EL MUNDO › CRONICA DE UNA CAIDA SIN PENA NI GLORIA EN GAZA
El apocalipsis que no ocurrió
Por Ricardo Mir de Francia *
Desde Neve Dekalim
La sinagoga se convirtió en el último reducto de la resistencia de los colonos en Neve Dekalim. Pero ni siquiera Dios pudo cambiar la suerte de un final anunciado. El paisaje de un asentamiento evacuado por la fuerza recuerda al que deja la deportación masiva de los habitantes de un territorio ocupado. Montones de basura en las calles, docenas de soldados dormitando frente a las casas desalojadas, un carrito de bebé volcado o una bicicleta abandonada en el jardín, un cartón de leche y un bote de mermelada esperando en la mesa. Neve Dekalim se quedaba ayer desolado, pero sin que hubiera que lamentar un derramamiento de sangre que se temió con mucha seriedad ante el atrincheramiento de los colonos radicalizados.
Sólo un 20 por ciento de las familias resistían por la mañana en sus casas. La mayoría recibió a los soldados y se avino a sus plazos para acabar la mudanza antes de ser sacada por la fuerza. Pero otros, como el matrimonio Cohen y sus once hijos, residentes en la colonia desde hace 24 años, se atrincheraron con las puertas cerradas. Una treintena de soldados y policías les dieron un último aviso con un megáfono antes de derribar la puerta. Dentro todos lloraban y rezaban. Imploraban quedarse en su casa. “Van a dejar a mi hijo en la calle, no les da vergüenza”, gritaba la madre levantando en brazos a un bebé. “Ustedes hoy son criminales, pero mañana serán víctimas del premio que Sharon está dando a los terroristas”, les decía a los soldados el amigo de la familia, Akiba Yosevik, que también era evacuado. “Estas personas han sido los pioneros del sionismo, los héroes del Estado y miren cómo han acabado, expulsados a rastras de sus casas.”
Antes de que las fuerzas de seguridad entraran en la sinagoga de Neve Dekalim, el cielo se cubría de nubarrones. Tres casas incendiadas por los colonos ardían simultáneamente. Parecía el presagio de un final apocalíptico. En el templo aguardaban cerca de 700 personas, según el portavoz militar Ari Gottesman. La mayoría procedía de los asentamientos de Cisjordania, que están considerados como los más radicales. “El señor no abandona a su pueblo y no dejará que desaparezca su nación”, cantaban a coro antes del inicio de la evacuación. Miles de soldados y policías tenían acordonada la sinagoga desde el amanecer. Por megafonía sonaban las alarmas y hombres y mujeres se atrincheraban en salas separadas. “No debemos estar tristes porque éste es el principio de una nueva época. La vieja guardia de los Sharon y Peres está agotada. El sionismo religioso ha demostrado en estas circunstancias extremas su gran amor al país y su exquisito comportamiento democrático”, decía Ari Shwat, profesor de filosofía en un asentamiento de Cisjordania. Pero estas opiniones son menos frecuentes en Israel propiamente dicho.
Uno a uno el ejército iba sacando a los cientos de colonos de la sinagoga de Neve Dekalim. Caía el baluarte de la resistencia de los colonos en Gaza. “La contemplación que se ha visto por las dos partes durante todo el proceso es admirable si se tiene en cuenta que nadie ha utilizado un arma a pesar de que se los ha desalojado de sus casas”, decía el portavoz militar Gottesman. Los presagios apocalípticos, tantas veces repetidos estas semanas, quedaban al final en nada.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.