Miércoles, 29 de marzo de 2006 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Claudio Uriarte
“Estoy dispuesto a renunciar al sueño de un Gran Israel, a abandonar tierras donde están enterrados nuestros hijos y a desalojar a los judíos que viven en ellas para permitir que ustedes (palestinos) realicen su sueño de tener un Estado (...). Un acuerdo de paz es la mejor alternativa (...). En Israel tenemos todos los medios para luchar contra el terrorismo, pero queremos dar otra oportunidad para que sus hijos y los nuestros puedan seguir viviendo.”
Viniendo de Ehud Olmert, ex alcalde de Jerusalén por 10 años y primer ministro en funciones, y en el contexto del triunfo de la organización fundamentalista Hamas, responsable de cientos de muertes de civiles en Israel en los últimos 10 años, esta declaración pone en limpio aquello por lo que los israelíes votaron ayer. Estas elecciones fueron tanto un referéndum sobre la evacuación unilateral de Gaza, ya completada, como sobre los retiros que Olmert quiere consumar en Cisjordania. Y en ambas compulsas simultáneas, los israelíes dijeron “sí”. En otras palabras, el de ayer fue un voto por la paz, de hartazgo por la guerra. El alto abstencionismo, que puede haber influido en que el desempeño de Kadima fuera menor al esperado, puede leerse también en esa clave: las pasiones políticas ya no llevan a la abrumadora mayoría de los israelíes a las urnas; Israel, bajando un poco el tenor de su politización, estaría mostrando que quiere ser una sociedad normal.
La otra cara de la medalla es la destrucción de la derecha del Likud de Benjamin “Bibi” Netanyahu. Desde hace ya años, en el gobierno de Ariel Sharon se repetía una ironía: el primer ministro aumentaba sin cesar su popularidad en la sociedad, sólo para ser desautorizado y negado por las sucesivas reuniones de Comité Central del partido que él mismo había contribuido a fundar. Por vía de la creación por Sharon, Olmert, Shimon Peres y otros del nuevo partido centrista Kadima, y luego de los resultados de las elecciones de ayer, el Likud, o por lo menos el Likud de los últimos años, queda reducido a su verdadero tamaño: cuarto lugar detrás de Kadima, el laborismo y el partido de los inmigrantes rusos.
Las especulaciones de que Olmert debería negociar una coalición con los partidos de derecha se disipan. Primero, porque esos partidos rechazan el plan de desconexión impulsado por Olmert, y luego, porque no han logrado conquistar la necesaria masa crítica para condicionar la formación del futuro gobierno.
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