Jueves, 28 de junio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
“Fue cordial”, arrancó Mauricio Macri, refiriéndose a la reunión más que a sus interlocutores. El cónclave, visto de cerca, parece que fue más bien frío, cortés y bastante eficiente. Se lo traduce como “cordial” porque lo había precedido una narrativa mediática, potente y banal al unísono. Se construyó un mito: el encuentro era casi un imposible, de realizarse saltarían chispas.
La política, empero, impone sus reglas, menos volátiles que la imaginación de los cronistas. Los roles institucionales constriñen a los protagonistas. Como todo mandatario provincial en un país federal, Macri mantendrá contactos regulares con el Presidente, instancias de cooperación, actividades que articular, obras públicas a cogestionar. Se reunieron, pues, era de libro.
Más allá de lo que impone el diseño constitucional, Néstor Kirchner tiene un esquema de poder que se sustenta en un permanente trato con los gobernadores. Construyó su poder ejercitando un excitado liderazgo de opinión, sujeto a revalidación constante por “la gente”. Así las cosas, no puede permitirse que en alguna provincia “la gente” no perciba los cambios obrados por su “modelo” económico, pilar de su capital político. La gesta del hecho cotidiano, la legitimación por las obras (públicas) no se puede soslayar en ningún rincón del país.
En un sistema político con más agujeros que un gruyère, carente de partidos de oposición u oficialistas, los gobernadores son uno de los pocos interlocutores que Kirchner trajina e incluso (a su modo cerrado y desconfiado) respeta. Los votó “la gente” y eso pesa en su imaginario. No les gustan todos igual, más vale. Eso sí, lo que se dice confiar, confía en muy poquitos.
A minutos de haber sido elegido, Macri se afanó para ganar terreno mientras dura la larga transición porteña. Requirió formalmente al Presidente, hoy se junta con el jefe de Gobierno. A Jorge Telerman, el más débil, procura imponerle condiciones pesadas: un equilibrio presupuestario peliagudo, una ristra de despidos. Quién le dice, tal vez le presente un presupuesto 2008 para que firme al pie.
Con Kirchner, Macri fue más prudente, pidió cosas razonables, imposibles de rehusar: una cita y avances tangibles para ir concretando la autonomía porteña. Kirchner no tenía motivos racionales para negarle nada de eso. Además, contra lo que suele pintarse de él, no es nunca un dirigente irrazonable ni presa de su temperamento, menos cuando trata con quienes tienen algo de poder.
El jefe de Gobierno electo se constriñó a situar temas que pueden avanzar, ni mentó la coparticipación federal, otra rémora que perjudica a la Capital pero que es imposible subsanar aquí y ahora.
Su primer pacto fue pura sensatez. A todos les cabe reparar ese desquicio que es la Ley Cafiero. El oficialismo lo había reconocido en la campaña, aun cuando era evidente que iba por autopista a perder las elecciones. Se dará un primer paso, autorizando a la Ciudad Autónoma a tener su policía. Es relativamente simple desbloquear ese tope absurdo. Mucho más arduo será definir si habrá traspaso de la Federal, lo que implicaría entre otras cuestiones grandes transferencias de recursos. No queda pendiente la “letra chica” (una metáfora empobrecedora sobre el complejo universo de las negociaciones) sino trabajosos pactos multilaterales.
Modificar parcialmente una ley, sin precisiones en la implementación, es un objetivo accesible. Mucho más cuesta arriba será rediseñar la relación nación-provincias-capital. Macri deberá hacerse cargo de que las provincias no ven con agrado a los porteños desde algo antes que su llegada a la política (digamos desde 1810)... no le harán fáciles las cosas. Pero es astuto de su parte arrancar ya con sus reclamos, en el clímax de su popularidad, preservado (gracias al laxo calendario determinado por Telerman) del desgaste de gobernar.
Macri se mostró cauto en la conferencia de prensa, aunque se permitió alguna broma acerca de quedarse allí, en la Casa Rosada. Burla burlando aludió a algo que da contexto a la fría cordialidad. El presidente de Boca porta una novedad: jamás hubo hasta ahora un gobernador con perspectivas serias de ser un presidenciable competitivo. Macri ya no tiene por qué disimular sus ansias, por qué esconder a dónde quiere llegar. Claro que piensa la Ciudad como un peldaño y sólo un mojigato se ofendería por su ambición.
Los dos contertulios que ayer se trataron de usted (una praxis en desuso entre los argentinos en general) saben que hay una competencia electoral directa en su porvenir. Ese futuro, empero, no es mañana ni en octubre. Hasta entonces, más allá de la lógica de la gestión que los induce a interactuar, comparten un tácito interés común. A Kirchner no le viene nada mal que Macri esté afincado en la Capital. A Macri no le viene nada mal que en la oposición no emerja alguien que le haga sombra. Entiéndase bien, no se trata de un pacto explícito, de una conspiración o una conjura. Se trata de una coincidencia de intereses presentes que posterga el conflicto mayor. Entre tanto, no los unirá el amor sino la exigente necesidad de disputarse el favor de “la gente” desde distintos proyectos, que los tienen.
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