Miércoles, 6 de septiembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por G. A. A.
El llanto de la izquierda joven en la plaza pública conmueve, pero todavía más lo hacen los ojos viejos y secos que ya sin más lágrimas se mueren junto con su última esperanza. Nada de lo que diga o haga Andrés Manuel López Obrador les regresará el último brillo que sus promesas habían sembrado en la mirada de los más jodidos.
Nadie en México puede demostrar que hubo fraude en la elección de presidente de la República, eso es cierto. Pero tampoco nadie puede demostrar que no lo hubo. Esta es la primera conclusión de un largo proceso jurídico que culminó ayer con la declaratoria de validez de las elecciones y la oficialización de Felipe Calderón, el candidato de derecha, como presidente electo. La segunda es que el presidente Vicente Fox nunca estuvo a la altura de una transición que le correspondía conducir y que, en lugar de hacerlo, siempre se comportó como lo que es: un frívolo gerente de Coca-Cola que trepó a los cielos de la política sólo para rebajarla a la ocurrencia, o sea, un vil farabute, para decirlo en buen lunfardo. La tercera es que décadas de construcción de un blindaje democrático fueron impunemente vulneradas por empresarios y políticos en contubernios explícitos e implícitos que, si se dejan pasar, sólo provocarán una involución democrática que nos hará retroceder aún más en los próximos años.
Calderón ganó, pero no tiene nada que festejar. Será el presidente de la República más débil de la historia. Deslegitimado por la duda, socavado por la torpeza de su antecesor, llega sin la fuerza necesaria para convocar a la conciliación y recuperar el indispensable papel de la política para la reconstrucción de las instituciones mexicanas, demolidas por intereses económicos que están a punto de comprar el poder político.
López Obrador perdió no sólo las elecciones, sino la posibilidad de transformar al país desde las mismas instituciones que ahora repudia al no poder encabezarlas, esas mismas que se encargaron de aplastarlo, aprovechando los innumerables errores que cometió en los meses previos a unos comicios que siempre dio por ganados.
Y el Partido de la Revolución Democrática que lo postuló ha quedado entre la espada y la pared, porque sabe que debe seguir en el juego político regular, pero carece de la institucionalidad interna suficiente para sacudirse el liderazgo carismático de López Obrador y sus métodos de protesta, y que necesita como moneda de cambio para hacer valer el mayor caudal de votos recibido en la historia de la izquierda, convertida en la segunda fuerza política nacional.
En ello coincide el sociólogo y antropólogo Roger Bartra (investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, reconocido por sus trabajos sobre las redes imaginarias y sobre la forma como se genera, construye y reproduce el poder). “López Obrador es un cacique urbano populista que utiliza las estructuras de poder para acrecentar su fuerza y se ha convertido en un freno para la transición democrática, porque no sólo bloquea el libre tránsito de las personas en las calles, sino también bloquea el libre tránsito de las ideas, incluso dentro de la coalición y dentro de su partido. Este es un costo enorme para la izquierda que, más temprano que tarde, tendrá que detener este proceso de deterioro y empezar a escombrar. Por lo menos, la izquierda tendrá que reflexionar con serenidad sobre su papel inmediato”, señaló en diálogo con Página/12.
En medio de todo esto ha quedado un país sumido en la incertidumbre, ya no jurídica sino política, porque el fallo del Tribunal Electoral no resuelve la duda de más de uno de cada tres ciudadanos –según sondeos recientes–, que cree que las elecciones fueron sucias. En realidad, no satisface a nadie, porque su resolución reconoce todos los vicios denunciados por la coalición Por el Bien de Todos, pero no los sanciona. Su neutralidad jurídica no aporta la certeza necesaria para romper el círculo vicioso de la sospecha mutua entre los actores políticos.
Lo peor, según John Ackerman (miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM), es el precedente que sienta la resolución del Tribunal. “Al no sancionar las irregularidades las convierte en un manual para la manipulación electoral para futuras elecciones”, apunta Ackerman, al ser consultado por este diario. Para colmo, dice el investigador, todas las reformas políticas de los últimos 30 años que tendieron a institucionalizar a la oposición mexicana han sido borradas de un plumazo y solamente le han dejado la calle al candidato de oposición con mayor votación en la historia. Sin mucho margen de maniobra para nadie, las próximas semanas serán determinantes para saber si la república sigue viva.
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