EL MUNDO › OPINION
Fernando de la Serra
Por Alberto Ferrari Etcheberry
The Economist dedicó la edición especial del 28 de septiembre último al peligro de la deflación, proponiendo el retorno a la política fiscal keynesiana. La revista aconseja que Europa reescriba el pacto de estabilidad, aunque quede herida la credibilidad del euro: “Es mucho peor pegarse a una política mala y terminada (lousy) que admitir que está equivocada y cambiarla. Pregunten a la Argentina”.
Cuando leí el párrafo recordé un episodio de la visita de Lula a Buenos Aires, en plena campaña electoral del ‘99. Estábamos en Canal 9 esperando para la entrevista con Mariano Grondona. Me saludó Adalberto Rodríguez Giavarini, quien esperaba su turno, y le conté lo que venía pasando en las charlas de Lula: una ovación cada vez que preguntaba quién podía creer que un real valía un dólar y que un peso valía un dólar. Rodríguez Giavarini empalideció: “Por favor, que no toque el tema, sería gravísimo.” Un minuto después Lula oyó azorado mi relato. Pero cuando entró en el set la frialdad de Grondona no le dio chance de contar que en la campaña del ‘98 Cardoso juró defender el uno a uno y ya reelecto devaluó, mientras que el PT prefirió la derrota antes que callar frente al electorado que la paridad cambiaria era absurda. Hoy el que cosecha es el PT, mientras que Cardoso siguió con las otras políticas realistas y modernizadoras y se va con su ala derecha chamuscada de tanto inclinarse para ese lado.
Pretende sucederlo, con la misma camiseta, José Serra, quien ocupó dos ministerios con Cardoso. Su campaña terrorista consiste en sostener que Lula será... ¡Fernando de la Rúa! Sería iletrado esgrimir esa afinidad. O, sencillamente, mentiroso.
Uno podría explayarse en la comparación entre el PT y la Alianza de los candidatos “gardiner”. Además de De la Rúa y Alvarez merecen ser vistos “desde el jardín” otros como Graciela Fernández Meijide y Melchor Posse, todos ellos ejemplos del principio de la selección científica del “y... no hay otro” que convirtió a la retórica Alianza en un trágico hazmerreír. Pero la cosa no pasa por ahí porque el gobierno de los “gardiner” jamás se propuso cambiar nada y fue un modelo acabado de la absoluta continuidad con la herencia recibida, la convertibilidad y sus inexorables anexos, exaltada por sus cerebros técnicos: José Luis Machinea, Pablo Gerchunoff, Juan Llach, Ricardo López Murphy y, para que no quedaran dudas, el mago inventor, Domingo Cavallo.
Le guste o no a Serra, si hay que comparar, salvando las megadistancias que existen hoy entre Brasil y la Argentina, lo más parecido a la retórica Alianza es lo que Delfim Neto llama “el extraño invento” de Fernando Henrique, Serra y sus amigos: “La social democracia basada en los profesores universitarios”. Por eso, pobre candidato oficialista. Le guste o no, sin base social y reivindicando como sus patrocinantes al presidente Cardoso y al realismo, y a la palabra como motor omnipotente de la historia, Serra, y no Lula, es el único que en Brasil podría acercarse al mérito de Fernando de la Rúa.