Sábado, 19 de diciembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por Luis Bruschtein
“Fuimos a la reunión como partido de oposición con neta vocación de poder”, fue la declaración del flamante jefe del principal partido de la oposición, el senador Ernesto Sanz, al salir del encuentro con Arturo Valenzuela, el subsecretario para Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado norteamericano. Pero en el grupo que lo acompañó estaba el vicepresidente Julio Cobos, que dijo todo lo contrario: “Vine aquí en mi carácter de vicepresidente”.
Si Valenzuela fuera ingenuo podría haber pensado que se trataba de un grupo de esquizofrénicos salidos del Borda. Pero lo que menos hubo en esa reunión fue ingenuidad y cada quien se sabía protagonista del disparate institucional argentino, donde el mismo grupo que se asume como “de oposición, con vocación de poder” lleva al vicepresidente del oficialismo. El radicalismo, cuya carta más fuerte a lo largo de su historia ha sido la institucionalidad, se convierte así en el protagonista del equívoco institucional más grande.
La vicepresidencia le da a Cobos un escenario que lo pone a mucha distancia de sus competidores en la carrera para el 2011. Sin embargo, es nada más una estratagema, una picardía, que a medida que se prolonga puede comenzar a producir un efecto contrario y cuando eso suceda el proceso puede ser irreversible. No es un buen lugar para Cobos ni para ningún político aunque por ahora no tenga costos por la condescendencia de la mayoría de los grandes medios y los periodistas políticos, más enfrascados en una pelea sin cuartel con el oficialismo.
Resulta que para el Departamento de Estado, los tres candidatos de la oposición con más posibilidades en las presidenciales del 2011 son Francisco de Narváez, Mauricio Macri y Julio Cobos. Si la administración norteamericana pensara que hubiera otros, entonces, éstos fueron sus preferidos ya que fue con quienes pidió reunirse Valenzuela. De los tres, De Narváez es el único que se presenta como peronista, lo que los mismos peronistas no terminan de digerir. Y tampoco es tan seguro que pueda ser candidato a la presidencia por su nacionalidad colombiana. De alguna manera, los consultores argentinos de la embajada y los mismos analistas del Departamento de Estado parecieran descontar que el próximo presidente o no es peronista o sale del oficialismo.
Desde el punto de vista de Valenzuela sería lógica su intención de conocer a los posibles futuros inquilinos de la Rosada, pero para cualquier argentino resulta evidente la cortedad de un análisis que en este momento ya limita la carrera en la oposición a esos tres candidatos, cuando hay otros nombres, incluso dentro del peronismo, de centroderecha y centroizquierda, que pueden ostentar los mismos diplomas para esa competencia.
La agenda de Valenzuela tuvo intención política. Las tres reuniones con políticos no fueron al azar ni solamente porque son los que tienen más posibilidades, porque la realidad demuestra que no es así. De la misma manera funciona con los encuentros que mantuvo con los directivos de empresas norteamericanas radicadas en Argentina ya que después convocó a una conferencia de prensa donde usó los argumentos retrógrados de esos empresarios para hostigar al Gobierno. Fue un evento planificado y controlado donde no había forma de repreguntar y donde cada palabra estaba muy pensada.
Esta primera visita de Valenzuela a la Argentina plantea algunos contrastes con su antecesor Thomas Shannon, un diplomático de carrera que manejaba con mucho pragmatismo la relación con un gobierno argentino que resulta difícil de etiquetar desde Washington ya que se permite ciertas radicalidades diferentes a los gobiernos de Brasil y Chile, pero no se enrola en la línea bolivariana de Venezuela o Bolivia. Shannon evitó ideologizar su diplomacia y tendió a establecer relaciones personales con los mandatarios, en especial con Cristina Fernández.
Valenzuela es profesor titular de la materia Gobierno y director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, es un intelectual de la derecha demócrata y ha sido funcionario del gobierno de Bill Clinton. Por lo menos en esta primera visita demostró que, al revés que Shannon, tiende a ideologizar las relaciones diplomáticas desde la visión que él considera como republicana y democrática. Es un admirador del sistema político de Chile (el país donde nació) y hasta ha llegado a expresar sus simpatías por el candidato extrapartidario Marco Enríquez-Ominami.
El sistema chileno es uno de los más cerrados si se lo compara con otros latinoamericanos, incluyendo al argentino. Prácticamente no deja espacio para las fuerzas menores y otorga casi todo el manejo del poder a la primera minoría. El que gana, gana todo y el que pierde, acompaña. Es un sistema que está pensado para evitar desbordes, sorpresas o largas deliberaciones y negociaciones. Una democracia prolija y ordenada desde donde se puede mirar a otras versiones más abiertas y dinámicas, como populistas.
Otro de los invitados de Valenzuela fue un Mauricio Macri en el peor momento de su gestión, golpeado por un escándalo de espionaje realizado por sus funcionarios y por otro escándalo por la designación en el Ministerio de Educación de alguien acusado de masserista. La imagen de un Macri que nombra jefe de policía a su amigo Fino Palacios, acusado de encubrimiento en el atentado a la AMIA y de montar una oficina de espionaje político y comercial, no es la mejor para mostrarse al mundo. Y menos si se le suma la designación de Abel Posse en Educación, un ministro que reclama represión y responsabiliza al rock “foráneo” por la criminalidad juvenil y la drogadicción. Ninguna de las dos situaciones tiene atenuantes ni puede negarse, son hechos reales y provocados por el mismo jefe de Gobierno.
Igual, Macri le dijo a Valenzuela que el “ciclo de los Kirchner en Argentina está terminando y les pedí que nos tengan fe, que después venimos nosotros”, amenazó. Lo más gracioso es que el reemplazante del Fino Palacios, Eugenio Burzaco, fue discípulo de Valenzuela en la Universidad de Georgetown. El macrismo se esforzó por difundir que, a partir de esta relación con Burzaco, Valenzuela se había comprometido a apoyar a la policía porteña con programas de capacitación permanentes. El único problema es que los cursos que ofrece Estados Unidos están relacionados con el combate a la droga y el terrorismo, pero la nueva policía porteña no podrá intervenir en delitos federales.
De la reunión con De Narváez, un ex empresario que vive de la renta que producen fondos fiduciarios en algún paraíso fiscal, no trascendieron detalles, aunque es probable que haya tenido un contenido similar. El colombiano-argentino está haciendo circular encuestas en los medios que lo sitúan con probabilidades para disputar el año próximo la interna del PJ por la gobernación bonaerense. Así empezó su campaña mediática para la elección del 28 de junio, distribuyendo encuestas que finalmente se hicieron realidad. Pero primero deberá decidir si compite en la presidencial.
Valenzuela es hijo de un obispo metodista chileno que a los 16 años viajó a los Estados Unidos para estudiar y allí se quedó. Sus cuestionamientos conocidos a la Argentina apuntaron siempre al default y a los intereses de los tenedores de bonos que quedaron fuera de la negociación. Por eso su reclamo sobre la “inseguridad jurídica” no es nuevo. Antes lo hizo por los “holdouts” y ahora por los empresarios norteamericanos con quienes se reunió. Su añoranza por el menemismo tiene sentido porque en la época de las relaciones carnales, él era el que estaba del otro lado (como subsecretario de Clinton). Obama designó a Hillary Clinton en el Departamento de Estado y la ex primera dama nombró a Valenzuela, un ex colaborador de su marido, al frente de las relaciones con América latina. Y la agenda de la primera visita de Valenzuela a la Argentina mostró a una diplomacia que, si insiste por ese camino, podría llegar a resultar tanto o más perjudicial para América latina que la de George Bush, porque expresa objetivos y conceptos parecidos, pero con una actitud más militante.
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