Miércoles, 9 de febrero de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
Desde El Cairo
La sangre se pone marrón con el tiempo. Las revoluciones no. Trapos sucios cuelgan en una esquina de la plaza, las últimas prendas usadas por los mártires de Tahrir: un médico, un abogado, una joven mujer, sus fotos esparcidas sobre la multitud, la tela de las remeras y los pantalones manchados del color del barro. Pero ayer la gente honró a sus muertos de a decenas de miles en la mayor marcha de protesta jamás reunida contra la dictadura del presidente Hosni Mubarak, gente alegre, transpirando, empujando, gritando, llorando, impaciente, temerosa de que el mundo olvide su coraje y su sacrificio. Nos tomó tres horas abrirnos camino hacia la plaza, dos horas para hundirnos en un mar de cuerpos humanos para irnos. Por encima nuestro, un fantasmagórico fotomontaje se sacudía con el viento: la cabeza de Hosni Mubarak superpuesta sobre la terrible imagen de Saddam Hussein con una soga al cuello.
Los levantamientos no siguen un horario. Y Mubarak buscará una forma de venganza por la renovada explosión de furia y frustración de ayer en su gobierno de treinta años. Durante dos días, su nuevo gobierno de vuelta al trabajo había tratado de pintar a Egipto como una nación volviendo a su antiguo autocrático letargo. Las estaciones de servicio abiertas, una serie de embotellamientos, los bancos entregando dinero –aunque en sumas pequeñas–, los comercios trabajando, los ministros sentados firmes en la televisión estatal mientras el hombre que seguiría siendo rey por otros cinco meses les hablaba sobre la necesidad de volver del caos al orden, una única razón declarada para mantenerse a toda costa en el poder.
Pero Issam Etman le demostró que estaba equivocado. Empujado por los miles a su alrededor, llevaba a Hadiga, su hija de cinco años, sobre sus hombros. “Estoy aquí por mi hija”, gritó sobre la protesta. “Es por su libertad que quiero que Mubarak se vaya. No soy pobre. Dirijo una empresa de transportes y una estación de servicio. Todo está cerrado ahora y estoy sufriendo, pero no me importa. Le pago a mi personal de mi propio bolsillo. Esto es sobre la libertad. Cualquier cosa la vale.” Y todo el tiempo la pequeña sentada sobre los hombros de Etman mirando a la multitud épica con asombro; ninguna extravagancia estilo Harry Potter podría igualar esto.
Muchos de los manifestantes –tantos se reunían en la plaza ayer que el sitio de protesta se había desbordado a los puentes del río Nilo y a otras plazas del centro de El Cairo– venían por primera vez. Los soldados del Tercer Ejército de Egipto deben haber sido superados 40.000 a uno, estaban sentados en sus tanques y los carros blindados, sonriendo nerviosamente mientras los ancianos y los jóvenes y mujeres jóvenes estaban alrededor de sus tanques, durmiendo contra los blindados; una fuerza militar impotente por un ejército de disconformidad. Muchos decían que habían venido porque tenían miedo: porque temían que el mundo estuviera perdiendo interés en su lucha, porque Mubarak todavía no había abandonado su palacio, porque las multitudes eran más pequeñas en los últimos días, porque algunos de los equipos de camarógrafos habían partido hacia otras tragedias y otras dictaduras, porque el olor a traición estaba en el aire. Si la República de Tahrir se seca, entonces el despertar nacional se terminó. Pero ayer se confirmó que la revolución está viva.
Su error fue subestimar la habilidad del régimen para sobrevivir, para encender sus atormentadores, para apagar las cámaras y hostigar a la única voz de esa gente –los periodistas– y persuadir a aquellos viejos enemigos de revoluciones, los “moderados” a quienes ama Occidente, que envilecen su única exigencia. ¿Qué son cinco meses más si el viejo se va en septiembre? Hasta Amr Mou-ssa, el muy respetado favorito de los egipcios, resulta que quiere que el viejo siga hasta el final. Y en verdad, es la comprensión política de esta inocente pero a menudo no instruida masa.
Es fácil acusar a los cientos de miles de manifestantes pro democracia de ingenuidad, de simpleza mental, de confiar demasiado en Internet y Facebook. Hay una creciente evidencia de que la “realidad virtual” se convirtió en realidad para los jóvenes de Egipto, que habían comenzado a creer en la pantalla más que en la calle –y que cuando tomaron las calles, estaban profundamente shockeados por el estado de violencia y la fuerza física brutal del régimen continuaba–. Pero sin embargo, que la gente guste de esta nueva libertad es abrumador. ¿Cómo puede planear su revolución gente que ha vivido bajo la dictadura durante tanto tiempo? Nosotros en Occidente podemos olvidar esto. Estamos tan institucionalizados que todo en nuestro futuro está programado. Egipto es una tormenta de truenos sin dirección, una inundación de expresión popular que no se adapta prolijamente a nuestros libros de historia revolucionaria o nuestra meteorología política.
Tendremos que recordar que los dedos de hierro de este régimen hace tiempo que han crecido en la arena, más profundamente que las pirámides, más poderosos que una ideología. No hemos visto el fin de esta criatura. Ni su venganza.
* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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