Viernes, 10 de abril de 2009 | Hoy
EL PAíS › LA LUPA
Por J. M. Pasquini Durán
La muralla de placas de hormigón premoldeado que pretende dividir a dos santos, Isidro y Fernando, en el conurbano, por iniciativa del intendente radical ex pro “K”, Gustavo Posse, en nombre de la seguridad de su partido y de las casonas lujosas de La Horqueta, ha despertado una variedad de emociones dentro y fuera de ambas jurisdicciones.
La iniciativa tiene toda clase de precedentes en el mundo. Desde la Muralla China, que escapa a cualquier categoría de comparación, hasta el Muro de Berlín, construido en una noche y destruido en años, y la valla que Bush comenzó a levantar en la frontera con México.
Lenin, el jefe bolchevique ruso, contaba que en San Petersburgo, cuando el zar y su familia estaban de visita, sobre la principal avenida Nevsky se levantaban decorados que mostraban casitas felices y limpias, pero que tapaban los reales tugurios miserables donde malvivían centenares de familias.
¿Posse bautizará al bueno de Isidro como San Petersburgo? Debe saber, si heredó la astucia de su padre, también intendente, que las murallas que pretenden crear ghe-ttos terminan por destruirse aquí, en Varsovia, Sudáfrica o Tijuana. ¿Para qué exponerse? Lo más lógico es que si asomó la cabeza y trató de mantenerla en la superficie, pese a las críticas recibidas desde la presidenta Cristina para abajo, el beneficio debe tener manga ancha.
El rédito más obvio es la recuperación de votos. No en vano los religiosos de la derecha convocaron su acto en San Isidro para demandar “seguridad”. El murito de la avenida bonaerense –símil Nevsky– intenta demostrar que también el intendente está dispuesto a echar su prestigio a los perros, si fuese necesario, para que sus votantes se sientan seguros sin las bendiciones de Bergman o Marcó.
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