Eduardo Avilés se convirtió en los últimos días en la voz de muchos empresarios, hacendados y hombres y mujeres de clase media que quieren mano dura para terminar con la sensación de inseguridad en Paraguay. El ganadero chileno que se hizo famoso por su descarnado llamado a levantarse en armas contra los “comunistas” sabe de lo que habla. Su obsesión con la amenaza del enemigo interno viene de larga data, desde principio de los años ’70. Según confirman los registros de la Justicia chilena, Avilés es uno de los sospechosos de haber participado del asesinado del entonces comandante de las Fuerzas Armadas, el general René Schneider, uno de los oficiales que defendían la vía constitucional y la asunción del gobierno socialista de Salvador Allende. Avilés no llegó a ver el golpe de Augusto Pinochet en 1973 porque un año antes tuvo que huir, primero a Buenos Aires y después a Asunción, para evitar el llamado de la Justicia.

Según los registros de la Corte Suprema chilena, su orden de extradición fue firmada con la vuelta de la democracia, pero el reclamo nunca se tramitó en la Cancillería paraguaya, institución que hasta la asunción de Fernando Lugo estaba en manos del Partido Colorado, una fuerza política con la que el ganadero chileno siempre mantuvo una muy buena relación. Primero bajo la dictadura de Alfredo Stroessner y más tarde con otro oficial que marcó la historia reciente del país, el ex candidato presidencial y acusado de magnificidio y golpe de Estado Lino Oviedo. A finales de los años ’90, Avilés, por entonces un ignoto para la mayoría de los paraguayos, se presentó ante la Justicia paraguaya para dar una versión diferente del asesinato del vicepresidentre Luis María Argaña. Su relato era casi calcado del de Oviedo y desligaba al ex general y sus hombres del magnicidio. La Justicia la descartó y Oviedo aún sigue procesado por esa causa.