Jeremy Corbyn ganó ayer la interna del partido laborista británico, pese a la dura oposición de buena parte de sus diputados y sus autoridades. Fue la segunda votación que gana el líder en un año y la primera desde la traumática derrota en el Brexit, en el que los laboristas buscaron que Gran Bretaña se quedara en la Unión Europea. Después del plebiscito del 23 de junio se hizo una consulta no vinculante en la bancada laborista en el parlamento, que mostró que 172 de los 230 diputados del partido no confiaban en el líder. La principal acusación es que Corbyn no se había hecho ver en la campaña para permanecer en la Unión. En el sistema parlamentario inglés, una cosa así impone una votación como la de ayer, que Corbyn ganó con un asombroso 62 por ciento, todavía más que el casi 60 por ciento que obtuvo el año pasado. Esto muestra su fortaleza entre los afiliados del partido, un conjunto que creció un 300 por ciento gracias a su carisma. Este milagro revirtió la tendencia de años en el laborismo y mostró que, inesperadamente, su tradición izquierdista sigue existiendo. Es que Corbyn, como Bernie Sanders en Estados Unidos, no se presenta como un político común, no usa el “traje de West- minster” del diputado británico y no oculta sus ideas radicales. El “honesto Jeremy” revitalizó a su partido, se mostró más que hábil en el uso de las redes sociales y acercó a decenas de miles de jóvenes al laborismo. Pero ayer en Liverpool, Corbyn se mostró tranquilo, no festejó y no atacó a sus opositores internos. La tarea es reunificar el partido después del trauma del Brexit, y por eso dijo que “en nuestro partido tenemos más cosas en común de las que nos dividen”. También llamó a concentrarse en derrotar a los conservadores en el poder, marcando un horizonte de casi cuatro años hasta la próxima elección. Pero mucho más cerca, tendrá que evadir el cerco de los diputados, que insisten en que tienen que ser ellos los que nombren el resto de la conducción del laborismo.