Sábado, 14 de junio de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Agustín Lewit *
La guerra o la paz –casi como el título de la célebre novela de Tolstoi– parece ser la disyuntiva que con mayor justeza define al ballottage del próximo domingo en Colombia. Sucede que es allí, más que en cualquier otro ámbito, donde los dos candidatos que compiten por la presidencia se diferencian de manera irreconciliable.
En efecto, muchas son las críticas que se le pueden hacer a Juan Manuel Santos luego de cuatro años en el poder. Reclamos de campesinos, de indígenas y de estudiantes aparecen como los más visibles de una larga lista de deudas sociales.
Pero si algo hay que reconocerle –y varios sectores así lo han hecho– es que, durante su mandato, el conflicto armado con las FARC, la principal guerrilla colombiana, que lleva nada más y nada menos que cinco décadas abierto, se aproximó a una solución factible como nunca antes.
Ni la Ley General de Amnistía firmada por el entonces presidente Julio César Turbay, ni la tregua durante el gobierno de Belisario Betancur, plasmada en “los Acuerdos de la Uribe”, ni los diálogos de Tlaxcala firmados durante la gestión de Gaviria, ni siquiera, tampoco, los múltiples acercamientos ocurridos durante la presidencia de Pastrana lograron avanzar tan consistentemente como sí lo hizo la mesa de diálogo abierta por Santos y las FARC en octubre de 2012 en La Habana, bajo la garantía del gobierno de Cuba y Noruega. Lo novedoso de esta nueva instancia es que el Estado colombiano reconoce el carácter político del conflicto armado y coloca al grupo guerrillero en un plano de relativa igualdad. En ese novedoso escenario, tres de los cinco puntos planteados en la agenda inicial –el referido a la política de desarrollo agrario, el de la participación política de la insurgencia y el punto sobre drogas ilícitas– ya fueron acordados entre las partes, y un cuarto –sobre el resarcimiento de las casi 200 mil víctimas de ambos lados– ya comenzó a discutirse.
Es cierto que los propios términos del diálogo –sólo un acuerdo completo valida los compromisos parciales– cubren lo avanzado con un manto de incertidumbre. Sin embargo, una eventual reelección de Santos allanaría a priori el tan deseable camino hacia la resolución definitiva del conflicto. Dicha esperanza, además, se refuerza si se toma en cuenta lo trascendido esta semana respecto al inicio de diálogos exploratorios del gobierno colombiano con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la otra guerrilla importante en la tierra del café. En suma, Juan Manuel Santos, con todo lo paradójico que ello supone si se recuerda que, entre otras cosas, él mismo fue ministro de Defensa de Uribe, aparece en esta contienda como el candidato de la paz.
Del otro lado, encarnando las esperanzas conservadoras, asoma Iván Zuluaga, ex ministro de Hacienda de Uribe –todo o casi todo en la política colombiana gira en torno del ex presidente– quien prometió como primera medida, pese al giro estratégico y excesivamente forzado de los últimos días, el congelamiento inmediato de los diálogos en la capital cubana. Fiel seguidor de la política uribista, Zuluaga niega la existencia de un conflicto armado interno, entendiendo que lo que verdaderamente existe es una amenaza de un grupo terrorista contra un Estado legítimo. Según él mismo lo ha expresado en más de una oportunidad, lo acontecido en la isla caribeña es otra una rendición del Estado colombiano a la insurgencia armada.
En consecuencia, además de hacer naufragar lo avanzado en La Habana, la victoria del candidato del Centro Democrático supondría una vuelta al clima beligerante vivido durante los ocho años del uribismo, donde 2,5 millones de colombianos se vieron desplazados forzosamente y, más grave aún, tres mil civiles inocentes fueron asesinados y presentados como guerrilleros abatidos en combate, conocidos como “falsos positivos”.
La coyuntura política de vez en cuando asume formas insospechadas. La del ballottage colombiano parece ser una de esas, en donde la tensión entre proyectos tan antagónicos respecto del conflicto armado provocó una inusitada inclinación de muchos referentes de la izquierda hacia Juan Manuel Santos. Superada la urgencia de la contienda, será momento de reflexionar sobre las muchas cuentas pendientes que quedaron en evidencia durante el proceso eleccionario, entre ellas, la imposibilidad de la izquierda de presentar un proyecto de gobierno que seduzca a las mayorías y logre disputarle poder a una derecha colombiana que, más allá del tema de la lucha armada, no presenta muchas diferencias internas.
* Periodista de Nodal e investigador del C. C. de la Cooperación.
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