Viernes, 15 de marzo de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Ulrich Beck *
A nivel conceptual, la Unión Europea es una historia de no y de ni. No es una nación ni es un Estado y tampoco es una organización internacional. Para poder describirla y comprenderla utilizamos categorías que no se adecuan a Europa –esta comunidad política singular no puede explicarse utilizando los conceptos tradicionales de política y estado que siguen atrapados en el nacionalismo metodológico–.
Los que piensan en Europa en términos nacionales no sólo no reconocen su realidad, sino que además reproducen los obstáculos creados por ellos mismos y que se han convertido en la marca distintiva de su acción política. Esto se puede observar hoy en la crisis del euro. Cuando se introdujo el euro, muchos economistas sabelotodo advirtieron que la creación de una unión monetaria antes de una unión política era poner el carro delante del caballo. No quisieron o no pudieron comprender que ésa era precisamente la intención. El euro y sus predecibles consecuencias políticas problemáticas forzarían a los gobiernos y a los países atrapados en sus egoísmos nacionales a extender la unión política a través del poder de sus propios intereses materiales, como lo dicta el imperativo cosmopolita: coopera o revienta.
En realidad, la Europa del mercado ha contribuido a la creación de la crisis de deuda financiera y estatal –ver Irlanda– y los instrumentos institucionales de la UE están siendo devaluados sucesivamente por el cambio de humor y los riesgos financieros. Sin embargo, la UE todavía necesita encontrar una respuesta institucionalizada diseñada para enfrentar estas crisis. En otras palabras, la UE está imposibilitada de actuar, y en este momento la iniciativa política para superar las crisis se halla completamente en manos de los gobiernos nacionales.
La expectativa de la catástrofe, si el euro cae también lo hará la UE, ya ha originado una profunda transformación del panorama de poder europeo. Al momento de tomar decisiones no es la Comisión de la Unión Europea ni el presidente de la UE ni el presidente del Consejo de la UE los que lo hacen, sino la canciller alemana. Nadie tuvo la intención de que sucediera esto, pero a la luz de un posible colapso del euro, Alemania se ha convertido en el “imperio accidental” (The Guardian, septiembre de 2012). Timothy Garton Ash resumió así la situación en febrero de 2012: “En 1953 el novelista Thomas Mann hizo un llamamiento a una audiencia de estudiantes en Hamburgo para luchar por una Alemania europea y no una Europa alemana. Este emotivo compromiso fue repetido incesantemente en el momento de la unificación alemana. Hoy existe una variante que pocos imaginaron: una Alemania europea en una Europa alemanizada”.
Sin embargo, Angela Merkel no es Angela Kohl ni Angela Brandt. El canciller Kohl había afirmado en su programa de gobierno para 1991 a 1994: “Alemania es nuestra patria, Europa nuestro futuro”. Y durante la primera sesión del Bundestag alemán, Willy Brandt había afirmado: “Los alemanes y europeos están hechos el uno para el otro, son uno ahora y es de esperar que lo sean para siempre”. El sesgo económico nacionalista que le ha dado Merkel a esta declaración toca un punto sensible, y no sólo entre los vecinos europeos de Alemania. En lo que concierne a Europa, Merkel se ha conducido como Angela Bush. Del mismo modo en que el presidente de los Estados Unidos George W. Bush utilizó el riesgo del terrorismo para imponer su unilateral “Guerra al terrorismo” al resto del mundo, Angela Bush está utilizando el riesgo financiero de Europa para forzar unilateralmente una política de estabilidad alemana al resto de Europa.
Hay un nuevo tipo de poder que da forma al panorama europeo. La afinidad política entre Merkel y Maquiavelo, el modelo Merkiavelo, como me gustaría denominarlo, se apoya en dos componentes que se refuerzan mutuamente.
Primero, Alemania es el país más rico y más poderoso económicamente de la UE. Frente a la crisis financiera, todos los países deudores dependen de la voluntad alemana de extender el crédito para su supervivencia económica. Pero esto resulta trivial para lo que se conoce como teoría de poder, y no es lo que constituye el maquiavelismo de Merkel. En realidad, comienza con el hecho de que Merkel no toma partido en el furioso conflicto entre los proeuropeos y los euroescépticos o, para ser más preciso, ella vota a favor de ambas posiciones encontradas. No demuestra solidaridad con los europeos (locales y extranjeros) que exigen que Alemania se comprometa formalmente, ni tampoco apoya al partido de los euroescépticos, que quieren rechazar toda ayuda. En cambio, Merkel une la disposición alemana hacia extender el crédito con la disposición de los países deudores a satisfacer los requerimientos de la política de estabilidad alemana, y éste es el punto merkiavélico. Esto es lo que le permite ser dos cosas al mismo tiempo, la abanderada ortodoxa del estado nación y la arquitecta de Europa, y puede jugar cualquiera de estos roles incompatibles según la situación.
Segundo. ¿Cómo se puede superar la contradicción entre estas posiciones en el ejercicio político? Se lo puede hacer a través de lo que Maquiavelo llama virtù, entendida como la capacidad, la energía política y el ansia de actuar para el logro de algo. Este es el punto adicional: la base del poder de Merkiavelo es el deseo de no hacer nada, su titubeo, su arte de la vacilación. La posición de poder alemana en esta Europa agobiada por la crisis es precisamente esta vacilación deliberada, esta mezcla de indiferencia, rechazo de Europa y compromiso con Europa. La vacilación como táctica disciplinaria es el método Merkiavélico.
El modo de coerción no es la invasión agresiva del dinero alemán, sino, por lo contrario, la amenaza de abandonar, retrasar o rechazar el crédito. Si Alemania no da su acuerdo, los países deudores enfrentan una ruina inevitable. Por lo tanto, sólo existe una cosa peor que ser invadido por el dinero alemán, y es no ser invadido.
Mientras tanto, Merkel ha perfeccionado esta forma de dominación “reticente” que se legitimiza a través del himno solemne a la frugalidad. Lo que parece ser la esencia de lo apolítico, es decir no hacer nada, está transformando el panorama del poder europeo. De esta manera, el ascenso de Alemania al poder hegemónico en Europa está siendo simultáneamente promovido y disimulado. Este es el artificio que Merkel domina y su guión en realidad se origina en Maquiavelo (aunque supuestamente Merkel no lo haya leído). Las políticas de riesgo europeas a la Merkel merecen ampliamente el nombre de Merkiavelo.
* Sociólogo de la Universidad de Munich y la London School of Economics.
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