Sábado, 27 de febrero de 2010 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por Luis Bruschtein
La sensación es que pocas veces se discute sobre el fondo de la cuestión. La mayor parte del debate está centrado en diferentes interpretaciones de las acciones de gobierno, y lo más paradójico es que el único que no ha desarrollado desde el principio un relato sobre estas acciones es el sujeto que las realiza, o sea el Gobierno. Se ha dicho mil veces como crítica que la quita sobre la deuda, el rechazo del ALCA, la renovación de la Corte, la reestatización de las jubilaciones o de Aerolíneas, del Correo o de Aguas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual o la Asignación Universal por hijo, entre otras medidas, no formaban parte de un programa previo, ni fueron preparadas o discutidas en un proceso de información y discusión masiva anterior a su proclamación, que permitiera que la sociedad acompañara estas medidas. Como si el Gobierno pensara que la sorpresa, la medida fulminante, fuera más eficaz en algún sentido que los procesos más lentos de acompañamiento ciudadano.
El hueco que deja la ausencia de ese relato oficial sobre sus propias acciones lo ocupan los diferentes relatos de la oposición, que son básicamente interpretaciones libres de lo que “realmente” querría el Gobierno desde una configuración maligna, obviamente. Es decir, no se oponen a lo tangible sino a lo inmaterial, a lo que está oculto detrás de estas acciones. No hay discusión conceptual de esas medidas para rechazarlas, sino que son rechazadas porque se interpretan las intenciones que en realidad esconde el oficialismo detrás de ellas. Según esos discursos, las medidas son buenas, pero las intenciones no, entonces se rechazan las medidas o, en la mayor de las condescendencias, se aceptan con un discurso indignado sobre esas verdaderas intenciones.
Por ejemplo, la oposición a la Ley de Servicios Audiovisuales fue porque el Gobierno quería controlar los medios de comunicación. El tema de la concentración de la propiedad de los medios fue evitado cuidadosamente en la discusión y no hubo contrapropuestas sobre ese tema. “Es una mentira que este gobierno esté contra los monopolios, por lo tanto, el objetivo de esa ley es para controlar los medios porque está en una pelea con Clarín.” La nacionalización de Aerolíneas Argentinas. “Estamos de acuerdo con la nacionalización, pero este gobierno solamente lo hizo para realizar un gran negociado con la compra de aviones usados a precios exorbitantes.” En este caso, algún opositor, como Mauricio Macri o el nuevo paladín justicialista, Francisco de Narváez, llegó a reconocer que se oponía directamente a la medida, lo cual es un rasgo de honestidad intelectual.
La reestatización de las jubilaciones fue “para hacer caja”. “Estamos de acuerdo con esta medida, pero no con este gobierno, que se va a robar toda la plata de los jubilados.” Y la asignación por hijo es puro clientelismo pagado por el bolsillo de los trabajadores.
Existen dos líneas de explicaciones de este tipo. Una que, sobre la base de estas argumentaciones, intenta disputarle al Gobierno la categoría de centroizquierda y lo acusa de ser una especie de usurpador o de travesti del populismo conservador en ese espacio. Y la otra directamente evita cualquier discusión de fondo porque enhebra todas las medidas del Gobierno con el mismo hilo de la corrupción. Este es un Gobierno que solamente quiere robar y todo lo que hace tiene ese objetivo. Los dirigentes de esta falsa fiscalía hablan como si fueran guardianes permanentes contra la corrupción y, para ellos, cualquiera que tenga siquiera una mínima coincidencia con propuestas del oficialismo también está corrupto, ha sido comprado o es cómplice de algún latrocinio. Ellos no están para discutir, son pequeños savonarolas que están para juzgar y enviar a la hoguera. Un lugar comodísimo en la política, ya que está exento de defender o criticar ideas, propuestas y hasta proyectos de país. No se sabe nunca lo que proponen y con un tono de tribunos denuncistas y desprecio intentan ponerse por encima de un debate leal y claro sobre ideas.
Todo el mundo está de acuerdo en que los ladrones tienen que ir presos, sean del Gobierno, de la oposición o de Marte. El lugar de los ladrones es la cárcel. Pero tratar de explicar la acción global de un gobierno en todos los planos con la sola argumentación del robo, y sobre todo cuando se trata de medidas tan importantes como las que se han planteado, es tan infantil que hasta resulta sospechoso. Y no sospechoso de robo, sino de eludir un debate donde se coincide o se desacuerda con todos sus matices y responsabilidades. Nadie llega al gobierno sólo para robar. Eso no existe. Los antiperonistas acusaban a Perón con ese argumento porque en el fondo se oponían a todas las medidas progresivas que había tomado su gobierno. Y pareciera que eso sucede cada vez que se pone ese mismo telón por delante de todo lo demás,
Muchas de las medidas que ha tomado este gobierno eran reclamadas incluso por muchos de los que ahora están en la oposición. Sin embargo su discusión aportó poco a una sociedad que se enteró superficialmente de lo que se estaba discutiendo. Ha sido un debate pobre. Con excepción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que venía siendo discutida desde mucho antes y que ganó el Gobierno, y la resolución 125 de retenciones, que ganó la oposición porque planteó la discusión con más inteligencia, las otras medidas quedaron en un tiroteo entre policías y ladrones.
Como todas las medidas fueron planteadas por el Gobierno, no es tan inexplicable que la oposición haya llevado la discusión a ese rincón intrascendente. Pero también ha sido responsabilidad del gobierno el no haber desarrollado un discurso que contuviera estas medidas en una idea de comunidad, de país social, cultural y económico que hubiera permitido el enriquecimiento político de una ciudadanía que discute cada vez más en forma neurótica y gutural y cada vez menos reflexiva.
Enriquecimiento y acompañamiento, en el respaldo o en el rechazo, como forma de reapoderamiento de lo político. Las medidas discutidas han sido movimientos apasionantes que transforman la vida de las personas, que implican cambios en la sociedad y con proyecciones y consecuencias hacia al futuro, que en muchos casos son difíciles y necesarios de predecir, que tendrían que implicar saltos cualitativos en la cultura política de un país. Por lo general, sucede al revés: primero se lucha y se discute y desde el crecimiento de esa cultura política se impulsan las medidas. El desastre de los partidos políticos y la génesis de este gobierno hicieron que la crónica se trastrocara, lo cual hizo todo más bizarro: la discusión se dio entre formas políticas en plena crisis de mutaciones impredecibles y sin el acompañamiento de una sociedad marcada por el retroceso de las capas medias urbanas a sus momentos políticos más elementales. Azuzadas por lo mediático y alejadas de lo partidario, donde lo mediático es pasivo y lo partidario hubiera sido más interactivo y participativo, las capas medias urbanas se enriquecen materialmente mientras se empobrecen culturalmente.
Ha sido así en general, pero también hubo debates interesantes y al mismo tiempo la realidad se va encargando de reacomodar los jugadores. La persistencia del Gobierno en una misma línea de acción a lo largo de estos seis años permitió que las medidas, por sí solas, vayan dibujando en conjunto ese proyecto al cual aspira el kirchnerismo con sus cualidades y limitaciones. Es difícil percibir qué porción de la sociedad identifica al Gobierno por sus medidas y cuál por la imagen que proyecta la oposición, que son imágenes opuestas, pero también con puntos de contacto. Porque el impulso de esas medidas de fondo implicó lógicamente choques y confrontaciones y hasta manejos desprolijos o contradictorios y hubo intereses personales, económicos y hasta grupales afectados por cada una de ellas.
El debate es importante porque es la realidad –diría Lacan sobre el lenguaje–, delata el sustrato donde se apoya y a su vez lo regenera, produce alineamientos por ideas e intereses, que es lo que falta en la política argentina desde la famosa crisis de representación del fin de milenio. Podría decirse que de la limpieza con que se plantea depende la transparencia de las formas políticas que se generen. Y también lo opuesto: lo turbio y ramplón generan ídem.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.