Desde México, D. F.

La izquierda y su laberinto. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) es la segunda fuerza política nacional, pero no ha ejercido ese poder en las cámaras legislativas. Su único escenario de lucha parece ser la calle, pues sólo contempla los acuerdos cupulares entre el PRI (que toma las decisiones políticas, pese a ser la tercera minoría del país) y el PAN (que administra gerencialmente el gobierno federal). El PRD tiene enfrente no sólo la oposición a un gobierno que buena parte del país considera usurpador, sino la pretendida reforma petrolera de la administración del panista Felipe Calderón que apunta a la privatización de Petróleos Mexicanos y las elecciones federales legislativas de 2009 que resultarán determinantes para la próxima sucesión presidencial, en 2012. Batallas mayores para las que un partido como el PRD debería estar puesto a punto. Pero no. En lugar de ello, se desmorona en pugnas internas por el control de su propio aparato burocrático.

La crisis interna que vive la izquierda mexicana desde hace cuatro meses tocó fondo este sábado cuando la Comisión Nacional de Garantías del Partido de la Revolución Democrática (PRD) anuló las elecciones para renovar su dirigencia nacional realizadas el pasado 16 de marzo y que derivó en un feroz enfrentamiento entre corrientes hasta que fue designado un presidente interino integrante de una de ellas, la del senador Jesús Ortega, en su cuarto intento por presidir el PRD, proclive no sólo a negociar con la administración de Calderón, sino hasta a reconocerlo como presidente legal. La otra corriente, que impulsaba la candidatura de Alejandro Encinas, que se identifica con el autoproclamado presidente legítimo, Andrés Manuel López Obrador, tuvo que asimilar el golpe de perder momentáneamente el control del partido.

Si bien las formas internas de la izquierda nunca se han distinguido por su tersura, las últimas elecciones para designar presidente y secretario general del PRD, la del 16 de marzo de 2008 ha sido la elección más sucia en su historia. Las irregularidades incluyeron robo de boletas recién impresas; relleno, robo y quema de urnas; alteración de actas de escrutinio; suplantación de funcionarios de casilla, compra de votos y manipulación de resultados. Es decir, todo aquello que el PRD denunció como fraude electoral en la elecciones presidenciales de 2006 y que partió al país en dos.

Ahora es el propio PRD el que está fracturado, ante la imposibilidad de definir quién ganó realmente la elección interna de su dirigencia nacional. Mermada su autoridad moral para ejercer una oposición real ante los embates privatizadores de la derecha, dilapidado su capital político al extremo de la discapacidad legislativa y amenazado con regresar a sus bajos niveles de aceptación en el país (históricamente, de alrededor de 17%) en las elecciones para renovar diputados y senadores el próximo año, el PRD deberá convocar a su militancia –en un plazo máximo de 30 días– para repetir el proceso para darse una dirigencia nacional, sin saber aún cómo hará para cohesionarse y legitimarse ante sí mismo. Anularon la elección, pero no la limpiaron, y el riesgo de que se repitan las mismas prácticas prevalece.

Esto no ha terminado. Jesús Ortega amenaza con impugnar la decisión de la Comisión Nacional de Garantías ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que todavía analiza si anula las elecciones de buena parte de las dirigencias estatales que resultaron también contaminadas.

En medio de todo eso, la corriente de Andrés manuel López Obrador impulsa una suerte de referéndum para que la ciudadanía se pronuncie en torno a la pretendida privatización de Petróleos Mexicanos, históricamente la mayor fuente de ingresos para el Estado. Apoyada por unos cuantos gobiernos locales de izquierda, principalmente el de la capital del país, la consulta iniciará aquí a finales de mes y seguirá en varios estados.

* Especial para PáginaI12.