros no tanto. Que tenían responsables que trabajaban con profesionalismo, a veces con éxito y otras sin tan buenos resultados. Conducciones que reunían cierto consenso y aceptación de los involucrados directos, con las obvias resistencias de algunos sectores internos, como es previsible en un marco de respeto y convivencia democrática. Eran organizaciones que operaban con cierta normalidad y eficiencia y, teniendo en cuenta que desarrollaban su labor en Argentina, se constituían en casos a destacar. Sobresalían no porque se tratara de instituciones con nivel de excelencia, que maravillaran al mundo, sino porque en un contexto de destrucción como el que se vivió en el país durante muchos años pudieron cumplir simplemente con un modesto cometido: hacer las cosas relativamente bien.
Sin embargo, el traumático recorrido de esas organizaciones a lo largo de este año ofrece ciertas señales para empezar a comprender los motivos de la decadencia de un territorio denominado Argentina, zona geográfica del planeta convocada a principios del siglo pasado a ser una potencia. En concreto, a algo que estaba funcionando se lo destruye. Puede haber explicaciones políticas, de relaciones de poder, de ejercicio del poder o de necesidad de emprender una reforma, pero lo cierto es que aunque fueran correctas algunas de esas razones, el camino elegido fue demolerlos sin pausa, al Pellegrini y al Indec.
A esta altura, el problema ya excedió la crisis propia del instituto de estadísticas. Como el despropósito en el manejo del Indec supera la imaginación de hasta los más aventureros, lo que ha quedado en el centro de la tormenta es la figura del ministro de Economía. En estos momentos, no es relevante el personaje Miguel Peirano en sí, sino el lugar del ministro de Economía en una sociedad que no requiere de funcionarios todopoderosos, como los fueron José Alfredo Martínez de Hoz o Domingo Felipe Cavallo, pero tampoco el de un ministro inexistente y vaciado de autoridad.
La situación ha girado a un dilema difícil para la lógica del poder en el Palacio. Si Peirano se va, quien lo reemplace aceptando el copamiento del Indec por personal de Guillermo Moreno se convertirá en una figura decorativa y de escaso a nulo respeto por parte de los interlocutores habituales del Palacio de Hacienda. Y se ratificará la versión de que Néstor Kirchner se transformará en el ministro de Economía en las sombras de Cristina Fernández. En cambio, si Peirano se queda, Kirchner se mostrará admitiendo que ha sido un grosero error de su gestión sostener la gestión de Moreno.
La defensa de Guillermo Moreno por parte del presidente Néstor Kirchner ya forma parte de los misterios del poder, porque resulta difícil evaluar qué buenos servicios le ha prestado ese funcionario al Gobierno en lo que va del año. Si hubiera que evaluarlo por su labor en el campo de los precios y por el matonismo aplicado contra trabajadores del Indec, no habría tenido otro destino que el despido. Ningún funcionario como Moreno ha trabajado con tanta eficiencia para alimentar las expectativas inflacionarias, además de haberse convertido en un colador por donde pasaron todos los aumentos que dispusieron las empresas oligopólicas en el sensible mercado de los alimentos.
Ahora, Kirchner se enfrenta al desafío de facilitar lo que ya era una transición novedosa o de entorpecerla. Por el momento, también es novedoso que sean funcionarios del propio gobierno (Alberto Fernández y Julio De Vido) quienes se empecinan en complicar lo que se presentaba sencillo. La crisis del Indec y el futuro de Peirano han ingresado en una dinámica del poder, con las previsibles miserias e internas incomprensible para cualquier persona de la calle, que resulta inquietante sobre el posible saldo de esa puja. El sentido común indicaría que sería saludable frenar esa lógica de destrucción antes de terminar de devastar lo poco que aún queda en pie. Pero el mundo de la política y la construcción de poder tiene ese particular misterio que puede generar acontecimientos reconfortantes, como el renacimiento de una Corte Suprema respetable, o lamentables, como la demolición del Indec.
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