EL MUNDO › OPINION
El “cálculo moral” de las matanzas
Por Tim Wise *
Imaginen, si quieren, que una nación enemiga, digamos Corea del Norte o China, atacara a Estados Unidos. Y digamos que lanzaran misiles o bombas especialmente sobre Washington D.C., habiendo apuntado a la Casa Blanca, el Capitolio y el Pentágono, y destruyeran estos edificios. Y digamos que tuvieran especial cuidado en no tocar Georgetown o Adams Morgan o Tenleytown, o cualquiera de las áreas residenciales que rodean las instalaciones del gobierno, que comprenden una abrumadora parte del Distrito. Y digamos que también bombardearan quizás una docena de otras instalaciones militares alrededor de la nación, tratando de destruir las armas norteamericanas y nuestra capacidad para hacer la guerra. Y digamos que en el proceso, sólo un pequeño número de no combatientes y empleados no gubernamentales resultaran muertos o heridos.
Ahora pregúntense, si una tragedia así sucediera, ¿habría un solo norteamericano que aceptaría de Corea de Norte o del gobierno de China lo siguiente: “Estamos haciendo el mayor esfuerzo para evitar la pérdida de vidas civiles inocentes. Nunca antes se usaron en una guerra armas que fueran tan precisas, permitiéndonos apuntar a instalaciones militares y gubernamentales sin dañar las áreas residenciales. Hemos tomado muy en serio la necesidad de proteger a los inocentes de cualquier daño”?
No puedo imaginar que algún lector pudiera responder sí. Después de todo, en el 11 de septiembre, los secuestradores de Al-Qaida atacaron el máximo objetivo militar, el Pentágono, así como un símbolo del poder económico de Estados Unidos, no barrios residenciales. Sin embargo nuestra ira era palpable, y nadie estaba tratando de legitimar el horror de ese día sólo porque no fueron afectados condominios ni estacionamientos.
De la misma manera, la presunción subyacente y no cuestionada debajo de toda la retórica sobre tratar de proteger vidas inocentes es que alguien trabajando para el gobierno no es inocente; y que cualquiera usando un uniforme militar iraquí tampoco es inocente; que sus vidas son sacrificables. Pero sabemos que esos soldados y burócratas son seres humanos, con familias, con historias, y hogares y esperanzas y temores. Por supuesto, algunos podrán decir que son seres humanos, pero están sirviendo a un líder brutal y corrupto, que fue puesto en funciones sin el apoyo de la mayoría de sus propios ciudadanos, y que ignora la condición de millones de su propia gente que no tiene el alimento adecuado ni el albergue, que vive en la pobreza más abyecta. Pero, por supuesto, otras naciones podrían decir lo mismo sobre nuestros funcionarios militares y gubernamentales también. Para millones alrededor del mundo, estemos o no de acuerdo con ellos, el presidente de Estados Unidos es un líder brutal y corrupto, casi seguramente elevado a sus funciones sin el apoyo de la mayoría de los ciudadanos norteamericanos, y que hace muy poco por dedicarse a temas como la pobreza, los sin techo o el hambre aún dentro de su propia nación. ¿Eso quiere decir que cada soldado es un agente de Bush? ¿Y qué tal todos los que tienen un puesto en el gobierno?
Irónicamente, los soldados norteamericanos y los funcionarios del gobierno serían blancos más legítimos que aquellos en Irak, aunque más no sea por otro motivo que la relativa libertad que gozamos nosotros en Estados Unidos comparada con aquellos que viven bajo el brutal reino de Saddam. Los soldados iraquíes son en su mayoría conscriptos, obligados a servir sin tener en cuenta sus propias creencias. Los funcionarios gubernamentales iraquíes son en gran parte aquellos que han buscado los únicos trabajos en esa nación que reciben una seguridad real o un pago seguro, nuevamente, no porque apoyen al dictador sino porque sus opciones son bastante limitadas. Y si desprecian a Saddam no pueden decirlo. Por otro lado, no hay conscripción en Estados Unidos y las oportunidades fuera del gobierno son probablemente mucho más seguras que aquellas dentro de él, dados los recortes presupuestarios que busca constantemente Bush. Mientras es verdad que hay algo de reclutamiento económico en este país, por el cual los pobres y los hombres de las clases trabajadoras se convierten en soldados para recibir un sueldo decente o educación, también es el caso que todavía hay más libertad para elegir tal senda aquí que en el lugar que estamos actualmente bombardeando.
Perdimos más de 50.000 soldados en el sudeste asiático desde el comienzo de la década de 1960 hasta 1975, ni uno sólo de ellos era un “civil inocente” y sin embargo hay un muro de granito negro no lejos de la puerta trasera del presidente que atestigua lo preciosos que considerábamos que eran; que inaceptable, piensa la mayoría, fueron sus muertes. De manera que si las muertes civiles se mantienen en un mínimo en Irak, y esto está por verse, la destrucción de funcionarios gubernamentales y militares e instalaciones será vista en ese lugar como se vería aquí el mismo tipo de destrucción.
Que no podamos reconocer el fundamental doble mensaje que funciona al declarar que nuestros propios “funcionarios” no pueden ser atacados por adversarios extranjeros y al mismo tiempo insistir en nuestro derecho a apuntar contra ellos en cualquier parte del mundo, demuestra una cierta arrogancia, una cierta mentalidad supremacista y hasta un cierto racismo de nuestra, lo que hace imposible creer que las vidas son igualmente inocentes y valiosas. Al final del día, el cálculo moral usado por los Estados Unidos en esta guerra no es mejor o peor que el usado por cualquier otra nación. No somos excepcionales. No somos particularmente más humanos. No deben aplaudirnos por no estar apuntando intencionalmente a civiles, de la misma manera que ese aplauso sería inapropiado si fuera extensivo a otra nación que nos atacara.
Después de todo, debe recordarse que tampoco necesariamente hicimos blanco en la primera Guerra del Golfo, pero alrededor de 75.000 murieron de todas maneras, según los estimados hechos por los funcionarios censistas de Estados Unidos, expertos en salud mundial y la ONU, en gran parte debido a la destrucción de las instalaciones de tratamiento de agua y instalaciones eléctricas. Oh, y debería recordarse probablemente que esas instalaciones fueron elegidas como blancos a propósito, de acuerdo con los documentos del Departamento de Defensa, aún cuando se sabía que su destrucción resultaría en sufrimientos y epidemias. Así que hasta que nosotros no pidamos disculpas por la matanza de inocentes, aún usando nuestra muy limitada concepción de ese término, durante la primera Guerra del Golfo, no estamos en posición de proclamar una superioridad moral durante la segunda.
* Tim Wise es escritor y activista antirracista.
Traducción: Celita Doyhambéhère.