EL MUNDO › UNA VENGANZA TRAS OTRA
Capuchas negras en acción
Por Robert Fisk*
Desde Bagdad
El general Charles de Gaulle dio a la resistencia francesa 48 horas para “regler les comptes” –arreglar las cuentas– tras la liberación de Francia. Pero tras la “liberación” de Irak, los enemigos del Partizo Baaz han declarado una temporada libre para cazar y asesinar a cientos de funcionarios del régimen anterior, sin el más leve intento de los ejércitos angloamericanos ni de la nueva policía que instalaron para terminar el derramamiento de sangre.
En la ciudad chiíta de Najaf, 42 ex miembros del Baaz han sido asesinados sin que luego se practicara arresto alguno. En Basora, controlada por tropas británicas, casi 50 baazistas han sido encontrados con las manos atadas detrás de sus espaldas y un solo agujero de bala en el cuello. Nuevamente, no han habido arrestos. Hussam Thafer, un médico de la morgue de Bagdad, dice que cada día recibe “cinco o seis” cadáveres de personas que trabajaron para el viejo régimen.
Algunos de los asesinatos pueden ser revanchas personales. Por ejemplo, este diario pudo saber de un joven chiíta que buscó a su ex torturador en Bagdad, contó tranquilamente a la familia de ese hombre que se proponía ejecutarlo, rechazó una compensación financiera por su sufrimiento y procedió a asesinar a su enemigo. Pero muchos de los asesinatos están siendo ejecutados de modo sistemático y con la misma crueldad que los verdugos de Saddam usaron una vez contra los oponentes a su régimen.
El mayor general Khalaf al-Alousi, un ex director de la policía secreta en Bagdad, fue asesinado un domingo por la tarde de este mes mientras visitaba una casa que estaba remodelando en Yarmuk. Su esposa, Um Ali, contó cómo dos hombres con capuchas negras los estaban esperando en el patio y otro en la casa y cómo ella se dio cuenta de que iban a matar a su marido. “Les grité y les imploré que no lo hicieran, por el bien de sus hijas”, declaró. El ex general trató de hablar a sus asesinos. “Nunca vi tanta calma antes”, diría luego Um Ali. Los hombres armados dispararon 17 balas a su víctima.
El guardia de la casa, Wisam Eidan, previamente había encontrado a los hombres en el patio. “Uno de ellos me mostró un carnet de identidad en inglés con su foto, y me dijo: ‘No discutas con la CIA y mantené la boca cerrada’.” De hecho, la familia de Al-Alousi sospecha que los responsables fueron agentes iraníes. El hombre, según dijeron, estaba en contacto con el Consejo de Gobierno creado por los norteamericanos. ¿Era sólo un hombre marcado? ¿O era que sabía demasiado –sobre los enemigos de Saddam, sobre la policía secreta iraní, o sobre los servicios de inteligencia norteamericanos que, después de todo, cooperaron con al-Alousi y sus camaradas entre 1978 y 1990–? En Najaf y otras ciudades del sur, los baazistas han sido baleados por hombres que se desplazaban en motocicletas o taxis. Los musulmanes sunnitas sospechan que los responsables son las Brigadas Badr, las milicias del Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak (SCIRI), cuyos representantes también participan del Consejo de Gobierno. Un edificio que también se cree que estaba controlado por el SCIRI fue volado en Bagdad la semana pasada, matando a un chiíta que vivía allí con su familia. Los vecinos culparon inmediatamente a ex baazistas por el ataque.
Uno de los crímenes recientes más salvajes fue cuando Dhamia Abbas, una maestra que estaba caminando rumbo a la escuela con sus dos hijos en Najaf, fue rociada de balas de un rifle AK-47. “Yo abandoné el Partido Baaz hace cinco años –dijo desde su cama de hospital–. Pero ellos han estado amenazándome y me han estado siguiendo. Yo llevaba un velo completo cuando me dispararon. Yo quiero agarrar a mis hijos y dejar Irak.” Lo que la señora Abbas no sabía al decir esto era que uno de sus dos hijos, de cuatro años de edad, ya había muerto por las heridas recibidas.
Salvo por llamados a la “solidaridad” tras la captura de Saddam, las autoridades occidentales en Bagdad no se han mostrado preocupadas por los crímenes. Es, por supuesto, difícil mostrar lástima por los sátrapas del régimen anterior, cuyas propias víctimas aún están siendo desenterradas por miles de las fosas comunes del sur de Irak. La señora Abbas, por ejemplo, ha sido acusada de elegir los prisioneros que debían ser ejecutados después de la rebelión chiíta de 1991 en Najaf.
La policía local admite que no ha resuelto un solo crimen contra ex baazistas, reconociendo que ella misma se convertirá en un blanco si intenta hacerlo. Se supone que los asesinos están recibiendo 250 dólares por cada baazista que eliminan. Otra de sus víctimas fue el guardaespaldas de un ex gobernador que fue torturado por sus compañeros baazistas en 1991; eso no lo salvó.
Apenas ayer, en la ciudad norteña de Mosul, tiradores en un auto que se desplazaba a gran velocidad balearon y mataron al jeque Talal al-Khalidi y su hijo de 23 años, Saad. Aunque integraba el nuevo consejo local que trabaja con los militares norteamericanos, al-Khalidi había sido un miembro de la Asamblea Nacional Baazista en Bagdad bajo Saddam. El largo brazo de la venganza –si de eso realmente se trata– se extiende ahora por lo tanto a todo lo largo de Irak.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.