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–¿Aceptamos que quienes se llenaron los bolsillos de plata aumenten las tarifas?
–Nooo...
–Y las amenazas de cortarnos la luz, el gas y el agua. ¿Eso es genocidio económico o no?
–Sííí...
–A los banqueros que durante años nos cobraron a las pymes tasas de 70 por ciento mientras la tasa internacional era del 3, ¿qué les decimos?
–Hijos de puta, hijos de puta.
Las preguntas las hacía Rubén Manusovich, el titular de Fedecámaras, que agrupa a comerciantes, vestido de saco oscuro y camisa blanca. “En vez de una audiencia pública trucha tengamos una consulta popular acá”, acababa de proponer. Las respuestas las gritaba, al pie del Obelisco, una multitud del Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD) que lidera Raúl Castells y algunos asambleístas barriales entremezclados.
Fue un acto con cacerolazo contra el aumento de tarifas que exige el FMI, las ejecuciones hipotecarias y la pobreza que terminó a las ocho de la noche con un apagón, poco perceptible entre los carteles luminosos de la 9 de Julio, pero más pronunciado en algunos barrios. Pero la convocatoria logró llenar más de la mitad de la plaza de la República –que rodea al Obelisco– y una cuadra de la ancha avenida. La mayoría eran piqueteros del MIJD, con sus pecheras amarillas, y había también organizaciones de consumidores, de pequeños empresarios, barriales y gremiales.
Desde las seis de la tarde el escenario montado fue un desfile de representantes de los distintos sectores que no paraban de celebrar, como si todavía no pudieran creerlo, la unidad entre desocupados, jubilados y comerciantes hechos pelota. El hilo conductor lo mantuvo Castells, con un constante llamado a la “unidad de clases”. “Hoy somos pymeteros”, coincidió Manusovich. “Los piqueteros nos enseñaron el camino cortando las rutas para dar de comer”, agradeció. “Si se hace el aumento por decreto lo vamos a anular por nuestra necesidad y urgencia”, advirtió.
Decenas de personas fueron usando el micrófono y cada una se llevó la misma intensidad de aplausos. A muchos se los notaba inexpertos para hablar en público. Algunos se olvidaban lo que querían decir y confesaban sus nervios. La convocatoria a una gran movilización masiva el 20 de diciembre a Plaza de Mayo se escuchó varias veces. Pero cada discurso revelaba distintas facetas de una realidad que desborda la cuestión de las tarifas.
“Nos van a tener que sacar muertos de la fábrica. Yo tengo 48 años ¿En qué trabajo me van a tomar?”, reclamó un hombre en nombre de fábricas autogestionadas. “La mitad de la renta del planeta se la llevan 225 familias”, protestó un dirigente de las pymes. “Me tiemblan las piernas”, confesó Sandra antes de hablar por los jóvenes. “¿Por qué en vez de darle droga y vino a los jóvenes, el Gobierno no les paga estudios? Es que quieren un pueblo ignorante”, señaló. Un comerciante anunció: “En Lomas de Zamora estamos volviendo a la antigua libreta para fiarle a la gente”. Otro se puso recitar el Martín Fierro. Y una mujer del MIJD presentó la quema de una bandera norteamericana porque, dijo, “no sirve ni siquiera para ir al baño porque se nos ofende el traste”.
Lili, una desocupada de 49 años, madre de 10 hijos, que se cansó de vender chucherías sin éxito, compartía con otras mujeres las fotos de los diarios de los chicos desnutridos de Tucumán. “Como si esto fuera una novedad”, gruñía. “Yo ya no sé cómo hacer para alimentar a mi nena de cinco años. Por ahora juré no faltar a una sola manifestación”, decía. A su alrededor, los manifestantes festejaron la suspensión de las audiencias públicas por el aumento de las tarifas. Sobre el final del gran encuentro habló Nina Peloso, la mujer de Castells. La sensación reinante era la de estar viviendo un pequeño preámbulo de lo que vendrá en diciembre.