Viernes, 12 de junio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
La cara de ese hombre maduro, con el pelo teñido, en las últimas fotos de Rodolfo Almirón, no es la de un anciano común, aunque lo parezca: es la de un asesino profesional. De la banda de policías que trabajaba con la banda del loco Prieto, a la que exterminaron por disputas de botín, pasó a ser el jefe operativo de la Triple A. No era un hombre en la oscuridad, era un hombre público. En muchas de las fotos del entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega, aparece con barba, más joven y una Uzi en la mano.
El identikit del asesino del padre Mugica se parece asombrosamente a ese Almirón de la barba, que además estaba acusado por otras decenas de muertes. No era un fanático, ni siquiera un ideólogo, era un asesino profesional. Así lo decía el currículum. Operaba a cara descubierta y después se dejaba fotografiar en la escolta de López Rega. Reconocía la impunidad de un hombre del poder, un ejecutor de la justicia clandestina del poder, jefe de escuadrones de la muerte, los que cazaban a los blancos humanos que figuraban en las listas del poder.
Pero lo que más sorprende a la distancia era su carácter casi de asesino público, esa actitud casi desaprensiva de no ocultarse. Era tan público y la mayoría de las personas en aquella época no lo veía. Algunos pocos lo denunciaban, pero nadie lo creía. La Triple A era tan visible y al mismo tiempo la sociedad la vivía como una presencia misteriosa. Aunque apareciera el identikit y el mismo día, o dos días después, la foto, había un velo en la sociedad que le impedía identificar una cosa con la otra.
No se podía ver, aunque estuviera a la vista. Parece una estupidez decirlo ahora con el velo descorrido. Parece una estupidez no haberlo visto antes.
Pero en algunos sectores de la sociedad, sobre todo en los políticos que han criticado a los organismos de derechos humanos, aun ahora se da el mismo fenómeno. Ven la cara del general Menéndez y no pueden ver a un terrible asesino que ordenó secuestrar y torturar y violar y robar y expropiar bebés. Y no hay ninguna diferencia entre un asesino profesional como Almirón y los coroneles y generales y demás represores que están siendo enjuiciados.
A Almirón nadie lo defendió. No hubo militares retirados o en actividad o comisiones de “solidaridad con los presos del régimen” que quisieran hacerle un homenaje. Y no se entiende cuál es la diferencia que ven entre unos y otros. Hay una corporación de defensores de asesinos retirados que no quiso defender a otro del mismo palo. Sería interesante que alguien explique la diferencia. Si se juzga a Almirón, como no es militar, no se ataca a las Fuerzas Armadas. Si se juzga a un asesino igual o peor que Almirón, pero con uniforme, se ataca a las Fuerzas Armadas. Resulta perverso pensar que se defiende a las Fuerzas Armadas defendiendo a un crápula de la peor calaña. A esta altura se cayeron todos los velos y es una estupidez pensar que todavía existen. Los que defienden a los crápulas con o sin uniforme son igual de crápulas o, en el mejor de los casos, sus cómplices.
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