EL MUNDO › COMO ES LA CRISIS QUE GOLPEA A LA PRINCIPAL ECONOMIA EUROPEA

Alemania, un modelo para desarmar

“Si en 10 años no ocurre nada y las cosas siguen así como hasta ahora; si nuestras exigencias fuerzan los sistemas de seguridad social, en 10 años estaremos donde ahora está la Argentina”, dice un portavoz de la patronal alemana. Aquí, un paseo por la crisis que ya paró la locomotora de Europa.

Por José Comas*
Desde Berlín

Todas las mañanas, un camión recoge en los más lujosos hoteles de Berlín la ropa sucia y parte con ella en dirección a Francfort del Oder, a unos 80 kilómetros de la capital alemana. La carga atraviesa en un transbordador el río fronterizo entre Alemania y Polonia deja la ropa sucia y recoge la limpia para traerla de vuelta a Berlín. En el hotel Adlon, el más de moda y de mayor prestigio hoy día, al lado de la famosa puerta de Brandeburgo, no les hace gracia hablar del tema y piden comprensión: “Tenga en cuenta que tenemos 400 empleados y costos muy elevados. Lavar la ropa en Polonia sale mucho más barato y el trabajo se hace con total garantía”.
A unos 500 kilómetros de Berlín, en la región de Franconia, en Baviera, se encuentra la sede de la empresa que puso en práctica la idea de lavar la ropa sucia alemana en Polonia. Frank Richter, de 41 años, se crió en el ambiente hotelero donde trabajaba su familia y ahora se encuentra al frente de la firma que lleva su nombre, una sociedad de responsabilidad limitada que emplea a unos 500 asalariados. Richter explica que la empresa encargada de lavar la ropa en Polonia es una subcontratada de la casa madre en Baviera. El motivo para el trasiego de ropa sucia entre Alemania y Polonia es obvio: “Los costos salariales en Polonia son la quinta parte de los de Alemania y además hay menos problemas con las normas sobre tratamiento de los residuos de los productos de limpieza, y esto abarata los costos”. Un recién llegado a Berlín necesita un armario-ropero de un cuerpo para la casa y cinco elementos para colgar en la cocina. La avanzada tecnología alemana está reñida con la idea de los armarios empotrados. Nuestro hombre acude a la multinacional sueca especializada en vender muebles en trozos para montar y es una persona que en Alemania se define como “zurdo de ambas manos”, es decir, inútil total con el destornillador y el martillo. Después de pagar unos 550 dólares por los muebles, el cliente se dirige al departamento de transporte y montaje, donde le informan que el importe del servicio asciende a 425 dólares. Tras preguntar con ironía si para ese menester, unas tres horas de trabajo, la empresa emplea a licenciados en estomatología, el nuevo vecino de Berlín se lanza al mercado negro en busca de un polaco dispuesto a trabajar por un salario más al alcance de sus posibilidades. En pocas horas se establece contacto con Tadeusz, un polaco de Silesia que vive en situación ilegal desde hace casi una década en Berlín, donde no para de trabajar a base de cobrar ocho dólares la hora. La empresa de montaje ha dejado de ingresar 425 dólares, y el fisco alemán, una parte considerable de esa suma en concepto de impuestos. Los 105 dólares que recibe Tadeusz no aparecerán en las estadísticas del renqueante Producto Bruto Interno (PBI) alemán para este año 2003, en el que la otrora locomotora de la economía europea marcha ahora en el furgón de cola del crecimiento económico.
Cifras que dan miedo
Las cifras que enmarcan la situación económica alemana son pavorosas. El periódico liberal de Munich Süddeutsche Zeitung habla de “el país paralizado”. El conservador Frankfurter Allgemeine sitúa a Alemania “al borde del abismo”. La economía no crece desde el último trimestre del año pasado. En el primer trimestre de este año, el PBI bajó un 0,2 por ciento. En el último trimestre del 2002 disminuyó unas centésimas que se redondearon a cero. Gracias a este truco contable, se puede decir que Alemania no está en recesión, que se produce a partir del momento en que el PBI decrece dos trimestres seguidos. El número de desocupados oscila en torno a los 4,5 millones –la población es de 83,5 millones de habitantes– y se teme que el próximo invierno rebase la barrera fatídica de los 5millones. Para ilustrar el dato, baste considerar que el socialdemócrata Gerhard Schroeder (SPD) acabó en 1998 con los 16 años de la llamada era Kohl (por el canciller democristiano Helmut Kohl), sobre todo gracias a la promesa de rebajar la cifra de 4 millones de desempleados.
Las consecuencias de la caída del PBI y la alta cifra de desocupados son demoledoras para las cuentas públicas. El gobierno federal, los de los Estados federados y los ayuntamientos alemanes acumulaban el pasado septiembre la mareante cifra de unos 1300 billones de dólares. El semanario Der Spiegel apareció hace un mes con un patético titular en la portada: “La hora de la verdad en el país de las mentiras”. La revista dice que en los últimos siete años las inversiones del gobierno federal se han reducido en un 25 por ciento. Al mismo tiempo, desde la reunificación en 1990, los gastos sociales han crecido un tercio, “un 42 por ciento del presupuesto federal se destina hoy día a necesitados de todo tipo. De los 250 mil millones de dólares del presupuesto, 77 mil son para pagar jubilaciones y 50 mil para cumplir con el servicio de la deuda. Uno de cada dos dólares se destina al pasado, ¿cómo se puede así construir el futuro?”.
El ministro federal de Hacienda, Hans Eichel (SPD), ha tenido que reconocer que las estimaciones de ingresos fiscales alcanzarán un déficit de 126 mil millones de dólares el año 2006. Los criterios del Pacto de Estabilidad de Maastricht llevan la firma de Alemania. El entonces ministro federal de Hacienda, el socialcristiano bávaro Theo Waigel (CSU), recorría Europa con el dedo levantado y amenazador: “El 3 por ciento del PBI como límite del déficit significa 3 por ciento con un cero tras el 3, es decir, que no se permite ni una décima”. Se trataba de defender la nueva moneda europea frente a países poco serios en su disciplina fiscal. Ahora, Alemania pasa por la vergüenza de que Bruselas le haya sacado ya una tarjeta amarilla. El año pasado, el déficit público alcanzó el 3,7 por ciento del PBI y se teme que este año ronde el 4 por ciento. El alumno modelo corre el riesgo de recibir una sanción de Bruselas y ya se empieza a hablar de manejos contables para maquillar las cifras, como sacar de la estimación del déficit los gastos militares.
Sostiene Der Spiegel: “Para Schroeder, que llegó como reformista bajo el lema innovación y justicia, el balance no puede ser más desolador. El país está colgado del gota a gota de los bancos. Las deudas actúan como un veneno insidioso que paraliza los músculos y corta la respiración. Cada día crece la deuda del Estado en 150 millones de dólares. Todos los ingresos por los impuestos sobre la gasolina y el tabaco se destinan a pagar los intereses y una mínima amortización de la deuda”.
Desde la vecina Suiza, otro prestigioso semanario, Weltwoche, resume la situación alemana: “La economía se encoge. El Estado se desangra. El sistema social amenaza con hundirse. Cualquier otro país estaría desde hace años al borde de la muerte. Los alemanes continúan pagando tenaces, rabiados, sufriendo. Subvencionan a 4,1 millones de desocupados, financian un número creciente de inválidos, vagos y jubilados anticipados, alimentan a los nuevos Estados federados (la antigua República Democrática Alemana) y contribuyen, a través de las transferencias europeas, entre otras cosas, al saneamiento de la red de autopistas de España”. El semanario se asombra de que los alemanes pertenezcan a una especie de campeones mundiales de la caridad que, “en medio de un laberinto kafkiano de regulaciones burocráticas, trabajan sin quejarse tres días y medio a la semana para un Estado que reparte su dinero por toda Europa con una eficacia cada vez más menguante”.
Las afirmaciones del semanario suizo sólo encierran una parte de verdad. En la Alemania de hoy todos se quejan, porque todos tienen o parecen tener motivo. El presidente de la Confederación Alemana de Sindicatos (DGB), Michael Sommer, argumenta que está dispuesto a aceptar la reestructuraciónde los sistemas de seguridad social, pero no el desmantelamiento que encierra la Agenda 2010 que propone Schroeder. Sommer añade que las cargas se reparten de forma injusta y a costa de los asalariados, mientras que las grandes empresas apenas pagan impuestos gracias a los mecanismos legales que les permiten escabullirse.
Una quiebra tras otra
El empresario Richter, el que lleva la ropa de los hoteles de Berlín a Polonia, se siente amenazado por la ola de quiebras que recorre Alemania: “El año pasado entraron en bancarrota 37 mil empresas y este año serán 45 mil”. Richter coquetea con la idea de establecerse en Hungría, porque “las bases de la situación se tambalean y la competencia se ha hecho muy dura aquí en Alemania. Naturalmente, nuestros empresarios, los hoteles de cinco estrellas, atraviesan por una situación difícil e intentan rebajar los costos de los servicios que contratan”. Para Richter, la solución podría estar en Hungría, donde “un trabajador gana entre 200 y 250 dólares, la sexta parte de lo que ganan en Alemania”.
Richter no es un ave rara. El Frankfurter Allgemeine informa que una de cada cuatro empresas alemanas piensa trasladar al extranjero en los próximos tres años alguno de sus departamentos. Ya no se trata sólo de las secciones de la empresa con especial incidencia de los salarios sino también de la administración o de departamentos de investigación y desarrollo. Según una encuesta de las Cámaras de Industria y Comercio, a la que respondieron casi 10 mil empresas, los motivos para establecerse en el extranjero son en un 45 por ciento los elevados salarios alemanes; en un 38 por ciento, los excesivos costos no salariales (impuestos y seguros sociales); en un 7 por ciento, para evitar los riesgos derivados del tipo de cambio, y en un 5 por ciento, por la burocracia.
Walter Kaiser, portavoz de las Cámaras, no deja títere con cabeza en entrevista telefónica con este diario: la calidad de las escuelas y universidades cae porque las deudas impiden una financiación adecuada; las autopistas están atascadas hasta extremos inimaginables; muchas de las inversiones en vivienda en el este de Alemania fueron a parar a edificios ahora vacíos por falta de demanda. Para Kaiser, el mayor problema lo constituyen el presupuesto del Estado y el mercado laboral: “Tenemos un mercado laboral muy inflexible, demasiada protección contra el despido y salarios demasiado altos. Hay que facilitar el despido y el Estado tiene que estabilizar los sistemas de seguridad social. Tenemos más gastos de lo que podemos financiar y la estructura de la población está desviada. Por eso la Agenda 2010 es un principio”. El portavoz patronal considera que las cosas van muy despacio: “Tenemos una sociedad con muchas exigencias y muy mimada. Ya no hay dinero y siempre hay que tener en cuenta las elecciones. Siempre estamos ante unas elecciones. Por eso estaría bien sincronizar las elecciones para crear más espacios de actuación”.
Algunas cifras dan sin duda la razón a los que exigen un cambio de rumbo en Alemania. Por paradójico que parezca, y en contradicción con los estereotipos al uso, la tradicional laboriosidad alemana es una leyenda. Los alemanes de hoy son casi los campeones mundiales de los salarios altos y llevan coronita en lo que se refiere a horas trabajadas al año. El costo de una hora de trabajo en Alemania es de 25,38 euros, frente a los 13,01 en España y los 18,18 de la media europea. Los alemanes sólo trabajan 1557 horas al año, frente a las 1904 de Estados Unidos. En España se trabaja una media de 1721,7 horas al año. Si se considera una jornada de ocho horas, un alemán trabaja al año casi 43 días menos que un estadounidense y casi 21 días menos que un español.
La edad media de jubilación en Alemania es de 59 años y medio. La perversión del desarrollo demográfico, con vertiginosa caída de los nacimientos unida al enorme incremento de las expectativas de vida, haceexplotar la fórmula de cálculo de las jubilaciones. Los planes en Alemania prevén elevar de forma progresiva a 67 años la edad de jubilación.
El funcionariado
A lo anterior se añaden otros factores que agravan la situación de Alemania, como los privilegios de una casta de casi 4.821.000 funcionarios públicos que tienen derecho, al jubilarse, a recibir una pensión a la que no han contribuido porque el Estado asume el pago. Hasta no hace mucho, el tiempo de estudio se contabilizaba para la jubilación como siete años, ahora reducidos a tres. El servicio militar también cuenta como cotizado. Nada de esto es comparable con el gasto derivado de la reunificación alemana. Kohl prometió a sus compatriotas del otro lado del muro y las alambradas “paisajes florecientes”. La realidad ha puesto de manifiesto que la asimilación de la RDA ha resultado tan difícil como para que la boa se trague un buey. Las transferencias anuales hacia el Este suponen entre un 3 y un 4 por ciento del PBI, unos 75 mil millones de dólares. Con la unificación, la antigua República Federal de Alemania ha asumido los costos del paro y la jubilación de centenares de miles de compatriotas del Este que nunca ingresaron un céntimo en las cajas de la seguridad social.
“Vivimos por encima de nuestras posibilidades desde hace tiempo –declaró el ex presidente Richard von Weizsäcker–. Nuestras exigencias rebasan la capacidad de prestaciones de la comunidad. Los encargados de la política social de los dos grandes partidos construyeron de forma conjunta el Estado de bienestar, pero sin voluntad para introducir las permanentes reformas necesarias.” Von Weizsäcker advierte contra el peligro de aplazar las reformas y cargar a las generaciones futuras: “Antes había unos pocos viejos sobre los hombros de muchos jóvenes. En un par de décadas habrá el mismo número de jubilados y de trabajadores activos”.
Kaiser sostiene con contundencia: “Si en diez años no ocurre nada y las cosas siguen así como hasta ahora; si nuestras exigencias fuerzan los sistemas de seguridad social, en diez años estaremos donde ahora está la Argentina”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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El gesto del operador de la Bolsa de Francfort dice todo a medida que el país parece empeñado en cavar su propia fosa.
 
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