Sábado, 30 de marzo de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Jorge Rivas *
Según los mejores diccionarios de la lengua española, laico significa “independiente de cualquier credo religioso o poder eclesiástico”, o de “cualquier organización o confesión religiosa”. Un Estado laico, entonces, libre de todas las religiones, tolera a todas como simples creencias respetables de los individuos, sin favorecer ni privilegiar a ninguna, en ningún sentido.
De modo que el laicismo resulta una condición necesaria para la efectiva igualdad ante la ley de todos los ciudadanos y para el ejercicio de la soberanía por parte del Estado. Esto es así, ya que en un Estado laico no existe ninguna norma religiosa que pueda ponerse por encima del interés del conjunto de la población, ni institución alguna que esté por encima de las que son elegidas por voto universal. En ese sentido podemos decir que un Estado democrático no puede, sino que debe ser laico.
En los orígenes del Estado argentino, muchos de sus ideólogos y constructores quisieron imprimirle esa orientación con claridad. Sin embargo, debieron aceptar las fuertes limitaciones que imponía la persistencia de la tradición religiosa. La Constitución de 1853 expresó esa transacción. Así, sancionaba la libertad de cultos, pero imponía la pertenencia a la fe católica como condición para acceder a la Presidencia, requisito eliminado recién con la reforma de 1994. Por otra parte, el artículo 2º, aún vigente, establece que “el Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”.
A partir de la sanción de la Ley Suprema, el Estado nacional debió esperar treinta años para empezar a avanzar sobre el poder real que la Iglesia Católica retenía en ciertos aspectos centrales de la vida pública. Lo hizo al sancionar, en la década de los ’80, la educación común, obligatoria, laica y gratuita, el matrimonio civil y el registro de nacimientos y defunciones. Hubo para ello que librar duras batallas parlamentarias y saldar intensos debates en la sociedad civil, sin excluir un conflicto de autoridad con los representantes locales del papado.
Más adelante, la Iglesia y los dirigentes políticos que expresaban sus posiciones se opusieron tenazmente al divorcio vincular, para cuya sanción fue necesario esperar hasta 1985, en una clara demostración de cómo las creencias dogmáticas de un número de ciudadanos pueden impedir a los que no las comparten el ejercicio pleno de sus derechos.
Ya durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner se registraron nuevos pasos adelante, como la muy resonante y trascendental sanción del matrimonio igualitario, resistido con denuedo por la Iglesia, en particular por su máxima autoridad en la Argentina, el cardenal Jorge Bergoglio.
En los tiempos que corren, las sociedades civiles son en rigor mucho más laicas que los Estados, y en muchos casos están forzando a esos Estados a corregir muchos de sus vicios confesionales. Volviendo a la Argentina, si bien las limitaciones a las que nos hemos referido hacen que no podamos enorgullecernos de que nuestro Estado sea verdaderamente laico, también debemos señalar que el movimiento de progreso social y de reformas democráticas que está en marcha y que debemos consolidar y profundizar permite abrigar esperanzas en ese sentido. Claro que la derogación del ya citado artículo 2º de la Constitución Nacional sería un paso necesario.
La tarde del último 13 de marzo nos sorprendió a todos la noticia de la designación de Bergoglio como el nuevo papa de la Iglesia Católica. Como buen agnóstico, le deseo mucha suerte en su “misión”, la que supongo debe ser muy compleja. Y sobre todo tengo la esperanza de que su reinado no se convierta en un nuevo obstáculo para que nuestro país continúe la marcha iniciada hace una década, hacia un Estado moderno con menos espacio para el oscurantismo medieval.
En cualquier caso, aunque la historia de la Iglesia Católica juegue en contra, estoy seguro de que más allá del ardor papal seguiremos marchando con paso firme hacia una mayor inclusión social, con expansión de derechos, de modo que nuestra democracia sea cada día más genuina. Y nuestro Estado, verdaderamente laico.
* Diputado nacional - Confederación Socialista (bloque FpV).
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