EL MUNDO › OPINIóN

Un estreno en gran estilo: represión y disidencias

 Por Eric Nepomuceno

Consumado el golpe parlamentario que destituyó en el último día de agosto a la presidenta Dilma Rousseff y atropelló gracias a los votos de 61 senadores los de los 54 millones 500 mil electores brasileños, Michel Temer dejó de ser interino para ser presidente efectivo. Y en esa condición voló al otro lado del planeta, para participar de la reunión del G20 –el grupo que reúne a las veinte principales economías del mundo– realizada en Hangzhou e intentar buscar alguna legitimidad.

Vuelve hoy a Brasil sin la tan esperada foto saludando a Barack Obama o a alguien de calibre similar, que, en palabras de sus estrategas, terminaría de legitimarlo. Fue, claro, saludado por el presidente chino Xi Jinping, y se reunió con el primer ministro japonés Shinzo Abe, que en la foto del encuentro aparece con cara de pocos amigos, consecuencia del plantón que le dio Temer en el cierre de los Juegos Olímpicos. En aquella ocasión, entre el protocolo y el temor a la silbatina, Temer se quedó con su cobardía, y Abe se quedó sin la reunión solicitada por su mal educado anfitrión.

Durante la ausencia del ahora efectivo presidente algo nuevo ocurrió en Brasil: una secuencia de manifestaciones protestando contra el golpe y exigiendo su salida y la realización de nuevas elecciones.

Con la soberbia habitual de los que llegan al poder sin voto alguno, Temer intentó ser irónico. Al comentar las movilizaciones de San Pablo, dijo que “esos 40 o 50 que rompen coches” no significaban nada.

Bueno: el domingo pasado hubo algo más que 40 o 50 manifestantes en Río, Porto Alegre, Brasilia y San Pablo, para mencionar solamente las más multitudinarias. En San Pablo, por ejemplo, otros cien mil se juntaron a los “40 o 50” mencionados por Temer. En Río, otros 20 mil. Y sobran indicios de que la apatía de los movimientos sociales y de las centrales sindicales empieza a dejar paso a protestos multitudinarios.

La izquierda y las fuerzas populares derrotadas por un golpe que desde siempre pareció inevitable no parecen dispuestas a dejarse abatir por la inercia. Temer cuenta con un mísero 9 por ciento de aprobación de la opinión pública, y por más que se irrite con el sello de “golpista”, no tiene cómo evitarlo. Sus ministros son hostilizados a cada aparición pública, excepto, desde luego, las realizadas en las redomas de sus despachos.

En lo que parece una nueva ola de protestas hay, sin embargo, un dato especialmente preocupante: la acción brutal de la policía militarizada contra los manifestantes, principalmente en San Pablo. Es el resultado de la política de truculencia extrema diseñada por el entonces secretario provincial de Seguridad Pública, Alexandre de Moraes, que decía que los manifestantes debían ser tratados como integrantes de grupos de “guerrilla urbana”, “vándalos” o “terroristas”.

Desde mayo Moraes ocupa el Ministerio de Justicia, y hay claros indicios de que sus métodos trogloditas podrán desparramarse por todo el país, con fuerte represión a los movimientos sociales más expresivos.

Lo que se vio en las manifestaciones de San Pablo fue alarmante. Una estudiante de 19 años quedó ciega de un ojo, los periodistas fueron golpeados con saña especial, y el domingo, antes de que la manifestación se iniciase, sin ningún motivo concreto fueron detenidas 26 personas, entre ellas diez menores de edad. Al término, cuando la multitud se dispersaba pacíficamente, la policía militarizada disparó balas de goma, bombas de gas pimienta y bastonadas por doquier. Bares, restaurantes y la estación del subte no escaparon de la violencia policial.

Escenas de la brutalidad invadieron las redes sociales, frente al silencio sepulcral del gobernador Geraldo Alckmin, que integra el Opus Dei, y del gobierno de Temer. Nuevas manifestaciones ocurrirán, y el grito de “Fuera Temer” sonará fuerte por largo tiempo, contribuyendo a mantener un clima de inestabilidad política y de temor a la violencia de la policía.

A punto de cumplir cuatro meses ocupando el sillón presidencial sin la legitimidad del voto popular –primero como interino y en los últimos seis días como efectivo– la soberbia de Temer ya se mostró insuficiente para disfrazar un cuadro que le resulta negativo.

Además de las calles francamente contrarias a su presencia, hay divergencias profundas entre sus aliados. Los del PSDB, derrotado en cuatro elecciones consecutivas por el PT, amenazan, en palabras de su presidente Aécio Neves, uno de los artífices del golpe, con abandonar el barco recién estrenado a menos que se cumpla a rajatabla su ideario neoliberal elevado al extremo. Y en las fileras de su propio PMDB las presiones crecen, con el presidente del Senado, Renan Calheiros, dejando claro, un día sí y el otro también, que Temer no tiene la fuerza que supone tener.

Ya el presidente de la Cámara de Diputados, el derechista Rodrigo Maia, lanza seguidas ráfagas de “consejos” a Temer, con el más puro sonido de amenaza. En cada declaración de Maia hay un subtexto: despacito, maestro, con las tales “medidas impopulares”, que aquí la cosa no anda fácil.

Michel Temer y sus cómplices creen que les regalaron gratis un país. Ya empiezan a entender que no ha sido exactamente así. Hay que ver cuáles serán sus métodos para consolidar el golpe.

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