EL MUNDO › JUAN PABLO II MURIO TRAS UNA AGONIA DESTINADA A RECORDARSE POR GENERACIONES
Adiós a la vida, bienvenido a la eternidad
Después de un largo calvario iniciado el 24 de febrero último y difundido de modo mediático a todos los rincones del planeta, el papa Juan Pablo II murió ayer tras un pontificado trascendente y polémico de 26 años. Su despedida, tan pública como desgarradora, pareció destinada a quedar grabada por largo tiempo en la memoria colectiva. Y con los enigmas de la sucesión, el Vaticano y la Iglesia Católica se asoman a una nueva época.
Por Mercedes López San Miguel
Fue el último servicio de Juan Pablo II para la Iglesia que condujo por más de un cuarto de siglo: su deceso espectacular y mediático. La prolongada agonía del Papa ante los ojos conmovidos y expectantes del mundo finalizó ayer a las 21.37 horas de Roma, en sus aposentos. Decenas de miles de fieles y curiosos inmóviles en la plaza San Pedro por segundo día de vigilia escucharon aún perplejos el tañer de las campanas en señal de duelo mientras dirigían las miradas lacrimosas a la ventana de su departamento, en el tercer piso del Palacio Apostólico. Los sucesivos comunicados sobre la salud del Pontífice fueron quitando toda duda sobre su salvación: “perdió el conocimiento”, “en gravísimo estado”, “no está en coma”; “las funciones cerebrales no cambiaron”, “fiebre alta”. Y como preanuncio del desenlace fatal, el último parte del Vaticano: “El estado del Papa es irreversible”.
El líder espiritual de 1100 millones de católicos sufrió un auténtico calvario mostrado sin tapujos a la superabundancia comunicacional, como para calar en la memoria de generaciones. En la conmovedora antesala de su muerte, el Papa dijo algunas palabras dirigidas al público joven: “Los he buscado. Ahora han venido a verme. Les doy las gracias”. Su prolongada agonía se originó con un cuadro de gripe agravado, por el que fue hospitalizado el 24 de febrero pasado y sometido a una traqueotomía con la que los médicos trataron de solucionar sus problemas respiratorios. A posteriori, perdió el habla. En una ulterior internación le fue puesta una sonda nasogástrica para alimentarlo de modo artificial. Una escena histórica se produjo el domingo de Pascua, cuando pese a sus enormes –y dolorosamente visibles– esfuerzos no logró pronunciar la tradicional bendición “Urbi et Orbi”. Su estado de salud había entrado en un camino sin retorno el jueves 31 de marzo, a raíz de una infección en las vías urinarias que “desencadenó la desestabilización de sus funciones orgánicas” por una septicemia, según fuentes vaticanas. La opinión pública mundial siguió desde esa tarde un continuado de reportes sobre su salud cada vez más alarmantes. Se descartó públicamente que se lo fuera a trasladar por décima vez al Policlínico Gemelli, porque su estado era demasiado delicado para ello, y porque “un Papa no muere en un hospital”. Cuando se habló de extremaunción la alarma comenzó a convertirse en resignación y las oraciones que pedían por su vida comenzaron a invocar al Altísimo para que lo acogiera en su presencia.
El Vaticano prometió un informe médico ayer después de las 5 de la tarde que demoró hasta las 6.30 (cinco horas más que en Argentina) cuando informaron de “alta fiebre” y el “estado muy grave”. Un momento después las luces continuaban en el departamento para el alivio de la multitud. Pero el aplauso de los presentes fue fugaz. A las 7 de la tarde el parte fue fulminante: “El estado es irreversible”.
Juan Pablo II, de 84 años, murió tras un vía crucis de un mes y seis días en el que la mirada impávida del mundo entero siguió con minuciosidad cada una de sus apariciones y ausencias con drama incontenible. Fiel a su vocación de martirio, heredada de la cultura de la Iglesia polaca, Karol Wojtyla permitió que su dolor fuera expuesto sin pudor ante las cámaras de televisión. De algún modo, el Pontífice vino a representar la aceptación del dolor que le tocó padecer: el significante del Cristo doliente de la cruz. Esa fue su última misión para la Iglesia.
Más de 60.000 personas congregadas en la plaza San Pedro lloraron la muerte del Sumo Pontífice. El secretario de Estado vaticano, Angelo Sodano, rezó ante la multitud una oración en su memoria, mientras doblaban las campanas. Según las normas de la Iglesia, el cadáver se expondrá a partir de mañana en la Basílica de San Pedro, para que los fieles puedan despedirse de él. El gobierno italiano decretó tres días de duelo desde hoy. Las exequias de Juan Pablo II se efectuarán el 6 de abril según anticipó el diario La Repubblica. La reunión de la primera congregación de cardenales que deberá decidir la fecha de los funerales oficiales fue convocada para mañana.
El Papa polaco llegó al final de su vida como no le hubiese gustado llegar: postrado en una cama. Nunca antes estuvo tan mal, pero el Pontífice número 264 en la historia de la Iglesia Católica estaba gravemente enfermo desde hacía años. Su salud se encontraba deteriorada principalmente por el mal de Parkinson y por las consecuencias del atentado que sufrió en 1981 y que estuvo a punto de costarle la vida. En los últimos años no podía andar y debía trasladarse en silla de ruedas. Además, sus palabras eran cada vez más difíciles de entender y delegaba en cardenales y otros miembros de la Curia la lectura de sus homilías e intervenciones.
La muerte raramente es tan pública. Casi nadie en la historia se ha acercado a su final en el modo extraordinario como lo hizo Juan Pablo II: un hombre yaciendo en su lecho, con multitudes siguiéndolo desde afuera del edificio y con los preparativos de los funerales en camino. Según informó el Vaticano, el Papa en una nota manuscrita quiso mostrar en sus últimas horas su agradecimiento a las monjas y curas polacos que lo asistieron por años en el palacio pontificio. Se despidió de ellos escribiendo: “Estoy contento, ustedes también deben estarlo”.
El telón se cerró cuando el camarlengo del Vaticano, el español Eduardo Martínez Somalo, rompió el “anillo del pescador”, símbolo del final del pontificado.