Jueves, 28 de junio de 2007 | Hoy
EL MUNDO › EL LABORISTA ESCOCES REEMPLAZA A BLAIR EN EL DESPACHO DE DOWNING STREET
En su discurso de investidura, el nuevo líder laborista se desmarcó de la vieja política y se ubicó del lado del “cambio”. Dijo que lo social será el eje de su política doméstica. Los expertos británicos predicen que los primeros 100 días de Brown serán clave.
Por Marcelo Justo
desde Londres
Después de una década de Tony Blair en el gobierno, Gordon Brown realizó un viejo sueño y se convirtió en primer ministro del Reino Unido. Este escocés de 56 años, hijo de un pastor presbiteriano, viene del riñón del laborismo y fue coartífice junto a Blair de esa renovación partidaria de los 90 que se dio en llamar Nuevo Laborismo. En sus primeras declaraciones, puso el acento en la agenda social que tendrá su gobierno, pero no dijo nada del tema que desvela a analistas británicos e internacionales: la presencia de tropas británicas en Irak, la mochila más pesada que le ha legado Blair. Al cierre de esta edición todavía no se conocía la formación de su nuevo elenco gubernamental, primera señal del rumbo que tomará Brown.
Gordon Brown no tiene el extraordinario histrionismo de Blair y eso quedó en claro frente a las cámaras delante de su nueva residencia oficial: 10 Downing Street. El flamante primer ministro lució desconcertado ante el pedido de los fotógrafos de que se parara ante la puerta de la famosa residencia junto a su esposa Sarah e hiciera un hueco para que se viera el número. Junto a esta paradójicamente refrescante “torpeza mediática”, su primer mensaje sonó más claro, sólido y directo que el de Blair. “Este es un nuevo gobierno con nuevas prioridades.... en estos días he viajado por el país y he escuchado el deseo de cambio de los británicos. Cambio en el Servicio Nacional de Salud, en la educación, en la política de vivienda”, dijo Brown.
El mensaje, corto y sintético, fue un claro intento de desmarcarse de Tony Blair luego de haber sido el responsable de su política económica en los últimos diez años de gobierno. Brown dio dos pistas más sobre sus primeros pasos. “Este cambio no se puede hacer con la vieja política. De manera que voy a ir más allá de los límites partidarios para formar un gobierno que use lo mejor del talento británico”, dijo. Luego de recalcar que convertirse en primer ministro era un “privilegio” y una “extraordinaria oportunidad”, ofreció un toque de humildad respecto a su gestión. “Todavía recuerdo hoy palabras que aprendí de niño y que siguen teniendo mucho sentido para mí. En la escuela, el lema era dar el máximo. Esa es la promesa que les hago a todos los británicos”.
En los días previos a su asunción quedó en claro que Brown está buscando ampliar su base política. El lunes trascendió que había ofrecido el puesto de ministro responsable de Irlanda del Norte al ex líder de los liberal demócratas Paddy Ashdown, que rechazó la oferta. El martes por la noche el diputado conservador Quentin Davies anunció que abandonaba a los “tories” y se incorporaba al laborismo. No sería de descartar que Davies obtenga un cargo en el gobierno porque, más allá de sus intenciones, Brown tiene claros límites constitucionales para ampliar el talento a su disposición: para ser ministro hay que ser diputado y, por lo tanto, sólo 646 británicos pueden formar parte del gobierno.
Los analistas británicos predicen que los primeros 100 días de Brown serán fundamentales para trazar una línea divisoria con el blairismo. Como ministro de Economía, Brown siempre fue proclive a las sorpresas y los golpes de efecto. A poco de asumir el cargo en mayo de 1997 le otorgó la independencia al Banco Central para que determinara la tasa de interés de acuerdo con un doble criterio: mantener la inflación dentro de ciertos límites y garantizar que las tasas sean compatibles con el desarrollo económico. Ayer Brown dejó en claro que la agenda social será el eje de su política interna: mejorar la prestación de salud, educación y vivienda.
El gran enigma es su política hacia el talón de Aquiles de Blair: Irak. Brown reafirmó durante una reciente visita a Irak el compromiso militar británico, pero también admitió que se habían cometido errores y puso el acento sobre la reconstrucción económica del país. Algunos analistas opinan que Brown querrá proyectar una línea más independiente de Washington que su predecesor. Diferenciarse de la alianza incondicional de Blair con Estados Unidos no le va a resultar muy difícil. Además, a George W. Bush le queda poco más de un año de gobierno, está en minoría en el Congreso y existen grandes posibilidades de que lo sustituya un gobierno demócrata, más afín con el pensamiento del nuevo primer ministro. Lo que no está claro es cómo lidiará con la creciente demanda de la sociedad británica para el regreso de los más de seis mil efectivos británicos que hay en Irak.
Por el momento, el viento parece soplar a favor de Brown. En su carta de renuncia al partido conservador, el diputado Quentin Davies, critica duramente el liderazgo de David Cameron. “Hay tres características suyas –superficialidad, poca confiabilidad y ausencia de convicciones profundas– que deberían excluirlo de toda posición de poder”, dijo Davies. Hay señales de que el éxito que tuvo Cameron en las encuestas procurando ser el Blair de los conservadores –joven, mediático– está perdiendo brillo ahora porque que hay cierta saturación con ese estilo de hacer política. La percepción que existe de Brown es la contraria: un líder serio, con una clara estrategia. Este fin de semana, por primera vez en un año, una encuesta sobre el impacto que tendría en las preferencias de los votantes la asunción de Brown les devolvió la ventaja a los laboristas sobre los conservadores: 39 a 36 por ciento.
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