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Por qué no habrá guerra
Por Claudio Uriarte
La guerra contra Irak no va a ocurrir, por la simple razón de que George W. Bush no está interesado en ella. Y no se cansa de demostrarlo, pese a la incompetencia negligente de una legión de periodistas internacionales capaces de creer cualquier declaración e incapaces de someterla a la menor evidencia. Ayer el presidente norteamericano sumó una nueva demostración a las pruebas del bluff: “Juzgaremos la honestidad y lo completo de la declaración sólo después de que la hayamos examinado cuidadosamente –dijo en su mensaje radiofónico sabatino sobre el informe de casi 12.000 páginas que Saddam Hussein sometió a la ONU respecto de sus arsenales–, lo que requerirá cierto tiempo”. Se trata de una declaración sorprendentemente calmosa para el halcón unilateralista que no cesa de repetir que ninguna declaración de Saddam merece confianza.
La imaginaria guerra contra Irak ya sirvió a su propósito –amordazar a la oposición demócrata sobre la economía y garantizar la reconquista republicana del Congreso en las elecciones del 5 de noviembre–, y será útil seguir teniéndola a mano por las emergencias políticas que puedan ocurrir, pero la verdad es que la administración republicana no ha dado el menor paso, ni militar ni diplomático, para garantizar su posibilidad. El punto principal dentro de esto es el militar. Una invasión exitosa a Irak requeriría de 250.000 hombres, pero el Pentágono, desde que los tambores de guerra empezaron a retumbar con fuerza en septiembre, no agregó esencialmente nada a los 60.000 efectivos que están desparramados por toda la región, en diferentes misiones, y de los cuales 10.000 están asignados a patrullar la inestable posguerra en Afganistán solamente. Una parte del Comando Central, integrada por 600 hombres, fue desplazada a un nuevo centro de mando en Qatar, pero del resto de los 250.000 hombres no hay noticias. Interrogado sobre el tema, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld dijo recientemente: “Prefiero no hablar de despliegues militares”. Claro, porque no los hay, salvo movimientos de rotación por los cuales sale al Golfo un nuevo portaaviones al tiempo que otro portaaviones se retira del Golfo.
Militarmente, ésta sería una falla inexcusable si hubiera el propósito serio de entrar en una guerra. El despliegue de 250.000 hombres requeriría al menos entre uno y dos meses, y la estación ideal para atacar Irak se encuentra en enero y febrero, cuando las temperaturas son soportables, antes de que empiecen los calores de 60 grados centígrados y las tormentas de arena que volverían imposible el movimiento de tropas ataviadas en pesados uniformes de guerra químico-bacteriológica. Tampoco se han verificado desplazamientos de tanques. Sin embargo, Bush dijo ayer que se va a tomar su tiempo, y, de hecho, el cronograma de inspecciones de la ONU y la Agencia Internacional de Energía Atómica que aceptó recién establece que el primer informe será entregado en febrero. De haber una firme voluntad militar tras la retórica, ya estaríamos viendo puentes aéreos permanentes desde Alemania y Turquía, una masiva reorientación de la flota hacia el Golfo e incesantes concentraciones de fuerzas en los países clave. Sin embargo, nada de eso está ocurriendo.
El segundo punto de demostración es político. Si Bush, el famoso unilateralista, se hubiera propuesto lanzar una verdadera guerra contra Irak, lo último que hubiera hecho es acudir a las Naciones Unidas, el enemigo por naturaleza de cualquier acción unilateral. Sucede –y Bush el unilateralista lo sabe muy bien– que, cuanto más grande es una coalición, más se debilita y diluye su eficacia práctica: por eso Rumsfeld excluyó tajantemente a la OTAN de la guerra de Afganistán, por eso mismo –porque esta vez la guerra no va a ocurrir– Bush pidió candorosamente a los países de la OTAN una lista de favores posibles en una eventual guerra contra Irak. El presidente empezó hablando en septiembre de un “cambio de régimen”, pero al final terminó “aceptando” una resolución del Consejo de Seguridad que sólo autoriza la reanudación de las inspecciones de armas. Y, como Bush no lo ignora, estas inspecciones difícilmente arrojarán algodespués de una ausencia de cuatro años de los inspectores en Irak, un país suficientemente grande para haber enterrado toda evidencia en sus extensos desiertos.
El último “plan de guerra” que se dejó filtrar desnuda la farsa en forma total: tras ocupar el país, no se atacaría a Saddam en las ciudades, sino que se lo dejaría caer por su propio peso. ¿Y qué pasa si no cae? Nadie lo preguntó, nadie lo contestó. También se dejó filtrar que EE.UU. anexaría los pozos petroleros iraquíes y nombraría un gobernador militar a la MacArthur. Ahora bien, esto sí que es ya difícil de creer, por más que lo diga Crónica TV.