VERANO12

El curandero del amor

 Por Washington Cucurto

Le compré a un peruano en El Rey un CD de cumbia de Los Mirlos. Estábamos cerveceando con mi ticki cumbiantera cuando apareció el peruca cargado de cds y dvds piratas. Estaba mordiéndole los labios, tocándole las manos, bajo las luces multicolores de ese barsucho del Superconsti, cuando plaf, cayeron ellos, los cds. Me los puso encima de la mesa, una montaña de soldaditos musicales y me desesperé, y con ella, comenzamos a elegir ballenatos, cumbias tropicales, José José, Jerry Rivera, Juaneco y su Combo, tres de Karicia, mi grupo preferido. Los Mirlos son lo mejor del Perú y de la música andina, un día les contaré la historia de ellos. Nos sentíamos como unos “Cumbianteros junto a la orilla del mar”. Mi ticki sacó cinco pesos de su cartera y me compró. El poder verde, de Los Mirlos. –Este tema habla de un curandero, es el poder verde, nos dijo el peruano. –¿Qué es el poder verde? –le dijo sonriente, medio en joda, moviendo las tetas, mi ticki atrevida.

–Es el poder de la selva, que cura cualquier mal. Siempre hay un representante de la selva entre no-sotros, ese rol lo cumple un curandero. –Y, ¿qué cura ese curandero? –le dije preocupado.

–Lo que sea, hermano, lo que tengas, yo conozco uno. Si tienes un mal yo te llevo con él por 15 pesos.

Con mi ticki cumbiantera y guevarista abrimos los ojos, mirándonos.

–Ya sé lo que pensás, atorranta –le dije–. Pasa que mi ticki está preñadísima de dos meses. Es decir, hace dos meses que no le baja la sangre. Yo estoy casado hace diez años, tengo tres hijos y una mujer. Pero estoy enamorado de mi ticki guevarista, estudiante de Sociales, perteneciente al grupo Liberación y ahora preñadísima de mí o de quién sea, que eso nunca se sabe.

Continué:

–Vos sos tan atorranta, tan trola, que merecés que te lleve a ese curandero pa’ que te baje la saina.

–Cucu, diablo, vamos ya.

Y entre besos mordiendo sus labios gruesos que son un espectáculo, un puro y vacío show como las marchas en la plaza. Y ella a cada agite me dice, “nos vemos en la Plaza”. Y yo tengo que ir a buscarla entre peronistas, progresistas, piqueteros, clases medias y vendedores de lo que sea, que esa es la única gente rescatable de esas marchas.

Hace un rato venimos de una marcha donde pregonó una Madre de la Plaza de Mayo y leyó la carta de Rodolfo Walsh, demasiado aburrida.

–Terminemos la birra y vamos –me dijo mi ticki, en ese bar peruano demasiado antro, demasiado achacoso pa’ conocer de Madres y revoluciones y desaparecidos. Siempre habrá un lugar más allá de todo y es este barcito peruano y metacumbiero del barrio de Constitución.

Caminamos con el peruano por Salta hasta Caseros y nos metimos en un conventillo. Me dijo:

–Esperen acá que voy a tocarle la puerta al curandero.

De una pieza sonaba la música de Rodrigo. Jugaban los niños a pesar de la hora. Esperamos en la oscuridad, besándonos.

–Pasen chicos –gritó de una pieza el vendedor de cds.

–Diganmé –nos dijo una voz en la oscuridad de la pieza. Era el curandero. Estaba sentado en un banco, con un atuendo de todos los colores y unas velas alrededor. Tenía una vincha roja y una peluca de pelo lacio, amarillo.

–Sientesé chicos y cuentenmé. Soy el curandero del amor.

–Está preñada, curandero del amor.

–Ah, te felicito, comerte semejante bombón.

–No maestro, esto es cosa seria. No estamos para tener un hijo...

–Pero muchacho, usted es joven, puede trabajar. Un hijo es una bendición de Dios.

–Sí, maestro, pero ya tengo dos y ella tiene 17 años.

Mi ticki se reía de nuestra conversación y se mordía los labios, los dedos. Si tenía una pija la chupaba. Su mirada estaba llena de sexo en la oscuridad, como siempre.

El curandero dirigiéndose a mi ticki.

–Y vos, nenita, ¿no te gustaría ser madre?

–Sí, curandero del amor, es lo que más deseo en la vida. Pero el Cucu me baja el pulgar.

–Ay, muchacho, andar poniéndola sin hacerse cargo de las consecuencias.

–Por eso, porque me hago cargo de las consecuencias es que será bueno que le baje el período.

–Bueno, viendo que las voluntades son irrevocables y están en contra de la vida. Llamemos al Dios de la Selva. San Poronga.

–¿San Poronga? –preguntamos a la vez con mi ticki futura mamá.

–Sí, San Poronga, el Rey del Perú. Protector de las abuelitas y de las púberes de los degenerados como vos.

–La culpa es del viagra y de la cumbia.

El curandero mirando a mi niña.

–Esto te pasa por bailar la cumbia.

–¿Por qué por bailar la cumbia?

–Te emborrachás, te prendés de un negro y te perdés con la cerveza y los besos. Al final terminás garchada en un telo o una pensión o encima de un auto.

–Yo bailo buscando el amor.

El curandero se paró de su banquito sopló un manojo de inciensos con olor a lavandas y mentas. Se acercó a mi ticki y comenzó a manosearla y decir cosas en voz alta.

–San Poronga, protector de los hijos de la Selva. Conductor del Semen y de los Hongos. Hijo del Océano Pacífico, protege a esta hija tuya curepí. Haz que la sangre le baje en este preciso momento, por el bien de todos. Y en nombre de la Salud, te lo pide tu hijo.

Me di cuenta enseguida de que a este maestro se le pasaba la mano con la religión. Se franeleaba a todas las cumbianteras de la bailanta, a todas las guachitas que preñaban por culpa de la cumbia. Iba a la puerta de la bailanta y repartía volantitos. “No tengas hijos con un desconocido, si quedaste embarazada vení a visitarme que te vuelvo la sangre.”

¿Qué más? Nos dijo que esperáramos 15 minutos y si no le venía se sentaría en una cama donde se procedería a bajar la sangre.

–Bienvenida al desangradero. Sacate la pollera y la bombacha y acostate en la cama.

Apagó las luces casi hasta que no se veía nada en la pieza del yotibenco de la calle Pedro Echagüe y Santiago del Estero. Una vez que bajó las luces prendió un foco rojo que había al costado de la cama arriba de una silla. Yo me quedé en la puerta inmóvil, me temblaban los pies. El curandero del amor se arrodilló delante de la chuchita de mi ticki y comenzó a introducirle un dedo, después otro y otro. Mientras le introducía dos dedos comenzó a darle besitos en el clítoris y a pasarle la punta de la lengua.

Al lado mío, me codeaba el vendedor de cds piratas.

–Eh, maestro, la traje para que la cure. No para que se la garche.

–Lo que estoy haciendo no tiene interés sexual, muchacho. Estoy lubricando la zona para que no hayan rispideces.

–Todo lo que usted diga, maestro, pero si hay que lubricar me debería haber pedido permiso a mí. Esta ticki es MI TICKI. Y todo lo que se diga o haga con respecto a ella debe informármelo a mí.

–Bueno, vení hacelo vos. Si sabés tanto.

El curandero se corrió de las piernas de mi ticki. Antes rezó tres Padres Nuestro.

Se lavó las manos en una palangana. Usó jabón blanco de lavar la ropa. Y 15 gotitas de agua bendita. Sacó dos pinzas horribles de un bolso y las puso adentro de un microondas que estaba al lado de la cama. Empezó a decir cosas inconexas, frases de oraciones, bendiciones. “En nombre del Padre que ve todo lo mal que hacemos y nos perdona ... En nombre de los errantes que yerran por alejarse de Dios ... Por el Sr. Porongón, Convertidor del Pecado en Pureza ... Protege a esta cierva pecadora de la cumbia ... Oh, Gran Misericordioso Creador del Cielo y de La Tierra ... no es más que un ángel descarriado.” El microondas giró cuatro minutitos y sacó las pinzas humeando.

–Hay que quemar las paredes del útero. Y después bendecir con agua bendita. Esto va a doler.

Cuando con el vendedor de cds truchos vimos las pinzas hirvientes nos agarró un temblor en todo el cuerpo. El se tapó la boca y dejó caer la cajita con los compac que sonaron en el piso creando entre todos una cumbia.

La cumbia de la tristeza infinita.

El vendedor de cds me dijo:

–Negro, jugate, no dejés que le haga nada.

No esperé ni un segundo y salté encima del curandero y le dije.

–Espere esto no es necesario. Vamos a tenerlo.

–¿Tener qué? –me preguntó el curandero enojado.

–El hijo. Vamos a tener el hijo.

La oscuridad de la pieza era total, de una pieza sonó una cumbia que decía que no se podía amar a dos, bien sabes. Fue ahí cuando vi la cara de ella en la cama, sus labios brillantes, su pelo corto. Era como la cara de una virgen a punto de ser ejecutada, era como una adolescente en un campo de prisioneros a punto de ser torturada. La vi tan hermosa y lloró.

Entre lágrimas me dijo:

–Cucu, mi amor, te amo, pero no podemos tenerlo.

En ese momento deseé que estuviéramos en el bar peruano comiéndonos una corvina con arroz; tomándonos una Condorina helada, mirándonos a los ojos y prometiéndonos todo el amor del mundo. La agarré de la mano y comencé a llorar. El curandero del amor seguía con las pinzas en alto esperando a que nos decidamos.

–¿Y? ¿Qué hacemos? En dos segundos se ahorran los problemas de una vida.

Le grité que no, que nos íbamos. Entonces ella se sentó en la cama y me pegó una cachetada y otra más.

–Puto, puto. No quiero tener un hijo tuyo.

Y lo miró al curandero.

–Y usted, déjese de joder y meta esas pinzas.

Yo me quedé volando entre mis lágrimas por el cachetazo de mi ticki: Sentí sus alaridos de dolor. Después fue todo sangre. Las sábanas, la cama, la pieza, el barrio y el barcito peruano. El mundo fue rojo, como la Unión Soviética o la cancha de Independiente de Avellaneda.

El curandero del amor se asustó.

–Hay mucha sangre, hay que quemarla o se morirá desangrada.

Mi ticki cumbiantera, mi compañera fiel, mi hermana, mi todo, sangraba sin parar. La sangre inundaba el piso como una inundación. Como un río de sangre. La sangre de nuestro amor, la sangre de mi vida.

–Va a haber que hacer una curación doble de urgencia.

El curandero corrió hasta el ropero. Tiró la ropa que había adentro y sacó un nebulizador. Con la manguera me ató el brazo y con una jeringa comenzó a sacarme sangre.

–¡Sangre! –gritó.

Yo sentí el pinchazo y la sangre que salía de mi cuerpo.

–¡Cerrá el puño, pelotudo! –me volvió a gritar.

Cuando terminó voló la goma del nebulizador dándome otra cachetada en la mejilla.

El curandero corrió hacia la cama y se la inyectó intravenosa.

–¡Sangre! –gritó y me pinchó.

Me sentí mal aferrado a la mano de mi ticki.

–Mejor me voy que va a venir la policía –dijo el vendedor de cds truchos.

–¡Sangre, que se nos va! –gritó el curandero y saltó con la jeringa hacia el vendedor que no atinó a nada. Le pinchó el brazo con gran maestría y le sacó un litro.

El vendedor pegó un grito de dolor.

–Gracias, hermano, le dije y le di un beso. Cuando tenga plata te compro todos los cds.

El curandero giró y le inyectó la sangre a mi ticki. Se desabrochó la manga y mientras gritaba, sangre, sangre, se clavó sin pestañar la jeringa en un brazo y ya esto era un toqueteo, un pinchaderío sin ton ni son. Se pinchaba y ya la pinchaba a ella y se volvía a pinchar y le daba más sangre a ella. Era tanto el bardo y la desesperación que incluso vi cómo la pinchaba a la propia ticki sacándole sangre de un brazo y poniéndosela en el otro. “Lo importante es que la sangre fluya”, dijo. Yo estiré mi brazo y me dio dos pinchazos pero ni por asomo asomó una gota de sangre. “Está vacío”, dijo. De brazo en brazo caían gotones de sangre que el curandero chupaba “para no perderla”.

Al curandero se le cayó la peluca y se despegó de su traje de curandero y se sentó en un banquito.

–¡La salvamos, pongan cumbia, carajo!

Yo me alegré de la vida. Salté al minicomponente Aiwa y puse Los Mirlos. Y sonó de casualidad el Poder Verde. Lo puse a volumen 55, la pieza retumbaba que volaba. Sólo un aparato japonés puede poner la cumbia a 55 de sonido. El gran plan de los japoneses es que un día prendamos un Aiwa y volemos en mil pedazos. La cumbia se escuchaba hasta en la Luna.

–¡El poder Verde! –gritó el curandero.

Teníamos los brazos dolorosos pero estábamos contentos.

Como si fuese un cuento de García Márquez, pero más divertido y con cumbia. Pos, qué es esta vida de hambre, sino puro realismo mágico al revés. Sea como fuere, la cama de mi ticki se comenzó a elevar en medio de aquel cuartucho horripilante, mientras sonaba “Eres mentirosa”. Golpeaba contra el foquito del techo e iba flotando de un lado a otro de la pieza, como una vez vi, que flotaba en llamas la cama de Frida Kahlo, en una película yanqui. Y ustedes no lo van a creer, pero las cosas que pasan en las películas, también pasan en la vida. Si piensan que macaneo vengan a caminar por las calles de Constitución y verán que esto es ciencia ficción sudamericana.

–Esta es una curación doble. Hay que hacer la otra parte de la curación.

–¿Qué otra parte de la curación? –le pregunté. Yo lo miré al curandero trucho que no era otro más que el mismo hermano del vendedor de cds y, a los cds, los copiaban en el mismo Aiwa multipotente, en el cual ahora sonaba “Lamento de la selva”.

Che, que ahora me doy cuenta lo justo y hermoso que es el amor pese a todo, lo digo ahora que pasaron tres días y ya me puedo sentar y caminar. Che, que no hay nada más justo en la vida que el amor y el sufrimiento. El curandero fue y quemó de nuevo en el microondas las pinzas y me dijo que el amor se hace entre dos y que para que no vuelva a ocurrir era necesario, que no dolería nada, que piense en María que al lado mío, boca arriba, y yo boca abajo, me agarraba de las manos y sonreía y fue tan linda su sonrisa, pese a todo, fue una sonrisa de amor y alegría y comprendí que a pesar de todos los problemas, el amor es lo más lindo que nos pasa, pese a todo, y la cumbia no dejaba de sonar mientras yo me bajaba los pantalones, en el acto más justo de la vida, mientras el curandero del amor me metía las agujas hirvientes en el centro oscuro y acre y con olor a mierda de mi ser.

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