EL MUNDO › COMO SON LOS PROGRAMAS SOCIALES QUE SE IMPULSAN EN VENEZUELA

Los cerros que sostienen a Chávez

Se los llama “misiones”. Son los programas sociales que impulsa el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela y también la base de su apoyo popular. Un periodista de Página/12 estuvo en Caracas y cuenta aquí cómo es todo eso.

 Por Martín Piqué

“Las misiones son como un Estado paralelo, obligan a los ministerios a coordinar y ejecutar.” La frase sorprende al cronista de Página/12 porque quien la pronuncia es un ministro del gobierno venezolano. El ministro habla en su despacho de amplios ventanales, ubicado en un edificio muy alto y moderno, como la mayoría de los predios públicos de Caracas. Cuando habla de “misiones”, el funcionario se refiere a los programas sociales –de educación, salud y alfabetización– que la administración de Hugo Chávez viene desarrollando desde el 2003. El más conocido es la “Misión Robinson”, un plan de alfabetización que se llama así en homenaje a Simón Rodríguez, profesor de Bolívar, que usaba el apellido Robinson cuando viajaba por Europa y Estados Unidos. Otro programa muy conocido es el “Barrio Adentro”, por medio del cual miles de médicos cubanos se han instalado en los barrios pobres de todas las ciudades de Venezuela. Los cubanos atienden a la población que no iba a los hospitales y que quedaba afuera de la salud privada.
La conversación con el ministro, quien está acostumbrado al contacto con la prensa extranjera, revela uno de los secretos de la permanencia de Chávez en el poder a pesar de la oposición interna y externa. El funcionario lo sugiere cuando muestra una encuesta sobre la imagen del presidente que realizó “una consultora mexicana, independiente” y que muestra que Chávez sigue cosechando altos porcentajes de adhesión. “Chávez tiene un piso de 30 por ciento y un techo de 60 por ciento. Ahora está en 40 y subiendo”, confirma un veedor internacional que trabaja para el Centro Carter en diálogo con Página/12. Un observador independiente, impactado por los medios de comunicación venezolanos, se preguntaría por qué. Para encontrar las respuestas hay que subir a los cerros. Es en la altura, en los cerros que rodean Caracas, donde las misiones de salud, educación y trabajo que implementa el gobierno están haciendo estragos. Estragos en el sentido de que la gente que vive allí –los pobres, los “negritos” o “macacos”, como los llaman con desprecio– han tomado esas iniciativas como propias. Página/12 lo pudo observar en el terreno, cuando conversó con grupos de mujeres de los barrios Soracaima y Negro Primero, en la parroquia El Valle, en la periferia sur de Caracas. En esos barrios, muchas vecinas y amas de casa participan del Comité de Salud que acompaña la labor del médico cubano. También están agrupadas en el Comité de Tierra Urbana (CTU), la organización que rige la vida comunitaria de cada asentamiento.
Junto con la adhesión de las fuerzas armadas, esa participación es la principal fortaleza de Chávez. Los sectores más inteligentes de la oposición –como el ex guerrillero Teodoro Petkoff, editor del diario Tal Cual– lo advierten cada vez que pueden. “Para luchar contra la pobreza hay que darles poder a los pobres”, es un eslogan que suele repetir Chávez. La gente que vive en los cerros tiene la certeza de que esa frase se está haciendo realidad. ¿De qué manera? A través de las “misiones”, los programas sociales de salud, educación y empleo productivo, aunque con las dificultades de un proceso que accedió al gobierno, pero no controla totalmente el Estado. “El problema es que los regulares –sigue explicando el ministro, acostumbrado al contacto con la prensa extranjera– no quieren trabajar a favor de este proceso. Eso es parte de lo que se niega a morir, como decía Gramsci.”
Cuando habla de “regulares” el miembro del gabinete se refiere a la mayoría de los empleados estatales “de planta”, que están en sus puestos desde la época del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez. Muchos de esos empleados, oficinistas, funcionarios medios, ocupan lugares importantes en el Estado gracias a su pertenencia a los dos partidos tradicionales deVenezuela, Acción Democrática y Copei. Desde el gobierno de Chávez, ubican a esos sectores en la Cancillería (“Chávez decía una cosa, y el equipo de negociadores del ALCA hacía otra”), en los ministerios de Educación y Salud y en otras reparticiones públicas.
Una de las primeras pruebas de esta situación quedó expuesta hace un año, cuando el gobierno venezolano tuvo los primeros resultados del plan de alfabetización. En aquel momento, el programa –basado en el método “Yo sí puedo” creado por los cubanos– se ejecutaba a través de la estructura del Ministerio de Educación, como se haría en cualquier país. Los resultados fueron pésimos, no se había logrado alfabetizar ni una cuarta parte de lo que había prometido Chávez.
La respuesta del gobierno fue crear estructuras paralelas a las del Estado –“las misiones”– y dotarlas de presupuesto para que pudieran ejecutar los proyectos. El problema era con qué gente llevarlos a cabo. Aunque lo hubiera querido, el gobierno no contaba con un aparato partidario para distribuir los recursos: las fuerzas políticas que apoyan a Chávez son relativamente nuevas y no tienen presencia en todo el territorio, ni tampoco en todos los barrios. La solución que encontraron los “chavistas” fue recurrir a las organizaciones sociales y comunitarias que ya existían en los cerros: en su mayoría fogoneadas por mujeres, como podrían ser las piqueteras que arman un comedor en la Argentina.
La influencia cultural de Estados Unidos –Miami está ahí, tan cerquita– y el boom petrolero de los ’70 han dejado su marca en la arquitectura de la capital venezolana. Desde uno de esos monumentales edificios de puro cemento, grises, altos y llenos de ventanas, el ministro conversa con Página/12 sobre los planes sociales del chavismo. “Hemos logrado alfabetizar a un millón doscientas mil personas”, comenta orgulloso, mientras su interlocutor se pregunta si no estará exagerando. Pero la oposición no cuestiona esas cifras, su rechazo se limita a cuestionar la profundidad de los conocimientos de los flamantes letrados. El método de la Misión Robinson se basa en la imagen, por eso los “facilitadores” que coordinan las clases van a todos lados con casetes de video.
Es muy común encontrarse en la calle con jóvenes que visten la remera con la leyenda “Misión Robinson”. También se ve por la calle a los estudiantes de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV), que usan boinas azules como identificación. La UBV es una nueva casa de estudios, paralela a la Universidad Central de Venezuela, donde se dictan las carreras de Economía, Gestión y Promoción Comunitaria, Comunicación Social, Gestión en Salud Pública y Estudios Jurídicos. A través de la UBV se está llevando a cabo la “Misión Sucre”, un programa del gobierno que pretende que los jóvenes pobres que terminan el secundario puedan seguir estudios superiores. Según estadísticas oficiales, sólo el 27 por ciento de la población pobre llega a la Universidad.
La Misión Robinson se encarga de enseñar los contenidos de la escuela primaria a los analfabetos. Luego viene la Robinson segunda etapa y la “Misión Ribas”, dedicada a la educación secundaria. La sucesión termina con la Misión Sucre, con la que el gobierno aspira a que todos los estudiantes secundarios puedan seguir sus estudios, si quieren. Pero la ayuda estatal tiene también un subsidio para los desocupados. Esta iniciativa tiene el exótico nombre de “Vuelvan Caras” –en homenaje a una táctica que usaba Bolívar para combatir a los españoles– y beneficia a 100.000 personas. A cambio de un salario mínimo (224.700 bolívares o 117 dólares), los beneficiarios reciben cursos de formación en distintos oficios para luego formar cooperativas.
Chávez parece tenerlo claro. Su base electoral siguen siendo los que “bajaron del cerro”. A ellos destina la mayoría de los recursos que obtiene de Pdvsa. Para confirmar aún más esa identificación, el 1º de mayorealizó un nuevo gesto que volvió a dividir a la sociedad venezolana: aumentó por decreto el salario mínimo en un 30 por ciento.

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Hugo Chávez con una foto de un paramilitar colombiano capturado esta semana.
“Para luchar contra la pobreza hay que darles poder a los pobres”, es un eslogan que suele repetir.
 
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