Domingo, 18 de enero de 2009 | Hoy
EL PAíS › LUEGO DE QUE SU PADRE, JORGE FERRO, MURIO, DESCUBRIO QUE HABIA FORMADO PARTE DE LA TRIPLE A
Su madre se suicidó a los 25 años cuando ella tenía dos. Tuvo un padre violento, alcohólico y golpeador al que ella denomina “La Bestia”. La crió su abuela. Cuando el padre murió, confirmó sus sospechas de que había estado en la Triple A. Investigó y encontró fotos con López Rega, Almirón y otros del staff del Ministerio de Bienestar Social donde operaba la organización terrorista.
Por Marta Dillon
–¿Cómo reconstruiste la historia de tu padre en la Triple A?
–Mi amiga Alejandra está en la Secretaría de Derechos Humanos de Moreno, su papá es desaparecido de Grafa. Mi tío desaparecido la cuidaba, mi prima, que es amiga de Alejandra, fue parida en un centro clandestino. Y fue Alejandra la que me contactó a través de mi prima. Un día fui a la casa de ella y me mostró una foto de su padre. “Qué hermosa”, le dije. “Bueno, él está desaparecido”, me contó. Hasta ese momento sólo sabía que estaba muerto. Pero entonces ella dijo las palabras mágicas porque creía que en el secuestro de su padre tuvo que ver la Triple A. Y yo venía sospechando que mi papá había tenido participación la Triple A. El había sido custodio de López Rega y bueno, no sé por qué, pero se lo dije en ese mismo momento. Yo le pedí disculpas...
–¿Tu padre ya estaba muerto?
–Yo me había enterado en abril de que él había muerto, hacía tiempo que no tenía contacto con él, casi no tenía relación con él porque me crió mi abuela. Mi mamá se suicidó cuando yo tenía dos años, supongo, no lo sé muy bien. Tengo una versión de mi hermano que le preguntó a la bestia cómo había sido el suicidio y él le dijo que se había pegado dos tiros, que falló a la cabeza y se tiró al pecho, pero mi hermano nunca le creyó. En ese mismo momento lo intentó matar. Yo no tengo ninguna certeza.
–Pero sabías que tu papá estaba en algo malo...
–Cuando era chica había visto recortes de diarios y fotografías donde él estaba con López Rega, pero cuando quise buscarlas ya no estaban más, a mí en la familia siempre me trataron de loquita, que yo no estaba bien, que era igual que mi madre. Por eso dejé de hacer preguntas. Pero cuando supe que él había muerto me fui a buscarlas.
–¿Por qué suponías?
–Tenía indicios, por mi hermano. Hasta supe de su muerte un mes más tarde porque tampoco quería ver a mi abuela; tengo miedo de hacerle daño porque ella es muy negadora y yo ya no puedo negarlo más. Ya hace un par de años que no tengo relación con ella. Porque él aparecía cada tanto y yo era la que tenía que ir a defenderla. El siempre estaba armado y era muy violento, iba a agredir a mi abuela, que era su madre, y había que pararlo como fuera, aunque sea dándole plata.
–¿Los documentos los encontraste en su casa?
–Fui a la casa donde suponía que él vivía, en medio del campo, a ver si encontraba esos documentos que recordaba porque ya dudaba seriamente de que yo me lo hubiera inventado como me hicieron creer. Tiré la puerta abajo, revisé todo y no encontré nada. Quedó ahí, en la frustración de no haber encontrado nada salvo libros de reglamentos de la policía. Esa vez fui con una ex de él que quería recuperar documentos de sus hijos porque se había ido escapando de su lado. Después, por medio de uno de los hijos de esta mujer, encontré ese maletín que yo recordaba –que hasta tiene un compartimento para poder disparar un arma sin abrirlo–, las fotos y los documentos que efectivamente yo había visto. Para mí lo más impactante fue encontrar una copia de una orden del día de la Policía Federal en la que se recomienda para ascenso a una lista de policías que había viajado a Madrid a repatriar los restos de Eva Perón. En esa lista está desde Almirón –que la encabeza– hasta Rovira y mi papá, claro, pero bueno, es una recomendación por un servicio cumplido. Pero después yo cruzo esa lista con los 33 nombres que da Rodolfo Walsh de quienes habrían integrado la Triple A, me coinciden prácticamente todos.
–¿Cómo te sentiste cuando descubriste que tu papá había estado en la Triple A?
–Desde entonces yo estuve muy mal, no podía parar de llorar. Lo que sentí es que tendría que haberlo matado antes, que tendría que haberlo obligado a pagar cuando estaba vivo y sin embargo no pude más que esperar a que muriera. Para mí era una responsabilidad personal.
–¿Nunca pensaste en acudir a la ley?
–Sí como opción, pero como nunca tuve pruebas... las pruebas las tuve cuando él ya estuvo muerto.
–¿Estaban guardadas en un lugar especial?
–Siempre en el mismo maletín en que finalmente las encontré. No son fotografías oficiales, son imágenes de personas relajadas, sociales; en el avión presidencial, en un asado, hay algunas de Presidencia donde están todos, otras en las que apuntan hacía el vacío.
–¿Esas imágenes te habían generado sospechas de chica?
–A mí lo que me sorprendía era por qué yo había visto una foto de mi papá en el diario y después no se supo más de eso. No sabía nada de la Triple A, pero sí sabía que él había sido custodio de López Rega, y que él era una bestia. Que él toda la vida había sido una bestia.
–¿Cuántos años tenés ahora?
–Tengo 40. En el ’76 tenía ocho años.
–¿Hubo algún cambio en la vida familiar con la dictadura?
–No, porque él no vivía con nosotros. El cambio fue a principios de los ’70, cuando mi mamá murió. Además para mi familia él era un héroe policial. Mi tío Alberto, hermano de la bestia, siempre contaba que se bajaba del auto en movimiento cuando llegaba porque tenía miedo de que lo siguieran.
–¿Qué relación tenías con él cuando eras chica?
–Ninguna, salvo sus visitas. Ahora estoy recordando más cosas, porque estoy empezando a tener más relación con mi hermano, no casualmente después de que mi padre muriera. Y él me contó que cada vez que venía a la casa de mi abuela nosotros nos escapábamos; mi hermano siempre cobraba mucho. El se escapaba por la ventana, pero a mí me daba miedo y entonces me escondía en un placard. Ahora me acuerdo bárbaro de esa escena. Lo que pasa es que mis abuelos nos pidieron que no lo hagamos porque si no se ponía más loco. Entonces nos quedábamos todos ahí mientras él se sentaba a la mesa y pedía vino a los gritos.
–¿Para vos quién era o qué hacía entonces tu papá?
–Para mí era un policía. Un policía violento. Una bestia.
–¿Siempre te referiste a él como “la Bestia”?
–No, sólo desde que confirmé, desde que lo vi en las fotos, sobre todo una en la que está apuntando a la nada y sonriendo.
–¿Después de ese trabajo como custodio de López Rega no supiste más sobre su actividad?
–Sólo que fue custodio de Eladio Vázquez, secretario de Turismo y Deporte, esa foto está también, aparece con (Carlos) Menem jovencito. Pero hay otras que también escaneé aunque él no aparece, para ver si alguien las ve y reconoce el entorno, las caras, los autos que podrían ser autos operativos.
–¿Encontrar esas fotos, comprobar tus sospechas, fue un alivio?
–En parte fue un alivio porque no estaba loquita, no me lo había inventado. Yo había internalizado esto de que mi vieja se había suicidado y que yo llevaba los genes de la locura. Para mí pasar los 25 años, que fue la edad en que se suicidó ella fue una prueba de que podía hacer otras cosas, tener otro destino. Pero también estas fotos me refuerzan la bronca y la culpa de no haber hecho nada cuando estaba vivo. No me atreví a buscar la confirmación.
–¿Aportaste este material en algún juzgado, en organismos de derechos humanos por ejemplo?
–Fui a la Secretaría de Derechos Humanos, porque mi objetivo es que sirvan para algo, porque estos tipos deben ser anónimos y si fueron criminales tal vez alguien los reconozca. Se los ve jóvenes, no viejitos gagá como Almirón, tal vez sea más fácil verlos y reconocerlos así como están. Estoy segura que Rovira está entre ellos, pero no sé cuál es Rovira, sé cuál es la Bestia, cuál es Almirón, pero no del resto. Tengo los nombres en la lista pero no los puedo unir con las imágenes. Estoy segura de que hay testigos que pueden hacerlo y sería buenísimo que las víctimas pudieran reconocerlos. Por eso ahora están en Conadep.
–¿Antes nunca habías compartido siquiera las sospechas con alguien más?
–La verdad que no, porque una sola vez yo llamé a la policía porque tuve miedo por mí y por mi abuela. Esa vez me tuve que meter por la misma ventana por la que mi hermano se escapaba porque mi abuela estaba sola adentro y él golpeando desde afuera; estaba muy loco. Y llamé a la comisaría. Cuando llegaron lo abrazaron: “Qué hacés, Jorgito, cómo estás”. Yo desde adentro no podía creer, les gritaba que estaba borracho y la única respuesta fue que ése era un problema familiar, que ya cuando él se calmara un poco iban a hablar y todo se iba a arreglar. En ese momento me quedó todo muy claro. Me faltaba la confirmación de que además era un genocida. Yo creo que si algunos nombres no coinciden con la lista de Walsh es porque intuyo errores de tipeo. Me imagino que escucharía la radio de la policía y así es fácil que algunos nombres no sean exactos. Por ejemplo: en la orden del día aparece un Perrazo y Walsh lo tiene como Perazo; a Jorge Ferro, mi papá, Walsh lo tiene como Fermo. Hay un Devicenzo en lugar de Devicenza, pero coinciden nombres de pila y cinco de seis letras son las mismas. Eso se lo comenté a Patricia Walsh y se sorprendió de eso y de que yo hubiera leído cada documento producido por su padre, cosas que ella ni siquiera había leído. Es que yo necesito saber.
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