Lunes, 14 de julio de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Ya no tiene mayor sentido la discusión en torno de retenciones, compensaciones, toneladas y cualquier vocabulario ad hoc. Todo eso quedará para otro momento, aunque algunas rondas mediáticas sugieran lo contrario. Lo excluyente es una cuestión ideológica y de conducción política en la que está en juego, directamente, la suerte del Gobierno. Y, con ella, la del rumbo que le espera a este país en el mediano plazo, según sea que el kirchnerismo consiga mantenerse en pie o que la derecha parida por acciones propias y ajenas le tuerza el brazo.
Con alguna dosis de ingenuidad podía esperarse que los gauchócratas dejaran pasar el debate y la votación en el Senado, para recién después volver a la carga. Fue al revés y no hay de qué sorprenderse. A medida que el tiempo transcurría y el Gobierno los alimentaba con sus espectaculares errores de comando y comunicación, con una Presidenta decepcionante en términos de liderazgo político, y el esposo cubriendo ese vacío mediante el manoteo de las lealtades que le quedan con su estilo de elefante en bazar, fue cristalino que el movimiento campestre está sacado y dispuesto a ganar como sea. ¿Ganar la eliminación de las retenciones móviles? De ninguna manera. Esa es la base operativa del objetivo terminal, consistente en la destrucción, si humillante mejor, del precepto intervencionista del Estado en las rentas extraordinarias. De eso se trata: cuál sentido, cuál construcción de imaginario se impone más allá, incluso, de las severas contradicciones del Gobierno a la hora de mostrar autoridad moral para imponer su Gran Relato. Aunque en el caso de las exportaciones petroleras el monto de “retención” estatal casi dobla al de las agrarias, el kirchnerismo quedó preso de mostrar que sólo afecta las ganancias gigantescas del “campo”. Porque los gauchócratas ganaron la lid comunicacional en ese sentido, por escándalo, y porque es cierto. Lo que interesa es si, aun cuando permanezca intocada la mayoría de los bloques de la clase dominante, los sectores medios toman como natural y obligatorio que se eche mano al bolsillo de algunos privilegiados supremos; o si adoptan la escala de valores de éstos, reasumiendo la pauta del sultanato menemista: la copa de los ricos sólo alcanzará a los desprotegidos una vez que desborde.
En resumidas cuentas, acá se juega si por obra y gracia de las faltas y desmadres gubernamentales (inflación, talantes conductivos, carencia de planes de desarrollo a largo plazo, impuestos regresivos, injusta distribución de la riqueza, etcéteras) se aceptará que no hay que meterse con “el campo” porque el campo “nos da de comer”. Es sobre ese imaginario simplista y reaccionario que operan los gauchócratas, ayudados (no hay que cansarse de repetirlo) por un Gobierno que paga las consecuencias de haber creído que eran eternos los laureles de la recuperación de 2001/2002. Las pinzas de ambas cosas redundan en la simpatía despertada por el campechanismo bruto y conservador de De Angeli; la Federación Agraria subida a la Rural y viceversa; las sectas de izquierda anudadas con las cuantías oligárquicas; los progres sueltos que con su hibridez sirven de pared para el rebote de Miguens, Llambías y Cía.; los cerebros de teflón que conducen programas periodísticos y noticieros, ordenados por la lógica sistémica de sus patronales corporativas.
El Gobierno está perdiendo. No todavía por goleada. Son peronistas. El manejo del poder por el poder mismo les es constitutivo en su genealogía histórica. La oposición es un mamarracho. Los sectores populares están aún bajo control. Las clases medias enojadas no son unívocas y tampoco comen vidrio sin parar. Pero el kirchnerismo pasó a la defensiva, y en lo inmediato cuenta con la pelea voto a voto en el Senado y en no pasar un papelón cuando se coteje su acto del martes contra el de los campestres. Si pierde la votación en el Senado sufrirá un golpe que no necesariamente lo dejará nocaut. Lo mandará a la lona, eso sí. Y si se levanta será contra las cuerdas. Ganar la votación sería diferente sólo desde el efectismo. Porque después vendrá la Justicia, las rutas o lo que sea. Un escenario de conflicto permanente, que se llama batalla cultural y que es lo que el kirchnerismo está perdiendo, porque pasó a carecer de liderazgo hacia fuera y hacia dentro. No se anima por izquierda y lo acuestan por derecha. Los medios ya comienzan a hablar de la sensatez de Reutemann, el Menem blanco, y son un coro en cadena nacional donde sólo se escuchan o reproducen las voces campestres: porque así son los grandes medios, que invariablemente se abroquelan ante cualquier indicio de mínima amenaza contra el parámetro del botín, y porque no tiene casi a nadie y casi nada que salga a contestar como se debe, aunque sea para caer con las botas puestas. Los flancos que deja el Gobierno son prácticamente inverosímiles. Hay un ministro de Economía que no existe y en el Senado largan al ruedo a Guillermo Moreno, para sostener que la única inflación verdadera es la oficial. ¿Cómo se entiende una vocación suicida de esta naturaleza? La única explicación que se le ocurre al firmante es que esa destreza masoquista está en línea con suponer que la Argentina es Río Gallegos, y que la comunicación no es una herramienta estratégica.
Esta es una sociedad enormemente compleja, vista desde la constitución e intereses de las clases y capas que la componen. No hay otra igual en América latina. No cuentan factores étnicos, no limita con los Estados Unidos, no es un país-continente, no hay militares como factor de poder, no es una estancia extendida pero sin relevancia estratégica, no es una economía del contrabando, no es una foto congelada de oligarquía patricia y brutal con capacidad dirigente. No. En lugar de esos problemas tiene (entre otros, por supuesto, pero no el problema menor) el de una clase media extendida, despedazada en núcleos donde cuentan factores de ingreso, históricos, culturales, urbanos y de disconformismo perpetuo. Comandar ese ajedrez, al que ahora se sumó el nuevo sujeto sojizado de las ciudades y pueblos del interior, es un trabajo insalubre que requiere de liderazgos políticos capaces de licuar la histeria del jamón del sandwich. Están abajo pero su sueño es ser como los de arriba.
Las torpezas o limitaciones ideológicas del kirchnerismo están regalando esa franja, no suficiente pero sí imprescindible para el control del poder. Y salvo una nueva épica más abarcadora y movilizante, que concite entusiasmo, esto puede terminar en Que Vuelva Carlos versión dos mil y pico. Ya no cuentan ni las retenciones ni las toneladas de soja. Lo único que cuenta es si habrá de confundirse al enemigo.
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