Viernes, 6 de marzo de 2009 | Hoy
EL MUNDO › CARGILL SE INSTALO A FINES DE LOS ’40 Y SELLO UNA ALIANZA CON LA DERECHA
Por María Laura Carpineta
Hugo Chávez no eligió un enemigo pequeño. Además de ser un pilar de la industria agroganadera estadounidense, Cargill es uno de los gigantes que controla la comercialización de granos en Argentina. Las cifras de la Secretaría de Agricultura de la Nación lo sitúan como el principal exportador del sector. En los últimos tres años amasó las ganancias del 22 por ciento de los granos, 20 por ciento de los aceites y 18 por ciento de las harinas que salieron del país. Registra ganancias por más de 2300 millones de dólares y tiene presencia en 40 localidades del país, pero sólo emplea a 3600 personas.
La empresa norteamericana no tiene campos en el país por lo que no produce granos ni carne. Pero la multinacional cerealera controla una importante porción del aún más redituable negocio de almacenamiento, transporte, elaboración y exportación de esos mismos productos. Más de 60 años después de abrir su primera oficina en Buenos Aires, la multinacional ha conseguido diversificar sus empresas no sólo en las principales industrias de granos, sino también en el negocio de la carne, fertilizantes y semillas.
Según un informe del Observatorio de Empresas Transnacionales que publicó en su columna Alfredo Zaiat en mayo pasado, Cargill actualmente posee 45 acopios, cinco puertos cerealeros, cuatro plantas de molienda de oleaginosas, siete molinos de trigo y dos malterías. Además es dueño de cuatro empresas: Finexcor (frigoríficos), Mosaic (fertilizantes), Renessen (comercialización de maíces especiales, junto con la también estadounidense Monsanto), Harinas Mercosur (principal exportador en Argentina).
A pesar de su enorme peso económico, el nombre de Cargill prácticamente pasó inadvertido durante el conflicto entre el campo y el Gobierno el año pasado. La multinacional no se veía afectada por el decreto de ley de la presidenta Cristina Fernández que aumentaba las retenciones sobre las exportaciones agrícolas, ya que el impuesto se grava sobre el productor y no el comercializador.
El tema amenazó con despuntar cuando el líder de los productores autoconvocados de Entre Ríos Alfredo D’Angeli se quejó de las retenciones, pero también de la tajada que se llevaban las grandes empresas que almacenan, transportan y comercializan los granos y la carne. Una de ellas, casualmente, Cargill.
Según cifras de la multinacional estadounidense, en 2006, un año antes del auge de los precios internacionales de las commodities, había ganado 2300 millones de dólares sólo en concepto de exportaciones en Argentina. Sin embargo, ninguna de las entidades de la mesa de enlace se lanzó contra Cargill o las otras multinacionales que controlan la industria del agro, como Bunge y AGD. Tampoco lo hizo el gobierno argentino.
Después de su llegada al país, a finales de los cuarenta, Cargill no sólo fue creciendo y expandiéndose económicamente, sino también puliendo sus contactos políticos. En 1979, como miembro del Centro de Exportadores de Cereales, apoyó una solicitada a favor de la dictadura dirigida por Jorge Rafael Videla. Tres años después, meses antes de que asumiera el gobierno radical, la multinacional cerealera fue una de las beneficiadas con la nacionalización de la deuda privada que aprobó el entonces joven Domingo Cavallo.
Más allá de los cambios en el poder de turno, los contactos de Cargill con la derecha argentina siguen muy frescos. El gigante cerealero fue uno de los principales sponsors del congreso que organizó el año pasado la conservadora Fundación Libertad en Rosario, en pleno conflicto entre el Gobierno y el campo. Entre los oradores invitados se destacaban figuras como el ex asesor de José Alfredo Martínez de Hoz, el cubano Armando Ribas.
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