Lunes, 14 de julio de 2008 | Hoy
MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Más aportes de John Berger para diferenciar la anestesia de la sangre en las venas. Las palabras que fueron y ahora vuelven. Y la calle, ese escenario natural de la política, ganado por quienes siempre han salido a gritar lo que haga falta, y quienes, despedidos desde sus mundos privados, debutan electrizados.
Por Sandra Russo
En un texto de la abogada Alicia Landaburu que habla sobre cómo la institución penitenciaria y el aparato judicial construyen la identidad de los procesados y condenados, leí esta semana un dato que me conmovió. Landaburu decía que en los informes ambientales hay dos datos muy importantes: el timbre y el buzón.
Naturalmente, la Justicia se asegura a través de esos datos de que el imputado es localizable y pasible de citaciones, pero ese dato también revela que hay un mundo público que se asegura la posibilidad de intervención en un mundo privado. Tanto el timbre como el buzón son las fronteras del mundo privado burgués que compartimos, y que tiene a la casa como centro de operaciones vitales y sociales del individuo.
Desacoplada, como se dice ahora, esa idea del mundo judicial, lo que nos queda es un dato que refuerza algo que es importante recordar en estos días, cuando el “ganar la calle” se ha vuelto un objetivo. Como individuos, ante determinadas coyunturas de la historia, somos completamente vulnerables. Esto es posible que los estén descubriendo e interpretando a su modo miles de personas que irán a la marcha del “campo”. Cuentan con un discurso hegemónico y privatizado que les endulza los oídos hablando de la virtud de la suma de individuos en pos de un “ideal”. Siempre me llaman la atención las caras arrobadas y en éxtasis de muchos concurrentes a las marchas del “campo”, especialmente las porteñas, que son las caceroleras. En rigor, ya me llamaron la atención en 2001, que fue cuando explotaron y se espectaculizaron. Muchas señoras que salían a golpear cacerolas lo hacían con un énfasis que hablaba en aquel momento de desesperación; en las últimas marchas, el componente emocional dominante fue la rabia.
Pero aunque están separadas por dos sentimientos muy diferentes, tanto entonces como ahora puede advertirse un goce en el “ganar la calle” de esos sectores que predominantemente nunca han participado de la vida pública de una manera militante o al menos, politizada. Y esto que comenzó con un “ganar las rutas”, incluye ahora a muchísima gente que no acostumbra a demandar ni a presionar colectivamente a un Poder. En consecuencia, esa gente descubre, cuando “gana la calle”, una parte de sí. La que queda del timbre y el buzón para afuera. Allí están los otros. Los que no son de la familia. Están las otras familias. Están los desconocidos que piensan lo mismo. Está la vida pública con el acceso libre para ser penetrada por miles de mundos privados mutados en conjunto.
En política, naturalmente, al menos en las democracias, aquí y en cualquier parte, la calle es el escenario natural. Los sectores militantes o gremiales y las organizaciones sociales, además de los “independientes” y la “gente suelta” con cierta conciencia política, lo saben y lo respetan. Sería ridículo que no lo hicieran.
Es previsible que la marcha del Congreso se pueble de organizaciones (y dada la confusión reinante no está de más aclarar que una organización es mucha gente organizada), militantes, independientes que respaldan al gobierno democrático y “gente suelta” que está harta de las presiones extorsivas. La marcha del “campo”, por su parte, pondrá en acción, mañana, a mucha gente que adhiere a sus reclamos pero que como plus tendrá una cuota dionisíaca de vida pública. Reaparecerá allí el goce de lo no frecuentado, el goce del timbre y el buzón traspasados.
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