Sábado, 27 de febrero de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky *
Ahora que Lula fue tan claro en el apoyo al reclamo pacífico de la Argentina sobre las Malvinas, ¿qué dirán los argentinos que admiran con rencor a Brasil porque creen que ellos sí son un imperio y la Argentina no? Es una envidia tonta: ¿la Argentina quiere ser un imperio? Y también es una envidia falsa: Brasil estuvo gobernado por un emperador hasta 1889. Ya pasaron 121 años. Pero la envidia descansa en unos cuantos corazones de por aquí.
En el fondo de la admiración rencorosa está la idea de que Brasil despliega una política exterior imperial que –Estado maravilhoso– jamás cambia. Error. En 1964, por ejemplo, la dictadura brasileña alineó a Brasil automáticamente con los Estados Unidos. A fines de los ’70 la propia dictadura pegó un volantazo hacia una posición más realista. En los ocho años de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) la política exterior de Brasil se adaptó a la lógica de un país adicto a los capitales golondrina. En los casi ocho años de Lula, que comenzaron el 1º de enero de 2003, Brasil eligió practicar una diplomacia que su canciller Celso Amorim definió como “activa y altiva” y, en un plano táctico, como la búsqueda del multilateralismo juntando poder para lograr la multipolaridad.
La última semana de América latina funcionó como un test en tiempo real.
El miércoles, en Brasilia, Amorim dijo que Brasil tiene 190 millones de habitantes y recordó que, según analistas externos, puede convertirse en la quinta potencia del mundo, pero que igual no puede ni quiere jugar solo en el mundo. Y habló de un primer anillo de alianzas en América del Sur, otro en América latina y en el Caribe y combinaciones infinitas como el intercambio con India, Rusia y China o la complementación con Sudáfrica y el resto de Africa. Amorim lo dijo ante un grupo de invitados internacionales al Cuarto Congreso del Partido de los Trabajadores.
El viernes, Lula confió a qué se va dedicar cuando deje el gobierno, el 1º de enero del 2001. Prometió ocuparse de la construcción política de América latina.
Ni Amorim ni Lula ni los documentos del PT desplegaron un antinorteamericanismo bobo. Sí señalaron dos hechos negativos en la región: la luz verde para el golpe en Honduras y la instalación de bases militares en Colombia.
El martes, Lula ya estaba en la cumbre de gobiernos de América latina y el Caribe, una iniciativa multilateral sin los Estados Unidos ni Canadá. Como la Argentina llevó el reclamo contra Londres por el comienzo de la exploración petrolera en Malvinas, Lula lo apoyó y lo puso dentro de su visión del mundo.
Primero exigió explicaciones a la Organización de las Naciones Unidas porque permitió que se apropie de Malvinas un país que está a catorce mil kilómetros de distancia de las islas.
Se preguntó “cuál es la razón geográfica, política y económica por la cual Inglaterra está en Malvinas” y expresó su solidaridad con la Argentina.
También dijo que “es inexorable discutir el papel del Consejo de Seguridad de la ONU, porque no es posible que siga con el Consejo representado por intereses geopolíticos de la Segunda Guerra Mundial y no tengan en cuenta los cambios que ocurrieron en el mundo”.
Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que según Lula “prefieren una ONU débil”, son los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Rusia y China. Cualquiera de los cinco tiene poder de veto sobre resoluciones de la Asamblea General.
La posición de Brasil tiene tres efectos sobre la Argentina.
Uno, el más importante, es la solidaridad del gigante de la región, que se une a una sólida relación comercial que permitió a los dos países no resultar tan perjudicados por la crisis el año pasado.
El otro es que, al darle un marco jurídico internacional al reclamo, refuerza la posición mayoritaria en la Argentina en contra de cualquier locura bélica.
Y el tercer efecto no aparece a primera vista porque de otro modo los brasileños hubieran quedado poco elegantes: Brasil quiere ampliar el Consejo de Seguridad y busca un asiento entre los miembros permanentes. Es público en su política y acaba de refrendarlo el PT. El gobierno argentino, por el contrario, dice que el sillón no debe tener un solo ocupante permanente de la región. Quiere que sea rotativo.
Nadie sabe cuándo cambiará el Consejo. Ni siquiera si cambiará. Pero nada prohíbe jugar imaginando las variables del futuro desde la realidad de estos días.
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