Sábado, 1 de marzo de 2008 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Raúl Dellatorre
Es lo habitual: pesó más el rumor que la desmentida. La impresión de que la estabilidad de Martín Lousteau estuvo en peligro quedó grabada a fuego, por más que se sobreactuaran la desmentida y su confirmación. El otro rasgo indeleble que dejó “el conflicto de la semana” fue que Guillermo Moreno fue, es y seguirá siendo una molestia implacable para cualquier ministro de Economía, por sus características expansionistas y su absoluto desprecio por las jerarquías que establece el organigrama de la cartera económica. ¿Cuál es el balance entre los costos y beneficios de tal actitud para el Gobierno? ¿Estará dispuesta Cristina Fernández a pagar los costos que su secretario de Comercio genere? ¿Es su criterio distinto del de su marido y antecesor? ¿El secretario de Comercio remite a Néstor y no a Cristina?
Una consulta entre interlocutores habituales de Moreno –en las pujas por precios y abastecimiento últimamente tan frecuentes– y funcionarios desplazados durante su gestión arroja algunas coincidencias básicas sobre el perfil del personaje. O, lo que es más interesante, coincidencias sobre el rol que juega en el Gobierno y en la actual política económica.
- Moreno sobreactuado. Quienes lo han tratado, y padecido, sospechan que “actúa” el papel de “malo de la película” a entera satisfacción propia y de sus mandantes. “Es el que hace el juego sucio, posando de intolerante; tiene algo de lo que era César Jaroslavsky en el alfonsinismo: si alguien se peleaba con el presidente o el gobierno, el que salía a responder era él en un tono absolutamente impropio para un presidente, pero diciendo lo que éste seguramente pensaba”, interpretó el integrante de un sector que suele confrontar con el Gobierno y el secretario en particular. “Hace de ‘chirolita’ de los Kirchner, representa la ejecución de las resoluciones que se toman en el plano político del Gobierno “, dijo, con cierto enojo, un analista cercano a sectores desplazados en algunas de las tantas pujas que tuvieron a Moreno como actor central. “Sin tanto respaldo del poder, no se explicaría que alguien cometa los desaguisados que hizo en el Indec y no salga de una patada”, remachó la misma fuente.
- Moreno negociador. Más de una vez, se escuchó de boca de funcionarios o de empresarios de primera línea hacer referencia al secretario de Comercio, en forma elogiosa, como “un duro negociador”. No es el concepto que tienen de él, justamente, quienes se sientan a confrontar intereses con el personaje de marras. “No negocia nada: ejecuta. Viene con una decisión cerrada y la impone, jamás acepta un debate. Ni siquiera de matices, cuando te toca estar en una posición cercana al Gobierno o coincidente en algún punto. Su frase habitual es ‘o estás con tal o estás con nosotros’, eligiendo a un tercero como enemigo común. Siempre es así, blanco o negro. Aceptás lo que él trae como propuesta o te lo impone de facto.” Como brazo ejecutor, entonces, actuaría de encargado de “explicar” a los sectores involucrados decisiones ya tomadas y ver hasta dónde adhieren y se asocian con el Gobierno en la implementación. Si no acuerdan, corren riesgo de quedar encasillados en lo que, genéricamente, podría denominarse “la vereda de enfrente”.
- Moreno “el ministro”. Más allá del fallido de la Presidenta que lo presentó el jueves como “el ministro”, el funcionario actúa como si fuera mucho más que un secretario. De hecho, nunca respetó jerarquías con los supuestos superiores: Felisa Miceli y Miguel Peirano antes, y Martín Lousteau ahora, vieron al titular de Comercio actuar por su cuenta, sin rendir cuentas ni compatibilizar enfoques. La diferencia, señalan los observadores cercanos, es que “Felisa tenía claro cuál era el juego político, y actuaba en función de ese poder oculto de Moreno, aunque le disgustara; Lousteau, en cambio, se creyó que iba a poder subordinar al secretario, como correspondería por un organigrama que es sólo formal; de ahí su actual desilusión”. Los que frecuentan la Secretaría de Comercio, sin embargo, dan por sentado que Moreno no llegará a ser ministro, por más que el actual renuncie. “No necesita el cargo para actuar como actúa; pero, además, sería exponerlo demasiado. Sus modos y estilo pueden resultarle muy útiles en el trato mano a mano con empresarios, pero puede traerle un dolor de cabeza mayúsculo al Gobierno si lo hiciera en otro ámbito o en público”, precisó la fuente.
- Moreno y “las internas”. Algo más de dos años en el cargo han dejado una interpretación en sus interlocutores que difiere por completo de la que suelen dar los comentarios periodísticos. “Moreno no es parte de una interna de Gobierno, no es de un sector ni de un funcionario que se enfrenta con otro. Eso es falso. Moreno es funcional a la política del Gobierno y a sus máximos referentes, el matrimonio Kirchner, y así hay que aceptarlo. Habrá, dentro del Gobierno, quien lo vea con más simpatía y otros con menos, pero no hay interna. El juega para las más altas esferas”, señalan. Y lo de “funcionarios de Néstor contra funcionarios de Cristina” es descartado de plano, casi sin buscar argumentos.
- Moreno y el modelo económico. En definitiva, más allá de estilos y mayor o menor cortesía en el trato, lo que importa saber es en qué medida el funcionario responde a las necesidades del modelo o lo pone en peligro. Y en el punto clave es donde se da la mayor controversia. La racionalidad política indicaría que el “estilo Moreno” mina internamente la estabilidad del Gobierno, le resta credibilidad hacia afuera y aleja a posibles aliados por los encontronazos que provoca. Como ya va por el tercer ministro con el que se enfrenta, ejecutando políticas “cortoplacistas” que irían a contramano de los planes productivos que los sucesivos titulares del Palacio de Hacienda quisieron implementar, podría leerse además que su accionar pone palos en la rueda de la conducción económica. En cambio, quienes defienden la función de Moreno justifican su accionar como “la fuerza de choque que necesita el Gobierno para disciplinar a los sectores empresarios”, particularmente en la política de precios. Es la descripción que suelen hacer funcionarios de otras áreas de gobierno que han compartido con él alguna “negociación”. Pero queda una tercera lectura sobre la relación entre el rol del secretario y el modelo.
Es la que hacen los representantes de pequeños o medianos productores y de empresarios de servicios o industrias de similar tamaño. Son los que se quejan de que, en los acuerdos de precios, “siempre terminan ganando los grupos más concentrados”: las industrias líderes cuando se trata de materias primas agrícolas elaboradas (lácteos, harinas, aceites); los frigoríficos más grandes cuando se trata de carnes, y las cadenas de hipermercados cuando se plantean acuerdos generales de precios sobre productos de consumo masivo. Sospechan, en tal sentido, de una instancia de negociación superior y previa a las pautas de los acuerdos que “le bajan” cuando las partes son convocadas a la mesa. Guillermo Moreno sería, simplemente, el transmisor de decisiones ya tomadas.
“En una economía donde la exportación está personalizada en un puñado de empresas, la producción por sector está fuertemente concentrada y la comercialización también tiene dueños con nombre y apellido, la política económica se reduce a acordar condiciones con ellos; el verdadero disciplinamiento lo impone la concentración”, explicó un economista muy respetado en esta franja de empresas de mediano y menor tamaño. Son las consecuencias menos deseables de una economía que funciona casi sin turbulencias: dólar quieto con reservas internacionales fuertes, saldo fuertemente favorable en el comercio exterior con precios de exportables en alza, alta recaudación impositiva garantizada por las retenciones sobre esos mismos productos y un sistema financiero poco exigido que se dedica a financiar el consumo y al sector público antes que a las actividades productivas. Los grupos concentrados siguen accediendo, mientras tanto, sin sobresaltos a la financiación externa.
En tanto las condiciones no cambien, el ministro de Economía podrá seguir ocupando un lugar secundario, mientras un funcionario de alto perfil con cargo de secretario de Comercio sigue actuando su rol, sea cual fuere éste entre las alternativas mencionadas.
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