EL MUNDO

Sin brazos ni hermanos, ni padre ni madre ni tío

Francisco Peregil
Enviado especial a Bagdad

Sin brazos, sin padre, sin madre, sin hermanos, sin tíos y sin primos. La bomba se llevó a doce de los suyos y lo dejó a él. El doctor Osama Salé entró con paso tranquilo en la unidad de quemados del hospital Kindi y advirtió: “Van a ver ahora la mayor tragedia del mundo”. Lo que había mostrado hasta ese momento no era precisamente ninguna comedia: un hombre de 60 años, alcanzado por la metralla la noche anterior cuando dormía, deliraba en su cama y aún no sabía que había muerto su esposa; otro hombre de 32 años yacía sin una pierna; en otra sala, cuatro niños que la noche antes jugaban frente a la casa de uno de ellos, se reponían de las fracturas. “El niño que van a ver se llama Alí Smain”, dijo el doctor.
El doctor Osama Salé, que habla buen inglés y algo de español que aprendió en Cuba, mostró también a una niña de cara sonriente, que dejó de sonreír en cuanto la madre mostró una foto de la hermana de la chiquilla, muerta cuando estalló una bomba. “Si ustedes luchan por la paz –les decía la niña a los brigadistas–, hagan algo para que se pare esto de una vez. ¿Qué hemos hecho para que maten a mi hermana?”
Nadie lo sabía aún, pero cuatro horas más tarde iba a llegar otra tanda de más de 35 heridos, producto de una nueva masacre en un barrio humilde del norte de Bagdad donde fallecieron ayer seis niños y una mujer adulta.
El doctor Osama Salé, que no tenía aún idea del trabajo que le esperaba por la tarde, volvió a advertirlo: “El niño que van a ver se llama Alí Smain. Y su historia es la más trágica que me ha tocado conocer hasta ahora”. Desnudo, con el sexo aún sin vello, los ojillos semicerrados, el niño Alí Smain parecía no enterarse de lo que le había pasado. Sobre su cuerpo habían colocado una bóveda de hierro para que la manta no le rozase la piel. Tenía el tronco y el abdomen quemados como un trozo de lata, los dos brazos amputados. “Ha perdido a su padre, a su madre y a los dos hermanos”, explicó el doctor. “Los padres vivían en Bagdad pero decidieron irse a un pueblo que está a unos 15 kilómetros al sur de la ciudad, una zona de campo, para evitar los bombardeos. Murieron anteayer a las dos de la madrugada. Por si fuera poco, Alí se quedó también sin ocho parientes que vivían en la casa de su tío, justo enfrente de donde sus padres. Ahora, si ustedes quieren les enseño unas fotos para que vean cómo quedó su familia.”
En ese momento entró una comisión de médicos griegos a la habitación de Alí. Alguna de las doctoras levantó las manos como diciendo qué podemos hacer. Otra dijo: “Siento vergüenza de todo esto”. Otra doctora se inclinó sobre Alí y comenzó a hablarle en inglés en el tono en el que se les habla a los niños cuando se pretende ser afectuoso con ellos. Pero Alí no entendía nada. La miraba con los ojos semicerrados.
Las fotos que enseñó momentos después el doctor en un ordenador son las que uno no querría ver nunca, el complemento necesario para comprender el destino de tanta ráfaga luminosa que atraviesa el cielo cada noche: un amasijo de brazos, piernas y cabezas donde de repente aparecía la mano de Alí Smain. También se le veía a él con los brazos como trozos de leño quemado, antes de entrar en quirófano. Y la cara de la madre en la morgue, toda negra, menos la boca, toda roja. Y una cabeza aplastada exactamente igual que una maceta. Y una cabeza con los ojos fuera de las órbitas y la boca desencajada, deformada, como si imitara el cuadro de “El Grito”.
“El niño no creo que pueda sobrevivir. Las quemaduras son demasiado profundas”, comentó el doctor Osama Saleh. Horas después, el mismo hospital recibía a decenas de niños heridos a consecuencia de un proyectil que estalló al norte de la ciudad, en uno de los barrios más pobres, y dejó un reguero de seis niños y una mujer mayor muertos. El barrio se llama Fdeia y está habitado por chiítas y kurdos en su gran mayoría.
Un proyectil cayó sobre las 14.30 en mitad de una calle de unos cuatro metros de ancho e impactó sobre varias casas. La explosión mató a tresniños y a una anciana de una familia y a otros tres menores pertenecientes a otra familia. Dejó también un reguero de 80 heridos.
Los nueve brigadistas españoles que se encuentran en Bagdad luchando por el “no a la guerra” se toparon ayer tarde con la llegada de heridos al Hospital de Kindi. “Hemos visto llegar a una niña de unos ocho años prácticamente muerta, con el cráneo destrozado, a una mujer metida en una ambulancia también con la cabellera totalmente desprendida del cuerpo y suelta en la ambulancia. También veíamos a padres con los chavales recién curados en brazos y algún hombre con la camiseta llena de sangre y enseguida nos fuimos al barrio”, comentó el coordinador de los brigadistas, Carlos Varea. “No sé cuánto tiempo va a durar esto ni durante cuánto tiempo podremos soportarlo”, comentaba el doctor Osama Saleh. En una ciudad cuyos cuatro millones de habitantes se acaban de quedar en su gran mayoría sin teléfono, a consecuencia de los bombardeos sobre los centros de telecomunicaciones, ¿cómo se las arreglan las ambulancias para llegar al lugar de las explosiones? “No lo sé”, confesaba el médico. “Supongo que hay ambulancias en cada barrio y que al oír la explosión se acercan allí.”

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“Van a ver ahora la mayor tragedia del mundo”, anunció el médico antes de mostrar al niño.
 
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