Sábado, 18 de febrero de 2012 | Hoy
EL MUNDO › TRAS EL LLAMADO DE LA ASAMBLEA DE LA ONU PARA QUE ASSAD CEDA EL PODER
Alauitas y cristianos están marcados por la experiencia de Egipto, donde el derrocamiento de Hosni Mubarak provocó más persecución para los cristianos y un crecimiento en los partidos políticos islámicos. Huyen de sus casas.
Por Charlotte McDonald-Gibson *
Miembros de la comunidad de la minoría alauita de Siria están huyendo de sus casas y ocultándose, aterrados porque los rebeldes vengadores los persigan a medida que más áreas del país caen bajo el control de los combatientes que tratan de derrocar al presidente Bashar al Assad. Mientras muchos países han apoyado a la oposición, con la Asamblea General de la ONU aprobando el jueves a la noche una resolución pidiéndole a A-ssad que ceda el poder y Gran Bretaña comprometiéndose con 2,3 millones de euros para asistir a los sirios afectados por la lucha, la situación permanece funesta.
Las tropas sirias continúan con sus bombas sobre el baluarte central de la oposición de Homs y las fallas en las líneas diplomáticas prevalecen. China y Rusia votaron contra la resolución de la ONU y Beijing envió un diplomático a Damasco. En París, sin embargo, David Cameron y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, dijeron ayer que estaban debatiendo qué otra asistencia le podían brindar a la oposición.
Pero son las divisiones sectarias en el terreno las que están amenazando escalar el derramamiento de sangre, alimentado, de alguna manera, por la determinación de A-ssad, un alauita, de hundir a Siria en el caos antes que admitir la derrota. Wafaa Ahmad, una vendedora de seguros de una familia alauita de clase media, llevó durante los últimos 42 años una vida tranquila. Interrogada acerca de la actual masacre en su hogar en Homs, ella estalla en lágrimas y furia, feroz en su apoyo de matar a Assad.
“Si usted es un asesino, hay que matarlo. Es usted o yo. Es un caso de existencia: su vida o la mía. No soy una asesina, pero estoy lista para estar armada y matar si con eso le pongo fin a lo que está sucediendo”, le dijo a The Independent. Es el miedo lo que produce el odio en Ahmad.
Alauitas y cristianos están marcados por la experiencia de Egipto, donde el derrocamiento de Hosni Mubarak provocó más persecución para los cristianos y un crecimiento en los partidos políticos islámicos. Un peor destino les esperaba a los leales al régimen en Libia, donde las milicias armadas castigaron brutalmente a aquellos que eran percibidos como partidarios del coronel Muammar Khadafi.
Siria es un delicado tapizado de religiones. Miembros de la rama sunnita musulmana del Islam representan más del 70 por ciento de los 22 millones de habitantes de Siria. Pero durante décadas han sido marginados de las posiciones de poder por miembros de la secta alauita de la familia Assad, una rama del chiíta islámico que representa el 12 por ciento de la población de Siria. Sumada a esta mezcla hay una significativa población cristiana y drusa.
Y mientras muchos miembros de la oposición están desesperados por mantener por siglos su revolución, los informes de los funcionarios de Estados Unidos de que extremistas sunnitas y combatientes de Al Qaida entran a Siria desde Irak provocan aún más temor y le hacen el juego a la narrativa del régimen de un levantamiento islamista. Muchos sunnitas también tienen un sentimiento de rabia contra los alauitas que se han puesto del lado del gobierno aun cuando cometen atrocidades.
El sectarismo estaba ya en la sociedad siria y ellos (el régimen Assad) “lo usaron y jugaron con él”, dijo un ingeniero de Damasco, un cristiano que apoya a la oposición. Mientras ambas partes del conflicto se desviven por demostrar que son ellos los que pueden proteger a las minorías, es la familia Assad la que tiene una larga trayectoria en ese sentido. “Hay una tendencia a decir que el régimen sirio estaba protegiendo a las minorías”, agregó el ingeniero. “Pero Assad no está protegiendo a las minorías: se está protegiendo a sí mismo con las minorías.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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