EL MUNDO › DOS MIRADAS SOBRE EL CONFLICTO ISRAELO-PALESTINO DESPUES DE 23 DIAS DE GUERRA

Ante el frágil cese del fuego

En el primer día en que se respetó la tregua en Medio Oriente, el mundo está expectante por ver cómo seguirá esta crisis. Mientras Israel anunció un cese unilateral de hostilidades en Gaza, Hamas le dio una semana para replegarse de su territorio.

Por Yiftah Curiel *

¿Por qué atacan a Israel?

“Por cierto que también inadmisibles... los ataques de Hamas”, dice el señor Boron en la nota “Gaza es Guernica” (16-01-09), antes de comenzar con una diatriba de odio en donde equipara las acciones de defensa de Israel con el régimen nazi. Su artículo no es ni esclarecedor ni original y representa un ejemplo más de los ataques contra Israel que han circulado en los medios de comunicación las últimas semanas.

Permítanme rescatar la frase que utiliza Boron para legitimar su posterior ataque a Israel: “Por cierto que también inadmisibles” –se refiere a ocho años y diez mil cohetes, misiles y bombas de mortero–. Se refiere a los ataques suicidas, a hogares destruidos, a civiles heridos y muertos y a 750 mil israelíes que vivieron estos años bajo la amenaza de bombardeos diarios y el constante temor de que ellos o sus hijos puedan estar en peligro en cualquier momento, sea en sus casas, escuelas o simplemente en las calles.

¿Dónde estaban los periodistas y los medios de comunicación durante estos ocho años en los que Israel sufrió, día tras día, ataques desde un territorio del cual se retiró unilateralmente en busca de una oportunidad real a la paz?

Israel lucha contra Hamas porque Hamas es una organización terrorista, con una única agenda: violencia, odio y fundamentalismo. Pero, por sobre todo, Israel lucha contra Hamas porque éste quiere asesinar a sus ciudadanos.

En estos días presenciamos extrañas protestas que se están llevando a cabo contra Israel en la Argentina. Extrañas, no debido a su simpatía hacia el pueblo palestino, que está sufriendo las consecuencias de esta guerra. En cambio, sí extrañas por las banderas del Hezbolá que se han visto frente a la Embajada de Israel –banderas de una organización a la cual la Justicia argentina acusa de ser la autora material de un ataque terrorista en esta misma ciudad, contra ciudadanos argentinos—.

Extrañas porque estas manifestaciones están siendo encabezadas por dirigentes que apoyan a un país acusado de los atentados terroristas y cuyos autores están siendo buscados por Interpol. Extrañas porque estas marchas representan un odio que no tiene nada que ver con el actual conflicto.

Boron sí hace una reflexión importante con respecto a Israel, el pueblo judío y el régimen nazi. El escribe que el Estado de Israel –con su población de siete millones, apenas un punto en el mapa del mundo– es “una amenaza para la humanidad”. Este es el mismo discurso utilizado por los nazis en su odio infinito hacia los judíos, un discurso que se repite hoy sin vergüenza por los políticos en los peores regímenes del mundo. Y también en la Argentina, al parecer.

* Agregado de Prensa y Cultura de la Embajada de Israel en Buenos Aires.

Claudio Katz *

Hay que ponerle fin a la ocupación

Israel afronta una situación sin salida como ocupante de Gaza. El derrocamiento de Hamas tornaría ingobernable ese territorio, aumentaría la presión de los refugiados y agravaría el desastre humanitario. En cualquier opción de reinicio de los ataques o prórroga del cese temporal de las hostilidades, se perpetuará el torrente de sangre que genera el colonialismo.

Aunque todas las encuestas indican aprobación a la matanza –entre una masa de votantes israelíes que ha girado a la derecha–, las marchas de repudio, la eventualidad de bajas y la desobediencia de reservistas podrían erosionar ese triunfalismo. La opinión pública recibe, además, una creciente comparación internacional de su ejército con los nazis. Esa dolorosa analogía puede suscitar un sentimiento de vergüenza.

La resistencia en Gaza se desenvuelve en condiciones terribles y con un limitado soporte de movilizaciones en Cisjordania. Pero esta escandalosa desigualdad en los enfrentamientos ha sido la norma de los últimos 60 años. En este lapso los palestinos no lograron recuperar sus tierras, ni construir su Estado, pero conquistaron la legitimidad de su demanda. La primera Intifada (1987) erosionó los mitos del sionismo, y el segundo levantamiento (2000) obligó a discutir las exigencias de los sublevados.

Dentro del movimiento palestino se ha ensanchado la brecha que separa a los resistentes de los sumisos. Mahmud Abbas reforzó esta segunda postura al culpar a Hamas de la agresión y aceptar los términos de la rendición que fijó Israel. Esta actitud corona varios años de subordinación de la Autoridad Palestina al ocupante. Desde que aceptó negociar un Estado inexistente, ese liderazgo concedió todo a cambio de nada.

El fin de la ocupación es la condición de cualquier solución al conflicto. Pero el problema no tendrá solución si continúa funcionando una máquina anexionista que reemplaza pobladores originarios por inmigrantes seleccionados con criterios étnicos.

La autodeterminación nacional de los palestinos es la prioridad, pero no podrá concretarse convocando a destruir el Estado de los israelíes. Este llamado supone la erradicación política del sionismo y no la eliminación física de los judíos, pero ha perdido vigencia y se malinterpreta con facilidad. Al cabo de varias décadas Israel ha forjado una nacionalidad propia que no puede abolirse.

La paz exige un reconocimiento mutuo entre palestinos e israelíes a partir del desmantelamiento de los dispositivos coloniales. Sólo este camino abrirá la perspectiva de dos estados reales, formas federativas binacionales o la mejor opción: un Estado único, laico y democrático.

La masacre de Gaza se consumó con el visto bueno de los sátrapas del mundo árabe, que combinaron el silencio prudente con la explícita complicidad. Egipto cerró la válvula de escape de Rafah, coordinó el cerco, bloqueó el socorro humanitario y autorizó la violación de su espacio aéreo. Conocía todos los detalles del ataque y no presentó ninguna objeción.

Los gobernantes de ese país ya no buscan domesticar la resistencia de los palestinos. Directamente avalan la desarticulación de ese movimiento porque temen su convergencia con las demandas sociales de todo el pueblo.

La matanza de las últimas semanas conmocionó al mundo. Las multitudinarias protestas neutralizaron a las minoritarias contramarchas pro-israelíes. La continuidad de esta acción callejera puede inclinar la balanza política contra los agresores, cualquiera sea el resultado de la operación militar. Muchas voces exigen juzgar los crímenes cometidos en tribunales internacionales.

En América latina se profundizó la simpatía hacia la causa de los palestinos y tanto Chávez como Evo Morales adoptaron la acertada decisión de expulsar a los embajadores de Israel. La Argentina es una pieza clave de este escenario por la fuerte presencia de comunidades árabes y judías que siempre han coexistido en armonía.

Las marchas a favor de Palestina han sido mayoritarias y promovieron el envío de ayuda a Gaza y la ruptura del convenio Israel-Mercosur. La Argentina ha sintonizado con el repudio mundial a una política criminal que pretende sepultar la paz en Medio Oriente.

* Profesor de la UBA e investigador del Conicet.

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