Domingo, 27 de diciembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Para muchos de los electores de Dilma Rousseff y de simpatizantes del PT, el anuncio del nombramiento de Nelson Barbosa para ministro de Hacienda ocurrió con exactamente un año de retraso. Más que un giro a la izquierda, se trata de la corrección de un error brutal: si es cierto que la economía brasileña necesita desde hace mucho urgentes cambios de ruta, en noviembre del año pasado, al nombrar Joaquim Levy, Dilma defraudó no sólo a la militancia de su partido, también a su electorado.
Levy podrá ser muy eficaz cuando pone sus talentos al servicio del gran capital. Pero en términos de compromiso y sensibilidad social, es una nulidad. Es de los que creen en el crecimiento de la economía, y no en el desarrollo de un país. Venido de la Escuela de Chicago, profesa una fe dogmática por el sacrosanto mercado, en cuyo altar reza contrito cada mañana de cada uno de sus días. Su presencia en un gobierno del PT sonaba tan armoniosa como un trombón de circo en un cuarteto de cuerdas.
A lo largo de ese año en que permaneció al frente del Ministerio de Hacienda intentó aplicar a una economía gravemente enferma el mismo tratamiento que endulza los mejores sueños de Angela Merkel y compañía. El resultado está a la vista: su “plan de ajustes” ni siquiera fue totalmente implantado y el país ya vive una retracción trágica. Tanto es así, que últimamente hasta los dueños del capital lo miraban de mala manera.
Es que además de amenazar furiosamente las conquistas sociales alcanzadas a lo largo de los dos mandatos de Lula da Silva (2003-2010) y en los dos primeros años del primer mandato de Dilma Rousseff (2011-2014), a estas alturas de la crisis la supervivencia de los capitalistas también pasó a ser amenazada.
Nelson Barbosa tiene un perfil mil veces más cercano al de Dilma, considerada una desarrollista dura, y al PT. No es, por cierto, un nombre que haya sido bien recibido por la banca nacional y mucho menos por Wall Street y cercanías. Pero seguramente logrará establecer un diálogo fértil no solo con los movimientos sociales y las clases trabajadoras, pero también con el empresariado brasileño. Es bien verdad que la Federación de Industrias del Estado de San Pablo, la todopoderosa Fiesp, reaccionó mal a su nombramiento. Pero importantes patronales y la misma Confederación Nacional de la Industria, la CNI, mantendrán el diálogo ya establecido cuando Barbosa ocupaba la cartera de Planificación.
Su misión es de extrema dificultad: buscar la estabilidad fiscal y, a la vez, reducir la inflación, asegurar caminos para retomar las inversiones (públicas y privadas) y preservar los programas sociales. Si se recuerda que la economía brasileña está en situación gravísima mientras el país vive una crisis política tremenda, con un gobierno débil acosado por la furia de los que no se resignan por la derrota electoral de hace un año, más que difícil la misión de Nelson Barbosa parece casi imposible.
Una cosa, sin embargo, es cierta: por el camino trazado por Joaquim Levy, la austeridad radical y la manía casi enferma por cortar gastos públicos significaría el derrumbe final de todo lo que se construyó en los últimos doce años. Sería el fin, más que de un sueño apenas rozado, de un proyecto de país. Si es verdadero el viejo dicho popular que reza “mejor tarde que nunca”, Dilma podrá intentar recuperar, en lo que le queda de mandato, lo que se padeció en 2015, un año perdido en todos los sentidos.
El paso de Joaquim Levy significó fuertes esperanzas en la banca y furia en los movimientos sociales tradicionalmente aliados del PT.
El funcionario ejemplar de los dueños del capital cayó por dos motivos. Primero, por exagerar la dosis de la medicina que quería aplicar al país. Y segundo, porque una de las razones para nombrarlo sería su capacidad para impedir que las agencias calificadoras rebajasen las notas de Brasil. Una especie de garante frente al capital internacional. Bueno: en septiembre, lo hizo la Standard&Poor’s. Y hace diez días, la Fitch.
Así que Dilma llegó a la conclusión de que su polémica presencia en un gobierno de izquierda se mostró, además de incómoda, inútil.
Fue su peor elección cuando armó un gabinete de mediocres. Porque Levy no es mediocre: es eficaz y, por eso, peligroso. Su eficacia causaría daños irreversibles al futuro de millones de brasileños, mientras agradaría a los pocos detentores de la riqueza producida por quien trabaja. Ojalá haya tiempo para salvar al paciente. Y es que Levy, como recordó el sociólogo André Singer en un artículo certero, era un médico que sentía “evidente antipatía por el enfermo”.
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