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Derechos humanos y Ruckauf, una pareja en problemas

 Por Martín Granovsky

Lo que el ministro no leyó. El canciller Carlos Ruckauf es un hombre veloz. Con velocidad huyó de la gobernación de Buenos Aires. Con velocidad consiguió el tercer lugar en la lista de candidatos a diputados nacionales por el peronismo bonaerense, en una búsqueda de fueros de la que no participó, por ejemplo, el ministro de Salud Ginés González García. Ruckauf también es veloz para nombrar amigos. Este diario informó en exclusiva que planeaba llenar las embajadas en los países limítrofes ya mismo, para taponar al futuro presidente/a y fastidiarlo/a. Velozmente el canciller suspendió, entre otros, el traslado del embajador Victorio Tachetti a Brasil, aunque velozmente podría volver a impulsarlo si los candidatos a presidente se descuidan. El domingo pasado, Página/12 publicó otra muestra de la velocidad de Ruckauf: ordenó acompañar a la galtierista Jeanne Kirkpatrick, hoy delegada de Washington en la Comisión de Derechos Humanos, para impedir que el organismo con sede en Ginebra tratara la guerra en Irak como un problema de derechos humanos. “Las cuestiones humanitarias son tema del Consejo de Seguridad”, dijo veloz Ruckauf. “La Comisión se ocupa de persecuciones y tortura.” Podría parecer que el canciller inventó una teoría. No es así. En la Argentina, la dictadura militar también separaba los derechos humanos del derecho humanitario. Y usaba un subterfugio. Decía que no se podía pedir el respeto de los derechos humanos en una situación de excepción, una guerra no convencional, y negaba el derecho humanitario propio de las guerras porque, argumentaba, el conflicto no era convencional. Un perfecto círculo vicioso que permitía matar, secuestrar, torturar y robar. Si las naciones siguieran ahora la idea de Ruckauf, dibujarían otro círculo, tan vicioso como el anterior. Evitarían discutir la existencia de un problema de derechos humanos en la guerra, como si no hubiera violación del derecho a la vida y a la integridad física de miles de civiles iraquíes. El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, incorporado a la Constitución argentina, dice que en situaciones excepcionales que pongan en peligro la vida de la nación (como dice el argumento bélico que esgrime Bush) los Estados pueden suspender algunos derechos de manera transitoria. Pero prohíbe suspender ciertos derechos, como el derecho a la vida o a no sufrir torturas, penas o tratos crueles. ¿Una guerra es un estado de excepción? Un informe aprobado en 1997 por la Comisión de Derechos Humanos, la misma que Ruckauf desdeña, recuerda que en su versión original el pacto hablaba de situaciones de guerra, “pero se abandonó a favor de la fórmula genérica de ‘situaciones excepcionales’ para no dar la impresión de que las Naciones Unidas autorizaban, o al menos aceptaban, la guerra”. El canciller tiene a mano en Buenos Aires al autor de aquel informe. Es Leandro Despouy, actual auditor general de la Nación. Para ahorrarle trabajo, aquí van algunos puntos del documento que se aplican a la guerra de Irak:
- A esta altura, los convenios sobre derechos humanos no regulan relaciones entre Estados sino que garantizan, como preocupación básica, derechos individuales más allá de los Estados.
- Lo que diferencia a los derechos humanos del derecho internacional humanitario no es su objeto. Los dos buscan proteger a cada ser humano. La distinción está sólo en su punto de partida. Dice el texto que “los derechos humanos comenzaron siendo protegidos exclusivamente en el ámbito interno y fueron escalando, poco a poco, hasta alcanzar, recién en la última mitad de este siglo, una dimensión internacional”. Explica que, “ala inversa, el derecho internacional humanitario nació para regir los conflictos armados en el orden internacional y fue descendiendo paulatinamente hasta ingresar en las esferas nacionales y cubrir los conflictos armados internos”.
- Para la justificación de un estado excepcional, y una guerra lo es más que ninguno, no basta invocar la legítima defensa. Esa figura no se aplica si no hay una relación entre el peligro supuesto y los medios que se usan para repelerlo. Si hay exceso en el empleo de los medios la defensa se torna ilegítima y, por lo tanto, se transforma en agresión.
- La proporcionalidad es uno de los criterios centrales para cualquier emergencia.
- Cuando hay dudas, tienen preeminencia “las normas más favorables a la protección de los derechos humanos”.
- “Estado de derecho, democracia y derechos humanos conforman una unidad que la emergencia no puede romper ni en forma excepcional ni transitoria”. * “Las medidas adoptadas por un gobierno para combatir el terrorismo no deben afectar el ejercicio de los derechos fundamentales consagrados en el Pacto”.
- “La Corte Internacional de Justicia, en su sentencia sobre las actividades militares y paramilitares en Nicaragua, entendió que incluso dichas garantías debían aplicarse a los conflictos armados de carácter internacional”.
El juego del canciller es múltiple. Trata de quitar todo contenido a los temas comunes entre los derechos humanos y el derecho humanitario. Y también procura vaciar el derecho humanitario hasta convertirlo solo en una forma de socorro a la población civil. Socorro necesario, sin duda, pero insuficiente cuando el que lo pide es ministro de un Estado con responsabilidades en el orden mundial y no el jefe de la Cruz Roja.

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Los europeos no son ilusos. Joschka Fischer es un ex taxista que fue militante libertario en los años ‘60, fundó el Partido Verde y ahora es ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, la primera nación poderosa que se opuso a la guerra de Irak cuando aún era un proyecto reservado de Bush. Su país, igual que la Argentina, y al revés de Brasil, China, Rusia, Cuba y Venezuela, también votó contra el análisis de la guerra como una cuestión de derechos humanos, seguramente para no sumar otro enfrentamiento con los Estados Unidos. Fischer no habló del tema, por lo cual no se sabe si también tiene una teoría peculiar sobre la Comisión, pero en cambio acaba de conceder un interesante reportaje al semanario Der Spiegel sobre el conflicto entre su país y Washington. Una primera reflexión lo coloca en un pacifismo activo y concreto. Dice Fischer que “los más grandes éxitos en el desarme de armas de destrucción masiva no se realizaron usando medios militares sino políticos”. El ejemplo más antiguo es el período de negociaciones a fines de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Más cerca en el tiempo, Fischer constata que Bill Clinton usó métodos diplomáticos para limitar el despliegue del programa nuclear de Corea del Norte, una estrategia que abandonó su sucesor. El ministro más popular de Gerhard Schroeder también se niega a seguir el slogan del cientista político de los halcones, Robert Kagan, según el que los europeos serían unos tontos que piensan en Venus (la paz eterna) y los norteamericanos gente realista que tiene en cuenta a Marte, el dios de la guerra. “Quienes conozcan la historia europea saben cuántas guerras hubo aquí, y no ignoran que los norteamericanos no tuvieron en su continente una batalla de Verdún.” Añade Fischer que en los Estados Unidos “no hay nada comparable a Auschwitz o Stalingrado, o cualquier otra de las estaciones simbólicas de nuestra historia”. Por cualquier cosa, el ministro aclara que en esos casos Washington estuvo del lado correcto,pero advierte que los europeos no son ilusos porque “buscar la solución de los conflictos del modo más pacífico posible no tiene nada que ver con la cobardía”.

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