Jueves, 17 de diciembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
La visita del nuevo encargado para América latina del Departamento de Estado, Arturo Valenzuela, un profesor universitario de origen chileno relacionado con la derecha del Partido Demócrata, dejó sabor a poco o nada para los que esperaban un cambio en la política del país del Norte hacia América latina.
El viaje del subsecretario estuvo precedido el viernes por un fuerte discurso de Hillary Clinton, la jefa del Departamento de Estado y jefa de Valenzuela, con advertencias a los países de la región que se relacionen con Irán. Aludió directamente a Bolivia y Venezuela, pero omitió a Brasil. En Brasil, Valenzuela no fue recibido por el presidente Lula ni por el canciller José Amorim, sino por el asesor en política exterior de la presidencia, Marco Aurelio Garcia. Valenzuela es amigo personal del ex presidente y dirigente opositor Fernando Henrique Cardoso, pero no se reunió con él en esta oportunidad.
En Argentina, las cosas fueron algo diferentes. El protocolo no prevé en ningún país que un subsecretario extranjero tenga la obligación de ser recibido con el presidente del país anfitrión, a no ser que éste así lo decida. Ni Lula ni Cristina se reunieron con Valenzuela. En nuestro país, el Gobierno resolvió que la entrevista oficial fuera el martes con el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Por eso, el encuentro que mantuvo Valenzuela con el vicepresidente Julio Cobos tiene un cariz más delicado que puede sugerir un desplante al Gobierno tanto de Cobos como de Valenzuela y, en el caso de este último, más grave aún porque implica una intervención poco transparente en la política interna de la Argentina.
La situación de Cobos es delicada y una de las más complejas de la política nacional. Valenzuela podría aparecer como cómplice de la anomalía institucional que implica que el vicepresidente también sea uno de los dirigentes de la oposición. Se trata de una parte poco diplomática de la agenda del visitante, que termina por hacerle un flaco favor a la institucionalidad del país.
Pero sus declaraciones posteriores profundizaron el malestar en ese plano. La alusión a la “inseguridad jurídica”, que apunta a los planteos de la empresa Kraft porque el Estado la obligó a reincorporar despedidos o a Torneos y Competencias por la televisación del fútbol, y la ley de servicios audiovisuales, pusieron de manifiesto el contenido regresivo que sigue teniendo la diplomacia norteamericana para la región. La frutilla del postre la puso cuando afirmó que los empresarios norteamericanos en la Argentina tienen nostalgia por 1996, el año de oro del menemismo y el neoliberalismo, la fiesta más cara de los ricos que llevó al desastre del 2001-2002.
Después del drama de miseria, desempleo y destrucción de la economía que significó para los argentinos la década menemista con su complemento aliancista, las declaraciones de Valenzuela, en nombre de los empresarios norteamericanos o de lo que fuera, sumadas a su reunión con el vice por fuera de la agenda institucional, dejan un sabor a sopapo y golpe bajo, que muchos no esperaban de un funcionario de Obama. En otro momento nadie hubiera dudado de que Cobos había recibido un guiño obvio del gobierno norteamericano. Es cierto que se reunió con otros dirigentes de la oposición, como Francisco de Narváez y Mauricio Macri. Pero el encuentro con Cobos implicó un compromiso más alto porque para hacerlo debió transgredir premisas muy básicas de la diplomacia.
Esta visita también se dio en un contexto donde la mayoría de los países de la región se oponen a la instalación de bases norteamericanas en Colombia y critican la posición del gobierno norteamericano en Honduras, donde reconoció las elecciones celebradas por los golpistas que derrocaron al presidente Manuel Zelaya. Justamente los países del Mercosur, que forman parte de la gira de Valenzuela, acaban de suscribir en Montevideo una declaración conjunta, impulsada por Argentina, que desconoce el resultado de las elecciones en Honduras y pide la restitución de Zelaya. En las reuniones que Valenzuela mantuvo en Brasil y Argentina, surgieron las diferencias en estos temas.
Si la política de Obama para la región se define como hasta ahora por instalar bases norteamericanas en el corazón de Sudamérica, en cierta concesividad hacia los golpes derechistas y dureza contra gobiernos como los de Venezuela y Bolivia, lo lógico sería que desarrolle al mismo tiempo una estrategia activa en ese sentido para desmontar gobiernos y alianzas que impliquen un obstáculo a esos fines. Si ese es el camino que elige Obama, su política no se diferenciaría tanto de la de George Bush.
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