Lunes, 28 de agosto de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Pavlovsky
En este país el hambre es lo más perverso dice Alberto Morlachetti, coordinador de los chicos del pueblo, que trabaja hace 30 años con la Fundación Pelota de Trapo (Página/12, 11/ 8). “El hambre es un crimen. El 70% de la población del país son menores de 18 años, 9 millones y medio de niños viven en la pobreza, la mitad casi no come.” Comenta que los niños en el imaginario social parecen responsables por su pobreza. Así los niños de las favelas de San Pablo colaboraban con las acciones de los narcotraficantes en los acontecimientos destructivos de la ciudad ocurridos hace poco, porque los narcotraficantes les ofrecían dinero a las familias para alimentación, educación y salud.
A la delincuencia juvenil la construye la clase media cómplice. ¿Se puede vivir con 3 pesos por día, 87 pesos por mes? “El hambre es una barbaridad, y notamos que en los últimos años no se ha modificado al menos en los grandes centros urbanos.” Es el primer problema a resolver. Y esto está en relación con la distribución de la riqueza. “Decenas de niños mueren por día por causas evitables y muchos que no mueren están dañados neurológicamente. Y esto se sabe. El problema del hambre es un problema de voluntad política y no de dinero.”
Estos seres marginales forman parte de lo que Bausman denominó cuerpos residuales. Verdaderos residuos humanos. Lo excedente humano. 10% de los hogares más pobres reciben 65 pesos por mes y los más ricos disponen de $ 2226 (Indec). Los más ricos perciben 34 veces más que los más pobres y este excedente residual debe permanecer excluyente para sostener el capitalismo humanista.
Ya llegará el tiempo de la justicia social. “Ahora hay que construir cárceles” dice Blumberg.
Los 3000 niños que vienen diariamente del conurbano a la Capital ¿a qué vienen? Algunos a pedir limosna, otros a hacer pequeñas changas y otros a conseguir dinero para la droga. Algunos estarán aprendiendo el oficio del robo de los más experimentados. ¿O no es así? Más cárceles pide Blumberg para “enjaularlos” a todos y pedir más penas con menos edad de imputabilidad.
Todos estos niños del desecho son los desaparecidos de hoy. Desaparecen todos los días. El hambre los viene a buscar. Los desaparecidos de hoy son los muertos de hambre y de miseria. Todos los niños que viven bajo el subdesarrollo de los recursos humanos. Hoy la picana es la indiferencia ciudadana de un gran sector de la población frente al hambre.
Un grupo de niñas formoseñas relataba por un programa de TV de qué forman ejercían la prostitución. Con total ingenuidad y obviedad. Una madre apareció diciendo que asesoraba a una hija menor. Todas entre 12 y 15 años. La recepción del televidente en su gran mayoría es obscena y procaz, como si también su mirada se convirtiera en una mirada cómplice y acrítica. Pero si existe un asalto en un departamento de la calle Agüero y Santa Fe la gente se conmociona y se indigna con pasión. “¿Hasta cuándo —parecen decir– seguiremos aguantando esta inseguridad?” Forman parte del ciudadano común que irá a la Plaza Blumberg a defender sus pertenencias.
La marcha de Blumberg se asemeja mucho a las grandes marchas civiles de la burguesía alemana de 1925, que invadía y colmaba las calles de las principales ciudades alemanas vitoreando el nombre de Hindenburg (luego elegido presidente en 1933). Fue el eslabón que llevó a Alemania al nazismo. Los partidos políticos, incluidos los socialdemócratas, habían perdido representatividad en la ciudadanía. Un nuevo movimiento se estaba gestando, una nueva Alemania estaba surgiendo, desde el nacionalismo que ya estaba latente en 1914. Hitler ordenó, encauzó y hasta valoró el esfuerzo del trabajador alemán. Los halagó y allí se creó el nazismo.
Investigaciones recientes han demostrado que un tercio del partido nazi fue votado por los trabajadores socialdemócratas. Casi todos obreros industriales. (Peter Fritzsche, “De Alemanes a Nazis”, Siglo XXI).
El Hindeburg argentino del período prenazi es Blumberg. Las asociaciones civiles como la Stahlhelm guardan semejanza con la Fundación Blumberg y sus acólitos prenazis en su organización y fuerza de convocatoria. Los alemanes de clase media llegaron a considerar sus “barrios”, sus “zonas” como cada vez más nacionalistas y “familiares”. Eran protectores de “áreas”. Y eran muchos. Protectores de los bienes privados y sus fortalezas.
Los Stahlhelm, asociaciones civiles y fundaciones pronazis, eran antisocialistas, pero no autocráticos; autoritarios y reaccionarios pero no exclusivistas. “Buena gente, bien intencionada”. ¿Alguien podría reprocharles que estaban gestando el nazismo? ¿Ese sensual nacionalismo fue el que llevó a Günter Grass a su incorporación a las SS?
Como decía el otro día por radio 10 una señora: “Nosotros durante el proceso militar vivíamos bien y tranquilos, mis hijos podían salir a bailar y no tenía miedo, porque había una gran seguridad y no había peligro como ahora”.
Este “recorte” de la realidad es una manera de percibir el mundo. El mundo es su familia. “Estábamos todos más tranquilos”. Esta subjetividad del ciudadano común no ha sido debatida ni estudiada hasta ahora. Pero allí se estaba gestando el germen del fascismo en un pequeño pensamiento inocente familiar. De ahí a la justificación de la represión hay un paso. No hay Terrorismo de Estado sin complicidad civil. Pero a veces creo, conversando con la gente, que el ciudadano común no sabía que era cómplice de nada. Era sólo un ciudadano que quería vivir en paz. Este es el gran problema a debatir. La nueva complicidad de hoy son los problemas de la seguridad. El 60% de nuestra población coloca al problema de la seguridad como prioritario. El 30%, el problema de las calles rotas, muy por encima de la desocupación y el desempleo que le preocupan al 10%.
Los cuerpos residuales no existen en las estadísticas. El hambre no se computa. El problema se ha convertido en cómo prevenirse de esa masa subhumana que puede atacarnos a nosotros o a nuestras propiedades. Esa es la idea central de Blumberg. La criminalización de la miseria. Insisto: Blumberg es el Hindenburg de la época prenazi alemana. Sus asesores apuntan en esa dirección, la Stahlhelm Argentina.
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