Viernes, 4 de marzo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › PARA ENTENDER LA REVUELTA LIBIA
La opresión política y la falta de libertades son mencionadas a menudo como dos de los motores que impulsan las protestas populares que corren como reguero de pólvora en el mundo árabe. La pobreza en Libia, en muchos casos llevada al extremo de la miseria, también desempeña un papel importante. Barrios como Al Barka, en el centro de Benghazi (1000 kilómetros al este de Trípoli), son una prueba de las condiciones más que difíciles en la que viven muchas personas en el país norafricano, donde el régimen del coronel Muammar Khadafi enfrenta una revuelta sin precedentes en sus 42 años en el poder.
Casas bajas de paredes descascaradas o medio derruidas y bolsas de basura amontonadas en cada esquina marcan el paisaje urbano de esta zona en la segunda ciudad de Libia, un inmenso país de más de seis millones de habitantes rico en hidrocarburos. Libia se encuentra en el puesto 53 del Indice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU y en el puesto 63 de Producto Interno Bruto (PIB) nominal per cápita (unos 9000 dólares anuales) a nivel mundial, en ambos casos a la cabeza de Africa. Sin embargo, esta riqueza, como en muchas partes del tercer mundo, no parece correctamente distribuida en la población.
Mustafá tiene 24 años y trabaja como mecánico en una compañía estatal de mantenimiento de parques desde hace cinco años. Su salario es de 200 dinares mensuales (un poco más de 150 dólares), bastante menos que la media de 500 que puede cobrar un empleado bancario o administrativo en Libia. “Entre lo que necesitamos para cubrir el alquiler y la comida, no nos alcanza para llegar a fin de mes”, dice este joven e invita a pasar. Al entrar, el panorama es más que desolador: en una pequeña habitación oscura y húmeda que sirve de dormitorio hay tres camas de una plaza en las que duermen su hermano, su madre y él.
Samir el Magrebi tiene 34 años y tres hijos. Trabaja en el puerto de Benghazi cargando y descargando mercaderías. Gana 200 dinares y vive con su familia en una habitación de la casa de sus padres en otra barriada muy humilde, El Zeitún. “En casa compartimos todos los ingresos”, dice, explicando que a su salario se suma la pensión de su padre, de 290 dinares mensuales. “Somos seis hermanos y tres hermanas y apenas tres de los nueve tenemos trabajo. Encontrar hoy en día un empleo es muy difícil, casi imposible”, agrega.
“Si Dios quiere, cuando se vaya Khadafi estaremos mejor”, afirma. “Lo primero que necesitamos que mejore después de la revolución son las cuestiones de la vivienda, el empleo y los salarios. Es lo que todos esperamos, que la situación mejore”, concluye.
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