Lunes, 12 de abril de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Eric Nepomuceno *
A lo largo de sus primeros dos años y medio como gobernador del estado de Río de Janeiro, período en que lanzó una política de confrontación abierta con el narcotráfico instalado en las favelas, Sergio Cabral defendió, contra viento y marea, el uso de la extrema violencia por parte de la Policía Militar. Los resultados fueron funestos para los moradores de esas barriadas pobres. Ahora, el mismo Cabral surge con una novedad: quiere “pacificar” a las favelas gracias a las UPP, o Unidades de Policía Pacificadora. En su gobierno, la confrontación con los traficantes que controlan la casi totalidad de las más de mil favelas mató a docenas de habitantes sin vinculación alguna con el crimen. Esa política sirvió únicamente para transformar a la policía de Río en la que más mata en todo el mundo, y aumentar de manera impresionante el número de víctimas inocentes bajo la ley del gatillo alegre.
Frente a la ineficacia irremediable de su plan original, Cabral cambió de rumbo. Pretende sanear las principales favelas de Río expulsando a los traficantes e instalando puestos policiales permanentes (ya no se trata de entrar, disparar un sinfín de tiros y luego salir, abandonando a los favelados a su propia suerte: ahora se entra, se expulsa a los narcos y un contingente policial se queda). Además se prometen beneficios que van de la pintura de las casas a guarderías infantiles. Gracias a generosos recursos del gobierno federal, las favelas recibirán desagüe, alumbrado público, pavimentación, servicio de colecta de basura, escuelas y puestos de salud.
Candidato a la reelección, transformado por pase de magia en firme aliado del presidente Lula da Silva, el gobernador Cabral pretende hacer de las UPP una vidriera de sus calidades. Mientras, los traficantes expulsados de las siete primeras favelas en que fueron instalados esos puestos policiales se refugiaron en otros cerros, donde los narcos locales los aceptaron con mucha reserva. No pueden vender drogas, ni participan en la división del dinero del tráfico, por ejemplo. Con eso aumentó considerablemente el número de asaltos a comercios y bancos en la ciudad, y los secuestros, que poco ocurrían en los últimos años, volvieron a preocupar (fueron al menos cinco desde diciembre). Pero en las favelas ocupadas ya no circulan muchachos armados y el comercio de droga cayó mucho.
Las primeras UPP se instalaron en la zona sur (la considerada “zona dorada” de Río) y en la muy poblada favela Ciudad de Dios, en la zona oeste. A fines de marzo se instaló una UPP en la más antigua de todas (con más de un siglo), en el centro de Río. En los próximos cuatro años otras 55 recibirán UPP, formando lo que se anuncia como un cinturón de seguridad, con el objetivo de preparar la ciudad para el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Para esas unidades, la Policía Militar de Río destacó soldados recién salidos de su academia, evitando los “contaminados” (además de la violencia, la corrupción es otra característica de la PM del estado).
Se calcula que la población beneficiada directamente por las primeras siete UPP roza la marca de los 120 mil habitantes. Hasta el final del año se prevé que otros 180 mil moradores de favelas serán atendidos por esos puestos policiales. En cuanto a los beneficiados indirectos, su número es más difícil de calcular: son los propietarios de inmuebles vecinos a las favelas ocupadas por la policía, cuyo valor había caído vertiginosamente y ahora empiezan a experimentar una fuerte revalorización. En algunas calles de Copacabana e Ipanema, vecinas a las favelas donde se instalaron UPP, el precio de los inmuebles aumentó hasta el 50 por ciento en cuatro meses.
Esos cerros cariocas comienzan a recibir visitas variadas, del embajador de Estados Unidos a periodistas extranjeros, pasando por turistas europeos y norteamericanos que se extasían con la vista deslumbrante y todo el pintoresquismo que los miseria tour suelen brindar.
Encuestas realizadas en marzo indican que el 93 por ciento de los moradores de los cerros que recibieron UPP aprueba la novedad. Pero 68 por ciento de los encuestados dijo temer la vuelta, más temprano que tarde, del tráfico de drogas. Es que los jefes y jefetes del tráfico se fugaron, pero muchos de los que antes traficaban a la luz del día siguen en los cerros. Ellos avisan: un buen día, la policía se irá. Y cuando eso ocurra, los que colaboran con las UPP serán punidos. En el léxico local significa que serán muertos.
Además existe un antiguo –y justificado– temor de los favelados con relación a la Policía Militar. La brutalidad desmedida siempre ha sido la característica principal de cada operación policial en los cerros. También por eso el actual mando de la fuerza optó por destinar nuevas tropas –”no contaminadas”, explican los comandantes– a las UPP. La natural desconfianza de los moradores de las siete favelas beneficiadas no ha desaparecido. En cambio apareció una nueva e inesperada esperanza en las otras mil favelas de la ciudad, que aguardan a su vez en la interminable cola de los abandonados.
* Escritor brasileño.
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