Lunes, 28 de agosto de 2006 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Norberto R. Méndez *
El exitoso desempeño militar de la resistencia islámica libanesa en su confrontación con las Fuerzas de Defensa Israelíes le ha valido al Partido de Dios (Hezbolá) un enorme prestigio en el conjunto de la población libanesa, más allá de las identidades confesionales que caracterizan a este país. Por ello, si tomamos la cuestión identitaria como un eje organizador de lealtades veremos que todas las encuestas muestran a musulmanes de toda variante, como así también a cristianos de toda denominación, como los componentes del mosaico heterogéneo que se amalgamó, junto con ciudadanos laicos liberales y de izquierda, en una nación libanesa unificada por una milicia confesional. Todos ellos hicieron causa común con ese partido de ideología islamista y predominancia chiíta porque éste asumió en este caso el rol de ejército nacional contra el invasor extranjero. Cabe entonces plantearse si la tradicional diversidad etno-religiosa libanesa y su sistema de solidaridades políticas continúa vigente.
Así podría interpretarse que la nación ha superado a las fuerzas disgregadoras de la religión y la etnia como fuerza cohesionante frente una situación crítica. Sin embargo, no puede afirmarse concluyentemente que el sistema confesional que siempre caracterizó al Líbano haya caducado porque las identidades religiosas, tanto como las étnicas, nacionales y sociales son construcciones históricas humanas, por lo tanto cambiantes y determinadas por el contexto y el momento en el cual se desarrollan.
Hezbolá es hoy el símbolo de LO libanés por haber concitado la adhesión de quienes se consideran en este contexto específico compatriotas más que correligionarios.
Pero cabe preguntarse si esto significa un salto cualitativo duradero en la conciencia nacional libanesa o es tan sólo el producto de un hecho coyuntural, como es la guerra desatada por el representante de lo que es percibido como la otredad mayor, el Estado de Israel. Como sería muy apresurado concluir en uno u otro sentido en las actuales circunstancias, es muy importante recordar que en otro contexto, el de la lucha electoral interna que se dio el año pasado, el Hezbolá obtuvo un porcentaje de poco más del 10 por ciento y alrededor de un 20 por ciento en total en coalición con Amal, el otro partido de base chiíta (pero no islamista) más otras fuerzas menores. En esa contienda por escaños en el Parlamento, más de un 60 por ciento fue obtenido por un bloque que se definía principalmente por su posición anti-siria y que si analizáramos por identidades etno-religiosas veríamos de la mano de musulmanes sunnitas, drusos, cristianos maronitas junto con partidos laicos de izquierda democrática e independientes, a los que se debe agregar alrededor de un 10 por ciento que obtuviera el nacionalismo libanés puro y duro del general maronita Michel Aoun. O sea, en el marco de un Líbano “normal”, reconstruido después de dos guerras civiles salvajes que contaron con la intervención extranjera (de Israel y Siria fundamentalmente), Hezbolá obtuvo un magro resultado frente a la amplísima mayoría más laica, en las que se consideran las elecciones más democráticas que haya conocido el país del cedro.
Esta disquisición pretende poner en debate la generalizada opinión de que Hezbolá ha ganado un reconocimiento tal entre los libaneses (y en gran parte del mundo árabe y musulmán) que va a constituirse en la fuerza política dominante del Líbano de posguerra. Esperemos que los acontecimientos puedan echar más luz a un proceso inconcluso.
* Profesor de Ciencia Política, Universidad de Buenos Aires.
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